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El parque O,Donnell y el equinoccio / Por Antonio Campuzano

El parque O,Donnell y el equinoccio  /  Por Antonio Campuzano

Llega el buen tiempo y se hace obligada una mención al recinto del parque O,Donnell, ese complemento del parteaguas que supone la Vía Complutense, que divide la ciudad en dos áreas   compactas, con sus subordinadas y sus derivadas. Crecimiento por un lado, apertura por otro. Los urbanistas tienen la palabra. Pero el parque O,Donnell marca sus tiempos y dentro de esos tintineos de horas y estaciones llega la primavera, que llama a la puerta como sucede incluso en los grandes almacenes de El Corte Inglés.

La llamarada del equinoccio, la aventura equinoccial que ha producido títulos literarios con Lope de Aguirre como vector de atención, también tiene resplandor en Alcalá y se hace notar en nuestro parque de emblema y estandarte. El equinoccio de verdad, no hay otro, divide la luz y la tiniebla a partes iguales, doce de horas de sol y las mismas para la oscuridad. Dentro de un mes el parque de referencia,  el O,Donnell, atraerá, ya los está atrayendo, los pájaros cantores que rompen los silencios a las seis de la mañana. Los jilgueros, los verdecillos, los verderones, los pardillos, los gorriones, pueden ponerse de acuerdo sin ejercicio de voluntad para adelantar la primavera en el espacio que cumple este año 123 años de asistencia respiratoria a la ciudad.

El final de siglo XIX coincidió con el acuerdo de compra para propiedad municipal de las fincas que ahora conforman el parque que impone su capitalidad natural a Alcalá. El nombre que se registró en aquel entonces por las autoridades en las que ya predominaban apellidos de continuidad de mando y gobierno durante el siglo XX quiso acreditar la huida de parajes y costumbrismos de abolengo menestral o nomenclatura de accidente geográfico, fuera los barrancos, fuera los cojos, adiós a las lagunas, la junquera del sordo, y similares, para entronizar la figura central del ejército español de la etapa central del siglo de los ensayos y pronunciamientos militares en el aprecio del mando ejecutivo de consejos de ministros. Leopoldo O,Donnell, en un sector del ejército, liberal se citaba entonces, es junto a Baldomero Espartero y Ramón María Narváez, cada cual de estos últimos en sectores liberal y moderado, forma parte del triunvirato de generales que apaciguaron o enardecieron el desarrollo de la historia política del siglo penúltimo. El insular O,Donnell participó muy activamente en el pronunciamiento de Vicálvaro, de 1854, que consolidó  a la reina Isabel II, y, muy activo en la ciudad de Alcalá, financió desde sus puestos de mando la construcción del cuartel del Príncipe, contiguo al cuartel de Lepanto. Es decir, una por acción (la construcción del cuartel) y otra por consentimiento obligado y póstumo (el parque tomó su nombre cuando el general había abandonado sin vida este mundo), el militar inquieto en la historia de España lleva su nombre a dos espacios muy distintos. El primero, en recinto que fue preparatorio de la guerra a través del ensayo y cultivo de las armas como forma de prevención y defensa; el segundo, como manifestación de la naturaleza, pero con la ordenación facultativa y técnica de un eco sistema que hace convivir fauna y flora con esmero e intención de influir en la vida de las personas.

Así podría ser llamado el parque O,Donnell, la tentativa convertida en realidad de un proyecto de apoyo en el siglo XX a la ciudad de Alcalá para converger el urbanismo con la naturaleza, el desarrollo de la urbe con la necesidad y el concurso del medio ambiente. Mención de naturaleza histórica para los patos que contribuían hasta hace unos años al primer contacto con el mundo animal de los niños de primaria de la ciudad. No menos al estanque alto, el de los peces, con más ambición en su confección con las fantasías “animadas de ayer y hoy”, el acceso escaleras arriba pareciera inspirado en “El señor de los anillos”, así de territorio de evocación admite el parque en determinados capítulos. El arbolado ofrece especies mezcladas y combinadas con criterio y selección de pinos carrascos y piñoneros, acacias, palmeras, cedros, tuyas, plátanos, olmos, moreras, higueras, sauces, árboles del paraíso, y un de verdad largo etcétera. Y la rosaleda del experto Ángel Esteban en las inmediaciones de la Pista Florida, con variedades insólitas, exactamente el mismo lugar en que los Diablos entonaban el Rayo de Sol, en 1970, el que “llegó y me dio tu querer, que tanto y tanto busqué, y al fin tendré”. Y la extensión de la pradera con el establecimiento de laberintos, en la línea de los parques ingleses, que intentan no confundirse, como dice el arquitecto Óscar Tusquets, entre “garden”, “field”, “yard” y “terrace”. Tusquets dice en libro “Dios lo ve” (Anagrama, 2000), que la “primera domesticidad de los vegetales obedeció a razones espirituales antes que económicas”.

La magia del parque O,Donnell, con sus concesiones al deporte y al ocio. Traspasado por los “runners” con sus indumentarias irreprochables, con sus campitos de fútbol, en los mismos espacios en que aparecía en los años setenta atado a un balón de reglamento Nandi Rodríguez Hernández, esperanzador delantero con vistas al Real Madrid, y luego autoridad en el otro parque, el de Bomberos. La piscina de explosión veraniega, aún con el apellido de mejor resguardada del corredor del Henares. Su muro de separación de la calle Astrana Marín, frente a Daoíz y Velarde, aún sostiene las rotulaciones de pintura artesanal con delineación de raigambre y costumbre.

Llega el equinoccio que dará paso al solsticio, los paseos por los pasajes y corredores de mullida arcilla compactada con los mejores y ligeros áridos. Una superficie de casi una hectárea, la unidad de medida de los campos de fútbol, es la que mantiene el parque O, Donnell, santo y seña de la dimensión de acercamiento y simpatía vegetal, aprecio de los verdes y las penumbras. La huerta de los Urrutia, en el siglo XIX, una hectárea aprox. Un saque técnicamente perfecto del guardameta Courtois desde la Vía Complutense conduciría el balón a la pista florida ya su rosaleda, frente a los muros de contención de las vías de Renfe. Los pinos fronterizos con la arteria complutense, frente a la muralla, se prosternan ante la historia de la fortaleza del palacio arzobispal y ante la modernización de la obra pública de transportes, la vía complutense que antes conducía a Barcelona y según los archivos también a la frontera de la Jonquera, Girona y Francia mediante.