Miguel Primo de Rivera, una dictadura de antaño  / Por Vicente Alberto Serrano

Miguel Primo de Rivera, una dictadura de antaño   /   Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

«Conviene recordar que en España no se ha publicado jamás un Manifiesto tan grosero, tan insultante para la nación, tan bochornoso como el que firmó el 13 de septiembre de 1923, día del golpe de Estado, Miguel Primo de Rivera, capitán general de la cuarta región.» Son palabras de don Miguel de Unamuno recogidas en las páginas iniciales de De Fuerteventura a París, una especie de Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos; elaborado entre la amargura y la impotencia del que fuese catedrático de la universidad de Salamanca, desterrado a Fuerteventura por el Dictador y huido posteriormente a París, donde –en 1925– escribió este peculiar poemario en castellano para la editorial Excelsior de la capital francesa. Sonetos en los que, entre otras lindezas, trataba al salvapatrias de «…tonto de capirote». Don Manuel Azaña tampoco se quedó corto al retratar la figura del chisposo militar jerezano. En el otoño de 1923 publicaba en la parisina revista Europe la primera parte de un extenso artículo titulado “Un año de dictadura” que más tarde, en febrero de 1925, apareció publicado en las páginas de la revista argentina Nosotros. Azaña logró fijar una perfecta imagen, a modo de “fotoMatón”. Entre tan lúcidas pinceladas me gustaría destacar párrafos como estos: «Deportó a Unamuno por despecho personal, sin saber quién era. Mirábalo (así se lo habrían enseñado) como un “triste profesor de griego”, que se entrometía a escribir de política. […] La deportación de Unamuno es la tropelía personal más violenta cometida por el dictador. Otras análogas –prisiones, destierros, secuestros– ha cumplido. Bravucón, arbitrario, muy pegado a las apariencias; blando en el fondo, relajado en demasía para soportar la terrible pesadumbre de los escarmientos irreparables.»

Miguel Primo de Rivera despachando con el rey, tras el golpe de estado.

Un centenario

El próximo 13 de septiembre se cumplen cien años de aquel golpe de Estado perpetrado por don Miguel, con la complacencia del rey borbón que de momento se sintió aliviado al disolverse tanta incómoda injerencia política. Un siglo hace ya del inicio de una dictadura militar que hoy, a muchos de nosotros nos suena a viejuna, aunque temerosamente repetitiva. Sin embargo a otros, en plena democracia, el ruido de sables aún les pone y todavía siguen admirando, y hoy seguro que añorando, este centenario. Apelan a que entonces se produjo un importante crecimiento económico y se desarrolló una política intervencionista y proteccionista con inversión en obras públicas e infraestructuras. Que tras el sospechoso y nefasto desastre de Annual y el carpetazo al Expediente Picasso,  se “encauzó” el problema de Marruecos a pesar de aquella controvertida operación del desembarco de Alhucemas de 1925, por cuya heroica gesta al militar jerezano se le otorgó, por real decreto, la Gran Cruz Laureada de San Fernando, máxima distinción del ejército español; aunque posteriormente –añadimos nosotros– se siguiera atacando el norte de Marruecos –no solo posiciones militares sino sobre todo territorios civiles– con gases tóxicos y bombas incendiarias.  El bombardeo continuado con iperita (gas mostaza) siguió causando –hasta 1927– la desolación en zocos y poblaciones indefensas. Aquel nefasto, campechano, pero caótico dictador que prometió arreglar el país en noventa días y luego largarse, se mantuvo durante siete años en el poder; primero configurando un Directorio Militar (1923-1925) que no solo creó un régimen castrense profundamente corrupto, sino que fue aplaudido y deseado desde un primer momento por los empresarios catalanes, creídos en que el salvaje pistolerismo amparado por Martínez Anido les iba a devolver la tranquilidad. Sin embargo, como escribe Alejando Quiroga en la Introducción a su libro Miguel Primo de Rivera, dictadura, populismo y nación (Ed. Crítica): «La labor nacionalizadora vino acompañada de una extensa represión de aquellos considerados enemigos de España, fundamentalmente catalanistas y anarquistas, si bien dentro de esta categoría también entraban nacionalistas vascos, republicanos, comunistas y, en ocasiones, liberales, conservadores y socialistas.» Mas tarde con el Directorio Civil (1925-1930) culminó su labor cuando concedió al contrabandista mallorquín Juan March todo tipo de prerrogativas o convirtió el monopolio estatal de Campsa en el más claro ejemplo de corrupción, repartiendo los cargos entre los miembros del gobierno y sus familias. Quiso culminar su labor con un anteproyecto de Constitución de carácter antiliberal y autoritario, pero por fin la adormecida sociedad fue capaz de reaccionar al considerarlo lo suficientemente impopular y consiguió forzarlo a dimitir. También había perdido el favor de Alfonso XIII que en otro tiempo alardeaba de poseer “…su Mussolini particular”.  Creyéndose traicionado además por su adorado ejército, se trasladó a París, donde falleció poco más tarde, el 16 de marzo de 1930, a los sesenta años de edad.

Fachada del Ayuntamiento de Alcalá y detalle de la lápida conmemorativa dedicada al dictador. (Fotos: Esperanza Santos)

Hijo adoptivo de Alcalá

En la fachada del Ayuntamiento de esta ciudad se conserva todavía una lápida que da noticia del nombramiento de hijo adoptivo al Excmo. Señor General D. Miguel Primo de Rivera. Marqués de Estella, gran español y gobernante egregio. Aprobada en una sesión celebrada el día 10 de octubre de 1925. El 25 de abril del año siguiente, el dictador jerezano visitaba de nuevo Alcalá. En esta ocasión no en una jornada lúdico-erótico-festiva de las que acostumbraba a realizar, sino más bien con carácter oficial. Por la mañana asistiría al descubrimiento de la citada lápida y posteriormente a un banquete en el salón de actos del Municipio. A primera hora de la tarde, acompañado del alcalde de la ciudad y del Conde de Canga-Arguelles, protagonizaría un mitin de la Unión Patriótica (único partido legalizado bajo su mandato) en el Teatro Salón Cervantes. Allí pronunciaría un “discurso importantísimo”, según destaca la reseña que realizó dos días más tarde el periódico monárquico ABC, dedicando al evento toda la portada, con una foto donde se ve al Dictador presidiendo la mesa y rodeado de ministros y autoridades ante un público entusiasmado; aparte de dos páginas íntegras a tres columnas en el interior, relatando minuciosamente el acto y destacando algunos de los momentos más sobresalientes, como cuando Primo de Rivera afirmó, entre otras lindezas, que el ejército estaba entregado a su labor regeneradora, que la masa obrera respetaba al Gobierno ante esa auténtica reconstrucción nacional, que el Parlamento era un artilugio inútil, por tanto que no se iría a elecciones y que los antiguos partidos no volverían jamás. Por supuesto la crónica se cerraba comentando que el acto finalizó con “grandes y prolongados aplausos” de los asistentes. Cien años nos contemplan. ¿De soledad o de tremendos equívocos?

El Hermano Carlos me susurró al oído: «Ese cartel resume la esencia valerosa de nuestra historia contemporánea».

Todo un símbolo

Inicié mis estudios en un colegio de los maristas ubicado en la Andalucía profunda. Confieso que fui un mal estudiante y que lo único que llegué a disfrutar de aquella deformada formación fueron la sesiones de cine de los domingos. En cierta ocasión hasta conseguí acceder a la sala de proyecciones, donde un Hermano manipulaba el endiablado artilugio que lanzaba sueños imposibles a la pantalla de enfrente. En la trasera de la puerta de aquel cuchitril, en lugar de conservar unos fotocromos de Quo Vadis?, La túnica sagrada o Los diez mandamientos –que sería lo lógico– tenía clavado un cartel con cuatro chinchetas. Algo así como una especie de Cuadro de Honor, pero bastante más colorista; reproducía una bandera nacional que contenía a su vez otras cinco banderas junto a los bustos de nueve personajes y unas fechas concretas. Ante mi curiosidad, el Hermano Carlos me susurró al oido: «Ese cartel resume la esencia valerosa de nuestra historia contemporánea». La imagen se quedó fijada de forma tan indeleble en mi memoria que infinidad de veces he llegado hasta a dudar de su existencia. En ocasiones he tratado de convencerme que tal vez tan solo fue un mal sueño de mi infancia, cuando nos saturaban de iconos patrióticos y triunfalistas. Sin embargo hace unos días he vuelto a encontrar aquella inquietante imagen reproducida en las páginas de un libro. Por tanto mi pesadilla era real. Afortunadamente no viví aquella desquiciada época alimentada después por los vencedores con exceso de imágenes desafortunadas. Durante todos estos años he procurado robustecer mi memoria, más allá de iconos propagandísticos, a través de imprescindibles manuales de historia. Hoy, sin llegar a ser un erudito en el tema, lamentablemente reconozco todos y cada uno de los caretos que protagonizan esta aberración gráfica. Presidido por don Miguel entre las “gloriosas” fechas de su golpe de estado. A ambos lados: Calvo Sotelo y Sanjurjo. En la banda gualda de abajo aparecen banderas “victoriosas” presidida por la de falange que contiene el retrato del “ausente”. Y más abajo, por supuesto un homenaje al “glorioso” alzamiento nacional con Franco en orla resplandeciente y Varela, Queipo, Cabanellas y Mola protegiendo los valores sacrosantos del imperio español. Parafraseando a William Shakespeare: «El resto es silencio».