El parque de los patos… y patas / Por Víctor Alonso

El parque de los patos… y patas / Por  Víctor Alonso

Garrapiñados somos…

Nunca conocí al parque O´Donnell por “el parque de los patos”. Y siempre me sorprendió la cantidad de gente que lo llamaba por ese nombre. Hasta tal punto era así, que era fácil encontrar a quien tras deslizarle lo de “O´Donnell” tras decir “el parque”, sólo se daba por enterado si le apostillabas… “el de los patos”.

Hoy llamarlo así, además de inexacto (ni rastro de patos) sería como mínimo políticamente incorrecto. Y el caso es que ahí está nuestro parque -el de siempre-, viendo pasar los años. Sin hacer honor a su apodo. Sin hacer honor a nada. Aletargado, esperando algo así como un punto de inflexión, unas señas de identidad, un chute de ADN. Algo que lo saque de un anonimato que dura décadas y que sólo se ve interrumpido muy de cuando en cuando. La última vez, muy reciente además, por la propuesta de algunos de nuestros representantes políticos de cerrarlo con un vallado para así controlar su acceso y que no sea visitable por las noches. El fin, protegerlo y resguardarlo del vandalismo y del uso inadecuado. Perfecto.

Y ahora le planteo: Cerrarlo de noche, que es casi el momento de mayor afluencia, de más público… más que protegerlo le asesta una puñalada, mortal de necesidad. ¿No? ¿Para qué abrirlo de día entonces? Que de noche no todo es botellón. También hay paseantes de perros, “runners” de final de jornada y gente sola que camina hablándole a su móvil. Porque ahora ya no se habla por el móvil. Se habla con él. Se le dicen cosas. Hasta se le grita. ¿No se ha fijado?

Ironías aparte, lo que necesita, lo que pide a gritos el O´Donnell, es revitalizarlo. Hacer de él lo que cualquier parque -que así merezca llamarse- realmente es. Un lugar de encuentro, de convivencia, de disfrute. Al que apetezca ir y en el que apetezca estar. Si no, no es más que un enorme jardín.

Y es que no he conocido un parque menos transitado, más solitario y bucólico que el nuestro. Sin niños, sin bicis, sin kiosco de pipas, sin una rotonda con una escultura donde citarse, ni una fuente donde echar moneditas… Eso sí, tiene piscina. Tres piscinas. Y bar. Aquel “Bar Tolo…”

Sí, ya lo sé. “Aquí se hacía antes la feria” me dirán. Y atrás quedan las mañanas de domingo en que muchos niños (y niñas) éramos acercados por nuestros papás (…) para jugar en los columpios. Prácticamente los únicos en la ciudad. Pero eso ya pasó. Eso ya no ocurre hace muchos años. Demasiados.

Estará conmigo en el que el tema no es fácil. El emplazamiento del O´Donnell no puede ser más desafortunado y menos atractivo que el que ocupa. La tapia de una fábrica, la vía del tren y dos más que transitadas avenidas, lo convierten literalmente en una isla. No se me ocurre otro adjetivo para su acceso que el de antipático. Hay casi que empeñarse en atravesarlo para terminar yendo a ningún sitio. Y para a acceder, casi siempre toca esperar en uno de los dos semáforos más interminables de los que tengo noticia en Alcalá.

Sólo cabe hacerlo atractivo, incitarnos a ir por lo que nos puede ofrecer. Pero ¿Quién va a un sitio donde sabe que no pasa nada ni nadie? Donde se va a sentir sólo, o peor, mal acompañado. Y no va a encontrar unos aseos en condiciones, ni donde comprarse una botella de agua o un helado.
¿De verdad nadie ha pensado en montar allí la feria del libro? Claro, que disparate. Si allí no va nadie… O en actualizar/modernizar los columpios, o en montar allí la feria de navidad. ¿Se imagina la pista de hielo un mes allí instalada y la gente visitándola?

Y puestos a pedir: ¿Por qué no un acceso subterráneo que prolongue el paseo desde Santos Niños a las Bernardas y de ahí al parque? Se trata de ponérselo fácil a la gente, nada más. Y si no me entienden, dense un paseo por la calle Libreros. Desde navidad, quién la ha visto y quién la ve.

Sólo son ideas. Y todas cuestan dinero. Seguramente más que la de montar un vallado. Pero no deja de ser irónico proteger un lugar al que la gente simplemente, no va. Llámenme loco si quieren… estoy dispuesto a rebatirles.

Víctor Alonso