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Carteles de cine y teatro para el recuerdo / Por Vicente Alberto Serrano

Carteles de cine y teatro para el recuerdo / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Recuerdo que acercarse hasta los soportales de la Plaza de Cervantes en aquellos lejanos tiempos de grisura, suponía un viaje iniciático hacia la imaginación, el color y la aventura. Por entonces estábamos casi seguros que existían otros mundos, pero lamentablemente no estaban en este. Sin embargo en las columnas de la plaza, frente a uno de los cines, se colgaban cada mañana cuatro ventanas abiertas al mundo exterior. Cuatro tableros con carteles de otras tantas películas y sus fotocromos correspondientes. Cuatro películas que, en programa doble, se proyectarían por la tarde en las salas del “Pequeño” y el Paz. No consigo acordarme ahora a que secuencia de la filmografía de François Truffaut pertenece la escena del robo de unos fotocromos de Ciudadano Kane en el vestíbulo de un cine parisino. A la manera de aquel niño, yo también arranqué de uno de los tableros un fotograma de Canciones para después de una guerra. Tal vez robé la imagen más patética y triste de todos ellas, pero me acompañó durante años en mis desplazamientos por diversos destinos. Después creo que se la regalé al director de cine José Miguel Ganga. Quién me iba a decir que con el tiempo terminaría siendo amigo de Basilio Martín Patino y que también me iba a convertir en cartelista (que no carterista a pesar de aquel robo de la adolescencia).

Carteles de cine

Con el fundido a negro, antes de comenzar cada sesión, en la sala nos preparábamos ilusionados para el ritual que suponía una sugerente excursión hacia territorios inexplorados. De inmediato dos películas de argumentos, protagonistas y paisajes distintos servían para que a lo largo de más de tres horas, consiguiéramos escapar de nuestra parda realidad. La antesala y el reclamo a aquella cita solían albergarse en esos tableros colgados a las columnas de los soportales. Por tanto existía un lenguaje gráfico previo sobre el papel, antes de sumergirnos en el lenguaje visual proyectado sobre la pantalla. A través de aquellos mosaicos de cartel y cromos claveteados sobre la madera, tratábamos de imaginar la trama de cada una de las películas. Sin lugar a dudas el cartel de cine fue nuestro Catón, porque con ellos aprendimos a leer los elementos rudimentarios del diseño. Supuso una generosa educación visual, renovada cada día con nuevas películas. A veces con carteles de torpe dibujo realista, colores excesivos y forzados recursos de los ilustradores patrios –Jano, Mac y algún otro– que trataban de perpetuar, ante las exigencias de los distribuidores, los rasgos esenciales de los actores principales, casi siempre con muy poca fortuna. Sin embargo de vez en cuando teníamos el privilegio de conocer algunos carteles originales. Aunque escasos, comenzamos a descubrir en ellos la magia del diseño conceptual en genios como Saul Bass, a través de sus afiches para West Side Story, Vértigo o Anatomía de un asesinato.

El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos

Ya no cuelga Vilela cada mañana las promesas cinematográficas de la tarde. Han desaparecido los cines. En el más acogedor y moderno ahora despachan hamburguesas. En cuanto al otro, “el pipero”, afortunadamente descubrieron y recuperaron su función originaria. Hoy ha vuelto a convertirse en el Corral de Comedias más antiguo de nuestro país. El teatro va recuperando los escenarios, la dramaturgia está regresando a sus espacios primigenios. Yo descubrí el veneno del teatro por culpa de José Luis Gómez y su Velada en Benicarló. Desde entonces me he pasado más de cuarenta años creando imagen sobre el papel para muchos de los espectáculos vivos que se han ido desarrollando sobre los escenarios.

Hay que gente pa to…

Durante algunos años trabajé como responsable de imagen y publicaciones para el Centro Dramático Nacional, bajo las ordenes de Lluís Pasqual. Fueron años de ilusionado esfuerzo por recuperar al público para los teatros. Tuvimos éxitos espectaculares como Luces de Bohemia pero también estrepitosos fracasos de asistencia. Por aquellos tiempos, ante el dicho de «Hay gente pa to». Nosotros siempre respondíamos con la coletilla: «Menos para ir a ver La sangre del tiempo». Una comedia del escritor Ángel García Pintado (recientemente fallecido). La estrenamos en la Sala Olimpia de Lavapiés y muchas tardes fue imposible reunir a más de cuatro espectadores.

El cartel de teatro

En cierta ocasión fui a visitar una imprenta legendaria situada en un patio de manzanas del madrileño barrio de Salamanca. Creo recordar que para un asunto sobre talonarios de entradas; aquella casa aun las imprimía de un modo casi artesanal. No llegamos a cerrar el acuerdo porque el jefe junto con la empresa estaban a punto de jubilarse. Evocando tiempos pasados y con una cordialidad extrema, aquel hombre me mostró los tipos móviles tallados en madera que se embadurnaban con tintas azulonas, verdosas y rojizas para componer sobre extensas superficies de tosco papel de cartelería, títulos y repartos de los espectáculos teatrales en épocas pretéritas. Con una sonrisa maliciosa me contaba que en más de una ocasión se presentaron en el taller algunos divos de la escena, pertrechados con una cinta métrica de sastre para contabilizar milímetros de más o de menos en su nombre frente al del contrario.

Historia del cartel teatral

Si alguna vez se pretende perfilar un estudio serio y documentado sobre la Historia del cartel teatral en España, su esforzado autor –superada la compleja tarea de conseguir material posible en inexistentes archivos– aparte de recurrir a los restos cuasi arqueológicos de aquellos cartelones compuestos únicamente con rotunda tipografía tricolor, tendrá que rebuscar también entre un material mucho más cercano en el tiempo. Sugerente labor sin embargo, porque se encontrará entonces con un fenómeno artístico de hechos aislados y, a veces, con la afortunada labor de algunos conocidos pintores que se sintieron atraídos por fijar una imagen que permaneciese como la memoria estática de un montaje. El cartel fue tomando carta de naturaleza necesaria junto a la escenografía, el vestuario, la música o la iluminación. Posiblemente las bases se crearon hace casi medio siglo cuando Cesc Espluga en el Teatro Lluire de Barcelona y Alberto Corazón en el Centro Dramático Nacional, iniciaron con sus diseños una labor de profunda coherencia, respaldada y promovida por los directores de aquellos centros (Lluís Pasqual y Adolfo Marsillach).

Trazos para la escena

Antes de la Guerra Civil, ya existió el trabajo de algunos pintores que se sintieron íntimamente unidos al fenómeno teatral y se animaron a publicitar con su obra el esfuerzo de sus compañeros. En la memoria de todos está el cartel emblemático de Benjamín Palencia para La Barraca, las distintas visiones de José Caballero para las obras de Lorca, o la magistral labor de Josep Renau, Clavé, Ribas, Penagos, Bartolozzi… Siguiendo aquella tradición perdida, cuando José Luis Gómez fue nombrado director del Teatro Español, recurrió a Eduardo Arroyo, Isabel Villar, Alfonso Albacete, José Hernández o Francisco Nieva que dejaron magníficos ejemplos de su obra pictórica al servicio del cartel. Después en el Centro Dramático Nacional, Frederic Amat supo recrear el mundo de Lorca con un lenguaje nuevo. Todos ellos enriquecieron el panorama gráfico sobre el que algunos de nosotros, los diseñadores, descubrimos la base y el aliciente para seguir trabajando durante años; en un intento por tratar de conseguir traducir para la calle, a través de una imagen gráfica e inmóvil en el papel, la síntesis del sugerente vértigo, magia y movimiento que cada tarde se produce en el interior de un teatro.

La última función

Cuando el escenario se apague tras la última función y se descuelguen de la fachada el mensaje gráfico de esa obra, se perderán sus retazos entre la bruma del olvido. Pasado el tiempo algún extravagante coleccionista nos mostrará un cartel nuestro que apenas recordábamos. En ese momento las tintas desvaídas sobre el papel nos evocarán el eco de algunas voces sublimes, mientras que tridimensionalmente se formarán en nuestro imaginario las atractivas formas de su escenografía, las luces y hasta el aroma que respiramos en aquella lejana representación. Sin duda el cartel permanecerá siempre como la memoria del teatro.