Desde La Oveja Negra
En 1992 Agustín Sánchez Vidal publicaba en la editorial Planeta un detallado y lúcido estudio sobre la obra del poeta de Orihuela cuyo título ya resultaba premonitorio de su contenido, Miguel Hernández, desamordazado y regresado. Dos términos arrancados de aquella elegía con la que Miguel Hernández lloraba la muerte de su amigo Ramón Sijé. A Federico García Lorca lo asesinaron cerca de Alfacar, a Antonio Machado lo agonizaron en Collioure y a Miguel Hernández lo ‘murieron’ (según afirmaba Vicente Aleixandre) en el Reformatorio de Adultos de Alicante el 28 de marzo de 1942. Tenía treinta y un años. En 1949 José María de Cossío redacta un controvertido prólogo para una primera reedición de El rayo que no cesa en la colección Austral, tibio intento por desamordazar el recuerdo y los versos del poeta. Pero no fue hasta finales de 1976 cuando la editorial Zero-Zyx pudo editar su Obra poética completa, a pesar de la obsesiva prohibición de Manuel Fraga. «El poeta ya nunca será amordazado –declararon entonces sus editores– y sus letras siempre, siempre, estarán entre los amantes de la libertad».
En estos días Miguel Hernández ha regresado a Alcalá, muy cerca de donde estuvo en noviembre de 1936. Con el título Miguel Hernández a plena luz ha recalado en el patio del Colegio del Rey una exposición organizada por la Diputación de Jaén. No podemos olvidar que ante la negativa de la ciudad de Elche de seguir manteniendo el legado del poeta, todos los fondos pasaron a la custodia de la Diputación de Jaén y el Ayuntamiento de Quesada, pueblo natal de Josefina Manresa. Allí, en aquel rincón de la Sierra de Cazorla se encuentra ubicado el Museo Miguel Hernández / Josefina Manresa, junto al del pintor Rafael Zabaleta. El Colegio del Rey, fundado por Felipe II y en el que estudió Francisco de Quevedo fue la sede central del Instituto Cervantes cuando el Ayuntamiento de la ciudad les cedió el edificio generosamente tras haber sido adquirido a la familia Casado. Trasladada la dirección del Instituto a Madrid, hoy apenas si goza el edificio de contenido alguno, la última exposición de grabados contemporáneos se aburrió en su patio durante años. Esperemos que el regreso de Miguel Hernández convoque a mayor número de visitantes, pero sobre todo provoque en ellos el deseo de descubrir la fuerza de unos versos que durante décadas se empeñaron por ocultarnos, al igual que la figurable poeta regresado.
Hospital de san Lucas y san Nicolás
En la Plaza de Atilano Casado aún se mantiene en pie, aunque abandonado, un enorme caserón que allá por la época cisneriana se erigió como Hospital de estudiantes pobres. Tras el traslado de la Universidad Complutense a Madrid, el edificio corrió parecida suerte que el resto de Colegios Mayores y Menores. Tras su adquisición por el Marqués de Morante sufrió polémicas reformas muy al gusto del siglo XIX, para terminar convertirlo de este modo en palacio, a la par que en práctica casa de labor. Se respetaron sin embargo dos medallones de piedra fechados en 1540 y una buena parte de la portada original en piedra labrada con dos columnas y arco de medio punto sobre el cual se muestra un texto en latín de advocación a los santos Lucas y Nicolás y el año de 1573. Únicas señas de identidad que conservaron los nuevos propietarios para evocar –tal vez– un tiempo pasado de glorias universitarias. A lo largo de buena parte del siglo diecinueve fue cambiando sucesivamente de herederos hasta que en 1881 lo adquiere por 41.250 pesetas don José Gerónimo Moreno y Molina reconocido usurero de infeliz memoria en la ciudad. El caserón comenzó a conocerse entonces como “Casa Moreno”. Más tarde, tras su muerte lo legó a su hija doña Antonia Moreno Azaña que más tarde se casaría con don Atilano Casado. A la muerte de doña Antonia la finca pasó a ser propiedad de sus herederos hasta que finalmente la transfirieron al Ayuntamiento. En la actualidad en la fachada apenas si quedan restos de aquel edificio renacentista que hoy se conoce como Palacio de los Casado. Repintado en su momento, con aspiraciones en convertirse en algo, ha quedado abandonado de nuevo, sin función alguna.
Con “El Campesino”
Hace pocos años, en un intento por inferir a la ciudad cierto carácter literario, se colocó en esa misma fachada una chapa metálica evocando a Miguel Hernández. En ella se aclaraba que durante la Guerra Civil, este edificio acogió al Batallón de Valentín González “El Campesino”. Entre las cartas y postales que el poeta le envía a su novia desde Alcalá, en noviembre del 36, le ruega que le escriba largas misivas, que simplemente ponga su nombre y las envíe al Batallón de El Campesino en Alcalá de Henares. En la fechada el 19 de noviembre, le describe someramente cómo es Alcalá, su parecido con Orihuela y las garrapiñadas, prometiéndole una cajita cuando vaya de permiso. Sin embargo en esta placa de evocación alcalaína se desliza un error, porque se transcribe el fragmento de otra carta, escrita en el mes de diciembre ya desde Madrid, pero con un añadido de cosecha local: «Nos casamos ahí, en Orihuela, en Cox, donde a ti te parezca y nos venimos los dos aquí para siempre.» El poeta se refiere a la capital de España, donde años antes había intentado darse a conocer. Pero el celo de los profesionales de la cultura indígena han añadido en el texto, tras el “aquí”, un paréntesis con las palabras (a Alcalá).
Jaén, levántate brava
Antes de marchar para Andalucía, el 21 de febrero de 1937, ante la imposibilidad de poderse despedir del compañero Valentín, le dirige una “Carta abierta a El Campesino”. En ella le agradece la experiencia del tiempo pasado a su lado. «Estoy orgulloso –escribe– de haber peleado a tus órdenes con un fusil, y a ti vuelvo la memoria y la mirada para aprender a diario dignidad, generosidad, bravura, sencillez.» Con fecha del 9 de marzo de 1937 su entrañable amigo Vicente Aleixandre le envía una extensa carta, con una curiosa postdata: «Me dices que te casarás pronto. ¿Viste a tu Josefina? ¡Háblame de esto! ¡Salud, Miguelillo!». Ese mismo día Josefina Manresa y Miguel Hernández se habían casado en Orihuela, en una sencilla ceremonia civil. Inmediatamente el matrimonio regresa a Jaén, al número 9 de la calle Llana, desde donde Miguel coordina el Altavoz del Frente Sur. Existen fotos de la pareja en la azotea de aquella casa. Brevísima luna de miel, de apenas poco más de un mes, pero debió ser el tiempo más intenso y feliz de la pareja. Después el dolor, la amargura del vencido y la denuncia de sus paisanos le reservaría al poeta un fugaz futuro.
El poeta, el hombre
Ya lo escribía aquel otro poeta: «De todas las historias de la Historia/ la más triste sin duda es la de España,/ porque termina mal…”. Tratemos de no olvidar que en un tiempo amordazado, descubrimos a muchos de nuestros poetas, a hurtadillas. Primero apenas si nos llegaban sus versos en ediciones manoseadas y clandestinas. Después muchas estrofas se nos quedaron enredadas en la memoria. Más tarde, tras el poeta, fuimos descubriendo al hombre. De todas aquellas biografías, la más triste sin duda ha sido la de Miguel Hernández, porque terminó mal y pronto, y al conocerla nos ha ido desgarrando con una indignación incontenida ante tanta hipocresía y crueldad a su alrededor. Efectivamente, como afirmaba Vicente Aleixandre: «lo murieron». Regresar a su versos supone regresarlo y regresarnos. Existe una magnífica edición crítica de la Obra Completa en tres tomos publicada por Espasa-Calpe, preparada por Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany. Para la colección Austral, José Luis Ferris preparó la Antología poética con amplio apéndice a modo de documentación complementaria. Ferris también ha publicado una de las biografías más completas: Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, (Ed. Temas de hoy). El hispanista francés Claude Couffon es el autor de Orihuela y Miguel Hernández, editada por Losada en la misma colección donde apareció anteriormente su obra Granada y García Lorca. Como complemento a esta exposición con la que Miguel Hernández ha regresado a Alcalá, resulta necesario e imprescindible sugerir la lectura de De Nobel a novel, epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa, en magnífica edición de J. Riquelme. Publicado por la Diputación de Jaén y el Instituto de Estudios Giennenses. Recordar, para terminar, aquellos versos con los que siempre regresaremos al poeta: «Umbrío por la pena, casi bruno,/ porque la pena tizna cuando estalla,/ donde yo no me hallo no se halla/ hombre más apenado que ninguno».