¿Está el ahorro eléctrico reñido con la comodidad? / Por Roberto Álvarez Fernández

¿Está el ahorro eléctrico reñido con la comodidad? / Por Roberto Álvarez Fernández

Desde enero de 2022 hemos visto una evolución al alza en el precio de la electricidad, que ha alcanzado el máximo histórico de 544,98 €/MWh, según datos de EPdata. Tal subida de los costes nos ha llevado a plantearnos si podemos reducir drásticamente el consumo sin que afecte a nuestro nivel de comodidad.

La respuesta es que resultará difícil porque todas nuestras actividades están vinculadas a la electricidad: la luz, los electrodomésticos, internet, el teléfono móvil, la calefacción, el aire acondicionado, etc. Y así es complicado dibujar la línea que separa el gasto necesario del derroche.

Ajustar la potencia para disminuir el consumo

A nivel individual, el problema radica más en lo que nuestro contrato con la compañía eléctrica nos permita hacer. En España, existe el llamado término de potencia o potencia contratada, que es el precio que el consumidor paga por la cantidad de kilovatios de los que puede disponer para alimentar los equipos que prevé tener conectados al mismo tiempo en su vivienda.

Los contratos más comunes incluyen un límite de 3,3, 4,5 o 5,5 kW, aunque pueden ser configurados por el cliente hasta 10 kW. Este concepto es clave porque es el que afecta al grado de confort que nos permitiría despreocuparnos y tener muchos equipos conectados a la vez. Y ahí podríamos estar derrochando.

Dependiendo de cada compañía, el término de potencia repercute económicamente en la factura de la luz mediante un coste fijo diario que oscila entre 0,1166 y 0,1328 €/kW por día, lo que en un mes de facturación supondría un coste (por ejemplo, para el caso de 5,5 kW) de 22,64 €. A este hay que sumarle el coste de los peajes, que rondarían los 14 € en el ejemplo (también dependen del término fijo). Y finalmente tendríamos que aplicar el IVA.

Todo esto supone un coste de casi 40 €, solamente por disponer de la posibilidad de conectar los electrodomésticos hasta alcanzar ese nivel de potencia de 5,5 kW.

Shutterstock / Kirill Neiezhmakov.

Las potencias mínima y máxima (en función de su eficiencia) de los electrodomésticos más comunes en un domicilio son las siguientes:

  • Frigorífico: 250 – 350 W
  • Lavadora: 1 500 – 2 500 W
  • Lavavajillas: 1 500 – 2 500 W
  • Televisión: 200 – 400 W
  • Calefacción: 1 000 – 3 000 W
  • Aire acondicionado: 1 000 – 2 500 W
  • Microondas: 100 – 1 500 W
  • Vitrocerámica: 1 000 – 2 000 W
  • Horno: 1 000 – 2 500 W
  • Aspiradora: 1 000 – 1 500 W
  • Plancha: 1 000 – 1 200 W

Como se puede deducir, una potencia contratada de 3,3 kW es incompatible con tener un equipo de aire acondicionado, dado que se alcanza tan solo con usar al mismo tiempo el frigorífico (350 W), la aspiradora (1 500 W) y el microondas (1500 W). Si quisiéramos usar además el aire acondicionado (2 000 W), ya casi estaríamos superando la barrera de los 5,5 kW.

Por eso las compañías eléctricas recomiendan para estos casos potencias contratadas superiores a 7 kW y hasta 9 kW, lo que lleva a un coste mensual solo por la potencia contratada de 51 y 65 euros respectivamente. A esto hay que añadir el consumo de energía (kWh) en función del uso de estos electrodomésticos, que supone el gasto real por cómo y cuánto se usan.

Por tanto, ¿tener una potencia contratada muy ajustada en nuestra vivienda nos permite ahorrar energía? Pues seguramente sí, porque nos obliga a tener controlada toda la gestión de los electrodomésticos y saber qué se puede conectar a la vez y qué no. No se trata de cuantificar el ahorro, sino de generar una actitud de preocupación, de control: el usuario tiene que combinar las potencias de los aparatos para no sobrepasar la limitación que provocaría el corte momentáneo de la energía eléctrica en la vivienda.

A muchos esto les parecerá un paso atrás en el nivel de comodidad, y más si pueden pagarlo. Sin embargo, para muchas familias es de vital importancia, dado el alto precio alcanzado por el kWh actualmente. La posibilidad de derrochar electricidad no es en ningún caso una opción barata.

Ahorro en las comunidades de vecinos

En las comunidades de vecinos se paga de manera colectiva la luz de los portales y escaleras, así como los ascensores, portones e iluminación de los garajes. Piscinas, regadío y alumbrado de jardines también representan consumos considerables para quienes los disfruten. Es común escuchar quejas sobre el regadío de jardines alegando que se desperdicia agua, pero pocos se dan cuenta de que el agua llega allí gracias a la energía eléctrica que alimenta los circuitos de bombeo.

Los ascensores consumen mucho y son de uso intensivo. Pueden implementarse medidas de ahorro energético, como la gestión electrónica optimizada en edificios donde hay varios o la implementación de sistemas de frenado regenerativo que permiten la recuperación de energía.

Sin embargo son muy pocas las comunidades de vecinos que implementan este tipo de medidas. Además, durante la pandemia provocada por la covid-19 se ha utilizado el ascensor de forma unipersonal, lo que incrementa el número de viajes y por lo tanto el consumo energético.

Los cambios en el ámbito de lo comunitario siempre implican llegar a consensos y son difíciles de conseguir. Incluso viendo en las facturas el gasto y lo que representa, ya que al tratarse de un gasto compartido se sobrelleva mejor.

Iluminación navideña en Vigo. Shutterstock / Irene Sirgo Blanco

Derroche por diversión

A nivel de las administraciones locales, de los ayuntamientos, lo principal y lo más difícil es discernir entre lo que es considerado como un despilfarro y lo que es una necesidad ineludible, dado que es subjetivo. Un ejemplo es la iluminación navideña de las ciudades, aunque parece que algunas van a reducir las horas de alumbrado este año.

¿Es necesario el despliegue de luces que suele hacer el Ayuntamiento de Vigo? Pues desde un punto de vista totalmente objetivo parece que no, pero seguramente tampoco lo son La Tomatina de Buñol (Comunidad Valenciana) y sus 130 000 kg de tomates o La Fiesta da Agua en Vilagarcia de Arousa (Pontevedra) en la que se lanzan 8 000 metros cúbicos de agua por pura diversión. Cada uno tiene sus motivos para hacerlo y una repercusión beneficiosa para la ciudad.

En cualquier caso, a pesar de que la diversión y la comodidad inviten a consumir más energía, derrocharla sale cada vez más caro. Los altos precios de la electricidad están provocando que aumente la preocupación de los usuarios por hacer un consumo más responsable, tanto a nivel individual como colectivo, algo que beneficia tanto a sus bolsillos como al planeta.The Conversation

Roberto Álvarez Fernández es profesor de Ingeniería eléctrica y movilidad sostenible en la Universidad Nebrija.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.