Desde La Oveja Negra
Tal vez con solo dos imágenes se podría resumir lo que supuso la Guerra Civil española: Muerte de un guerrillero republicano del fotógrafo húngaro Robert Capa y el cartel I tú? Que has fet per la victória? del jiennense Lorenzo Goñi. Una y otra nos muestran a dos personajes derrotados, el de la foto se precipita casi volando hacia la muerte; el del cartel, tendido en el suelo, ensangrentado, pero con el dedo acusador parece culpabilizar la cobardía del espectador. Aquella terrible guerra civil –sin cicatrizar aún las heridas del 14– supuso una llamada de atención para el mundo occidental ante la amenazante irrupción del fascismo. Sin lugar a dudas las fotos se convirtieron en un soporte imprescindible para poder mostrar hacia el exterior el peligro en toda su desgarrada crudeza. En el interior de nuestro país, sin embargo, tuvo una enorme incidencia el fenómeno del cartel. ”Un grito pegado en la pared”, frase retórica que gustaba repetir al maestro de cartelistas Josep Renau; grito de rabia, de odio, de desesperación y también de esperanza que efectivamente se alzó como urgente llamada de atención, ya que algunos entendieron que empapelar las calles con mensajes concisos e imágenes efectistas cumplían sus propósitos entre unas masas populares no precisamente cultas.
De Cassandre a Renau
Conservando la herencia del gran magisterio de Toulouse Lautrec, el cartel mantuvo en Francia una importancia singular en las primeras décadas del siglo XX. Figuras como Paul Colin, Jean Carlu, Charles Loupot o Cassandre, maestros del arte publicitario, influirían posteriormente, de modo notorio, en las formas y los modos de los cartelistas catalanes, valencianos o madrileños; los mismos que a partir del año 36 se vieron obligados a abandonar sus puestos en agencias publicitarias o en las academias de Bellas Artes para formar parte de las Milicias de la Cultura. Se configuraron tres puntos de producción importantes y muy profesionales cimentados con una gran tradición en las artes gráficas: Barcelona, Madrid y Valencia. Carles Fontserè publicó hace unos años Memóries d’un cartellista català 1931-1939 (Ed. Portic), en ellas nos narraba su curiosa trayectoria profesional que se inició con la realización de carteles para la Coalición Derecha de Cataluña en el año 1932 y desembocaría con la creación de la imagen gráfica de la FAI, el POUM y la CNT a partir del 36. De la escuela de Madrid destaca José Bardasano. En cuanto a Valencia, tal vez influyó el traslado del Gobierno a aquella ciudad para convertirse en el punto más destacable de la producción cartelística, o simplemente la razón residiera en la indiscutible categoría de figuras como Arturo Ballester y sobre todo Josep Renau, dos hombres formados en la academia de Bellas Artes de San Carlos; el primero anarcosindicalista y el segundo comunista, autores de los carteles más emblemáticos de tan desoladora guerra.
Josep Renau (1907-1982)
En La función social de cartel (Ed. Fernando Torres), se recogen algunos de los escritos teóricos del cartelista valenciano que en 1936 sería nombrado Director General de Bellas Artes. Partiendo de un extenso estudio del cartel publicitario, Renau desemboca en la necesidad y defensa del cartel político en épocas de crisis. Como libro de combate, –está escrito en 1937–, ciertos análisis estéticos se nos presentan algo controvertidos al pretendernos hacer entender todo el fenómeno del arte desde obligados supuestos marxistas. Tal vez por eso resulta tan interesante el apéndice de este libro; en él se recoge la polémica que mantuvieron el pintor Ramón Gaya con el propio Renau en la revista Hora de España. Ante los planteamientos del pintor, Renau responde con un encendido homenaje al cartel y sus artífices, a las tintas planas, a los avances tecnológicos y al uso racional de las tipografías. Escribe: «Ayer Goya, hoy John Heartfield. Aquel con su mano desnuda y éste con el pleno dominio de la complicada técnica del fotomontaje». Fotomontajes que él posteriormente también elaboró con gran maestría y que están recogidos en su libro The American Way of Life (Ed. Gustavo Gili).
Ramón Gaya (1910-2005) y “Hora de España”
Ramón Gaya siempre se consideró asimismo como un pintor que escribía. Durante la Segunda República formó parte de las esperanzadas Misiones Pedagógicas. Sufrió la derrota de la Guerra Civil y por supuesto un largo exilio. Con el ejército cruzó los Pirineos y fue internado en el campo de concentración de Saint-Cyprien. En junio de 1939, consiguió embarcar en el buque Sinaia camino de México, donde permanecería exiliado hasta 1952. Durante la guerra participó en la fundación de la revista Hora de España, de la que fue miembro de su consejo de redacción. Precisamente en las páginas del primer número de la revista (enero de 1937), publica su polémica carta “De un pintor a un cartelista”, dirigida por supuesto a Josep Renau, porque según él: «En España hay, había muy buenos pintores de carteles. Todos recordamos carteles magníficos de dibujantes vivos, actuales, jóvenes. Pero ahora, los mismos cartelistas, con la guerra y en la guerra, no han sabido acertar. No acertó nadie porque nadie supo entrever que ahora no se trataba ya de anunciar nada. Y eso es lo que han hecho los mejores: anuncios, puros anuncios. Pero, ¿qué es lo que se anunciaba? ¿Un batallón? Un batallón no es un específico ni un licor. Un batallón no puede anunciarse; la guerra no es una marca de automóvil. La misión del cartel dentro de la guerra no es anunciar, sino decir, decir cosas, cosas emocionadas, emocionadas más que emocionantes».
La contestación de Renau
En el número 2 de la misma revista (febrero de 1937), Josep Renau contesta a la crítica de Ramón Gaya: «Es indudable –escribe Renau– que la situación creada por la guerra, pone al cartelista ante nuevos motivos que, rompiendo con la vacía rutina de la publicidad burguesa, trastornan esencialmente su función profesional. Ya no se trata de anunciar un específico ni un licor: Ni la guerra es una marca de automóviles. De acuerdo. Pero es sumamente extraño que el compañero Gaya escamotee de pronto los factores reales del problema planteado cuando insinúa que el único medio de acabar con esa odiosa preocupación por la eficacia, el cálculo, la frialdad mecánica en el cartel, podría hallarse a través del ejercicio del «arte libre, auténtico y espontáneo, sin trabas ni exigencias, sin preocupación de resultar práctico ni eficaz». […] Desde el punto de vista de la pura apreciación estética, cosa difícil es determinar el punto donde acaba el cuadro y comienza el cartel». Por supuesto que hubo una tercera carta-contestación de Ramón Gaya en el número 3 de Hora de España (marzo de 1937) donde ante tan dramáticos acontecimientos bélicos, solo pretendía una momentánea reconciliación de pareceres: «En fin, pienso, a pesar de todo, mi buen compañero, que venimos a estar conformes, o casi conformes, aunque no nos podamos entender».
Carteles para después de una guerra
Ellos fueron –Renau, Gaya y muchísimos más– los derrotados de una guerra que perdimos todos, hasta los aún no nacidos. Sin embargo aquellos carteles han perdurado para seguir ilustrando un sueño roto. El de una república masacrada por unos golpistas que, tras su triunfo, lograron mantener amordazado a todo un pueblo durante casi cuatro décadas. Los carteles que entonces empapelaron de esperanza gráfica tres años de desesperada lucha contra el fascismo, hoy se han convertido en una colección de cromos con la que muchos de nosotros tratamos de recomponer un capítulo de la historia que afortunadamente no vivimos, pero sí sufrimos sus consecuencias. Del mismo modo que durante años hemos admirado la linea clara de las viñetas de Ramón Gaya y la trasparente sensibilidad de sus pinturas. Regresar a la polémica que Josep Renau y Ramón Gaya mantuvieron a través de las páginas de Hora de España, nos propone todo un ejercicio mental para entender mejor lo que supuso el esfuerzo gráfico de una guerra de papel, por reflejar en los muros de nuestra patria aquellos trágicos momentos y el ansia de una victoria legítima que nunca llegó.