Macondo es un pueblo en mitad de la selva y producto de la imaginación de García Márquez, quien lo ha llevado en distintos títulos de sus obras. Ese trabajo de ficción entablado por el nobel colombiano tiene su homónimo en Alcalá, y que también estrangula las caminatas y los senderos. Si vas al parque O,Donnell a estirar las piernas, te lo encuentras; si atraviesas Cruz Verde en la búsqueda del tiempo encontrado en gestiones y compras del centro, perfilas su esquina para dar esquinazo a los trajines y aromas de su interior que asoman y se insinúan. Si te inclinas por la mano izquierda de Vía Complutense para allanar el camino hacia el Palacio Arzobispal, queda a tu siniestra el bar de atracción y difícil esquiva. Ni tan siquiera la cohesión alquilada entre murallas del palacio y las estatuas al aire libre de impuestos terminan por acotar el olvido del caminante que vuelve al poco al esquinazo mortífero de prisas y urgencias que representa el Macondo.
Los inicios del Macondo, es de suponer más de una década, quizá en ubicación enfrentada al otro lado de la corriente complutense, desgranaban acento argentino, ahora transmutado en lengua lista y rumana que pasa de la costumbre hablada eslava a la latina con pasmo de propios y propios: transustanciación del cuerpo eslavo en latino con fijeza española de la camarera de armonía en saberes, andares y pareceres, capaz de anteponer acuerdo a discordia con un bandeja en la mano, cuenta, sonrisa y ojos. Madrid, rompeolas de todas la Españas…Así, el 7 de noviembre del 36, según el evangelio de Antonio Machado. El Macondo es el rompeolas de todas las Alcalás, incluida la del Henares. El esquinazo está incorporado al lenguaje al uso como entradas y salidas al capricho del practicante del culto: lo mismo es cortar la trayectoria de un encuentro no deseado que la junta de dos calles en una plaza o en una convergencia y unión. La confluencia de las alcalás tiene su membresía en el “macondismo”, condición de la que se puede presumir y exaltar.
Uno de los primeros militantes de la membresía resultó ser Curro Lope Huerta, en mesita con frío y barba delimitada como solo él solía delimitar, el frío acompañando la conversación. En eso el Macondo también irrumpe en moda europea. En el invierno en Macondo se pasa frío en el exterior pero la clientela lo ignora y hace por olvidarlo para no perder la pertenencia al local por una tontería llamada estación invernal. Como dice César Vallejo contado por Alfredo Bryce Echenique, “hace un frío teórico y práctico”, pero en el Macondo se está por la marginación de lo sensorial. Hay señores que tomado el café dan la vuelta a la manzana con entrada por pasadizo hacia la calle Madre de Dios y nuevo comienzo del ciclo por no perderse lo acontecido en el esquinazo. El café y el consejo médico de la movilidad en santa alianza.
Entre paso de peatones y cambios de color de los semáforos, la vida continúa en el Macondo, los habituales del café suceden las miradas, las lecturas y los momentos entre que pasa el café y que pasa el vecino, y en medio, lo que dice sabiamente Luis Landero de los desconocidos, en “Juegos de la edad tardía”, “unían solidariamente los silencios”.