Los nombres de los españoles muertos en Mauthausen

La normalización del terror, como explicó Hanna Arendt, comienza reduciendo las personas a números.

El asesinato de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de concentración nazis hunde sus raíces en la combinación de una perversa lógica de deportación, encierro, explotación y exterminio, sin precedentes en la historia de la Humanidad que marcaría para siempre el siglo XX. Un sistema que produjo más de seis millones de víctimas, la mayoría de ellas a partir de la aceleración de la llamada Solución Final contra los judíos y que segregó y eliminó a buena parte de los opositores de los regímenes colaboradores y aliados de Alemania.

Exiliados españoles

Ese fue el caso de los republicanos españoles refugiados en masa tras la retirada de Cataluña, quienes, poco antes de terminar la guerra civil, entre enero y febrero de 1939, cruzaron los Pirineos para ser internados en improvisados barracones o en recintos al aire libre junto a las playas francesas.

Ante la llegada continua de españoles que huían de la guerra y de la represión franquista, y acosado por la opinión pública y la situación internacional, el gobierno francés endureció las medidas de acogida, dividiendo este enorme contingente en dos grupos con dos únicas opciones: volver a España o ingresar “libremente” en los campos de trabajo, ante la previsible movilización bélica que se avecinaba.

La suerte estaba echada para todos los que no podían ni soñar con abandonar un continente ocupado por el totalitarismo. Las condiciones de vida de los españoles en Francia empeoraron profundamente en el verano de 1940. La entrada del ejército alemán y el establecimiento del gobierno satélite de Vichy, presidido por Petaín, amigo y colaborador de Franco, tuvo consecuencias inmediatas: se agilizó la entrega y devolución de los que regresaban a España, mientras que los que se quedaron en los “campos de trabajo”, que nunca fueron reconocidos como refugiados, pasaron a ser apátridas en suelo de nadie.

Quedaba así el camino abierto a su deportación al sistema concentracionario alemán. Los detalles y las “cuotas” fueron fijados por Serrano Súñer, Ministro de Interior y cuñado de Franco, encargado de firmar el acuerdo de cooperación policial hispano alemán en agosto de 1940.

Las víctimas españolas en los campos

Esta historia es hoy bien conocida. La mayor parte de países europeos han reconocido sus víctimas y llevan años realizando estudios sistemáticos tanto con las fuentes alemanas como con las que realizaron las distintas administraciones aliadas en los años siguientes al final de la guerra mundial.

En el caso español, la situación es muy desigual y dista mucho de estar resuelta por varias razones. La primera de ellas es la larga duración de la dictadura franquista, que siempre ocultó y negó la existencia de los españoles deportados en los campos. La segunda, ya en democracia, tiene que ver con las dificultades para realizar una investigación rigurosa con las limitaciones en el acceso y consulta de la documentación histórica en España. Los registros de ingreso en los campos siguen estando dispersos en Alemania y Austria mayoritariamente.

De ellos, Mauthausen, es de los campos mejor conocidos, ya que allí fueron internados, según los propios registros, 7.532 españoles hasta comienzos de 1945. Situado a 160 kilómetros de Viena, Mauthausen era un campo de concentración de categoría tres, donde se destinaba mano de obra que podía ser explotada hasta la muerte. Para ello se establecieron varios subcampos dependientes y especializados en distintas tareas industriales, sobre todo el de Gusen, que junto con Harheim, concentraron el mayor número de españoles.

Fotografía aérea de los subcampos Gusen I y II.
Wikimedia Commons

El itinerario del resto, hasta completar los más de 10.000 republicanos que fueron deportados desde Francia, a lugares como Buchenwald o Auschwitz, sigue siendo todavía incierto, como lo es también la cifra de aquellos que fueron a trabajar en una modalidad completamente distinta dentro de los grupos de trabajadores que enviaba España al III Reich, fruto de los acuerdos de cooperación mutua.

Sobre esta losa de la dispersión, de mezcla de “obreros libres” con prisioneros y concentrados o de listas, a veces dispares, se ha ido avanzando en el conocimiento de un fenómeno complejo, como atestigua Libro memorial: españoles deportados a los campos nazis (1940-1945) de Benito Bermejo y Sandra Checa, en el que faltaba una pieza esencial: las cifras de fallecidos. Hasta el momento no se podía contabilizar por la falta de fuentes oficiales, pero sí existían.

Los registros de Mauthausen

Los libros de registro de fallecidos realizados por la Oficina Notarial del Estado Francés para deportados a lo largo de 1950 y 1951 fueron enviados a España en 1952. Desde entonces se conservan en la Dirección del Registro Civil, sin que hayan sido estudiados en profundidad hasta la fecha. Nuestro equipo de investigación de la Universidad Complutense ha podido acceder por primera vez a estos libros en el Ministerio de Justicia, y cotejar los registros que hasta el momento se tenían como los más aproximados, los conservados por la Asociación Amical de Mauthausen.

Estos diez libros o volúmenes contienen todos los nombres y apellidos de los españoles que dejaron su vida allí, nombres transcritos del alemán al francés que siguen cosidos por el número que recibían en la entrada.

Todavía hay más números para ponerles rostro y devolverles algo de la humanidad que les arrebataron: fechas y lugares de nacimiento, día y mes de la muerte y, por último, un nombre y dirección a la que remitir la correspondencia en España. Estos certificados nunca llegaron a la familia, aunque es muy posible que fueran enviados.

Tráiler de la película El fotógrafo de Mauthausen (2018), sobre la experiencia en el campo de Francisco Boix.

Del estudio realizado con esta documentación se puede confirmar que fueron 4.435 los españoles fallecidos en Mauthausen, la mayoría de ellos en un goteo incesante hasta 1944. La elaboración del trabajo se ha ralentizado porque no siempre los libros siguen el mismo orden y, sobre todo, porque los volúmenes no siempre incluyen registros de internos originariamente procedentes de otros campos de concentración o que en ese momento se determinó que no poseían la nacionalidad española; casos todos ellos que aún hay que localizar y sobre los que hay que seguir investigando.

No todos cayeron entre la noche y la niebla. El 5 de mayo de 1945, tras la bandera tejida a escondidas y el letrero hecho con sábanas en el que podía leerse “los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”, los norteamericanos se encontraron con vida a poco más de tres mil españoles.

La mayoría permanecieron en Francia, donde se les dio la oportunidad de acceder a la nacionalidad francesa. El Estado español ya puede inscribir a los fallecidos en los campos y devolverles su lugar en la historia.The Conversation

Gutmaro Gómez Bravo, Profesor Titular de Historia Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.