Pablo Neruda y Federico / Por Vicente Alberto Serrano

Pablo Neruda y Federico  /  Por Vicente Alberto Serrano

Luces y sombras

Cuenta Pablo Neruda en las páginas de Confieso que he vivido (Ed. Seix Barral) –memorias póstumas publicadas en Barcelona en 1974– que conoció a Federico en la ciudad de Buenos Aires. Era agosto de 1933 y el poeta granadino acababa de arribar para asistir a una de las representaciones de Bodas de sangre por la compañía de Lola Membrives. Neruda –por las mismas fechas– había sido designado cónsul de Chile en la capital argentina. Inmediatamente congeniaron. Pocos meses después ambos fueron invitados a un banquete ofrecido por el Pen Club en los salones del Hotel Plaza. A Lorca se le ocurrió preparar un discurso al alimón, término que el propio Neruda desconocía. «Dos toreros pueden torear al mismo tiempo el mismo toro y con único capote. –le explicó Federico– Ésta es una de las pruebas más peligrosas del arte taurino. Por eso se ve muy pocas veces. No más de dos o tres veces en un siglo y sólo pueden hacerlo dos toreros que sean hermanos o que, por lo menos, tengan sangre común. Esto es lo que se llama torear al alimón. Y esto es lo que haremos en el discurso». Dedicada a Rubén Darío –porque ambos lo consideraban uno de los grandes creadores del lenguaje poético en el idioma español– aquella intervención debió ser memorable y sirvió además para estrechar aún más los lazos de amistad entre Pablo y Federico, tal y como se muestra en la foto de la presentación del libro de Norah Lange, 45 días y 30 marineros, donde aparecen disfrazados para la ocasión, junto al escritor gallego Amado Villar, el pintor argentino Jorge Larco y el poeta bonaerense Raúl González Tuñón. Al año siguiente Neruda es enviado por su gobierno a Barcelona, donde el jefe superior le aconseja que se trasladase a Madrid: «Allí está la poesía». Inmediatamente conoció a todos los amigos de García Lorca y Alberti: «A los pocos días yo era uno más entre los poetas españoles». En 1935 Manuel Altolaguirre le encarga la dirección de la revista Caballo verde para la poesía, de la que aparecerían cinco números. El sexto debería haberse distribuido el 19 de julio de 1936, pero quedó sin compaginar y coser en la madrileña calle Viriato. El día anterior los salvapatrias decidieron, a sangre y fuego, que tampoco eran buenos tiempos para la lírica.

El crimen fue en Granada

«Federico García Lorca no fue fusilado; fue asesinado. —escribe Neruda— Naturalmente nadie podía pensar que le matarían alguna vez. De todos los poetas de España era el más amado, el más querido, y el más semejante a un niño por su maravillosa alegría. ¿Quién pudiera creer que hubiera sobre la tierra, y sobre su tierra, monstruos capaces de un crimen tan inexplicable?» Conmocionado por la muerte de su gran amigo, Pablo Neruda no solo abraza sin ambages la causa republicana, sino que comienza a escribir los poemas que más tarde compondrán el libro España en el corazón, publicado en condiciones extremas por Manuel Altolaguirre camino del exilio.

Por supuesto fue destituido de su cargo diplomático; se desplaza a Valencia y poco más tarde marcha a París donde en 1937 pronuncia una conferencia para dar a conocer la figura, la obra y el trágico destino de Federico, alocución que finaliza con ésta desgarrada frase: «Y perdonadme que de todos los dolores de España os recuerde sólo la vida y la muerte de un poeta. Es que nosotros no podremos olvidar nunca este crimen, ni perdonarlo. No lo olvidaremos ni lo perdonaremos nunca. Nunca».

Cubiertas de las primeras ediciones de “Veinte poemas de amor…” (Santiago de Chile, 1924) y “Romancero gitano” (Madrid, 1928).

36 años después

En febrero de 1973, por razones de salud, Pablo Neruda renunció a su cargo de embajador en Francia y regresó a Chile. Tras el golpe militar del 11 de septiembre con el ataque al Palacio de la Moneda, el suicidio de Salvador Allende y el asesinato de Víctor Jara, su salud se agravó y el 19 fue trasladado de urgencia desde su casa de Isla Negra a Santiago, donde murió en la Clínica Santa María a las 22:30 del 23 de septiembre. Hasta febrero de 2023 –¡50 años después!– no se ha cerrado definitivamente el informe pericial que concluye que Pablo Neruda murió envenenado. Según la familia el asesinato supuestamente se cometió por medio de la bacteria del botulismo inyectada en el cuerpo del poeta chileno. Un sobrino de Neruda afirma que la bacteria hallada en sus restos «estaba en su cuerpo en el momento de la muerte».

Yo pisaré las calles nuevamente…

…De lo que fue Santiago ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes. […] Retornarán los libros, las canciones / que quemaron las manos asesinas / renacerá mi pueblo de su ruina / y pagarán su culpa los traidores… Aquellos versos en la voz de Pablo Milanés trataron de transmitirnos un ramalazo de esperanza ante los acontecimientos que se sucedieron en Chile, hace ahora cincuenta años. Éramos jóvenes entonces pero desde la distancia, también sufrimos con impotencia el asalto al Palacio de la Moneda, el asesinato del cantautor que recordaba a Amanda y la muerte del poeta que trató de escribirnos los versos más tristes cualquier noche. El 21 de septiembre los milicos del sanguinario Pinochet, confiscaron en las librerías de Santiago las obras de Pablo Neruda mientras el poeta agonizaba. Allanaron la “casa en la arena” de Isla Negra, destrozando su colección de caracolas y mascarones de proa. Las páginas con sus versos de denuncia constante, ardieron en las plazas de los pueblos y ciudades de Chile. Al día siguiente de su muerte, una turba de simpatizantes del golpe, bajo la cómplice inoperancia de los militares, irrumpieron en la vivienda de Neruda en el centro de la capital chilena. Robaron los libros de sus estanterías y formaron con ellos piras en la calle, destrozaron las obras de arte, saquearon la casa. La viuda se empeñó en que el velatorio se celebrase entre los restos del que fuese el hogar de ambos. De allí partió el cortejo fúnebre entre los gritos cada vez más desafiantes: «Camarada Pablo Neruda, ¡presente!; camarada Salvador Allende, ¡presente!; camarada Víctor Jara, ¡presente!» La mayoría de aquellas voces desesperadas, días más tarde, formarían parte de la trágica lista de desaparecidos. Una desoladora foto de Fina Torres, rescatada del libro Neruda, entierro y testamento, publicado por la editorial canaria Inventarios Provisionales, nos muestra a Matilde Urrutia ante el féretro de su marido entre la escenografía de la casa familiar destrozada por aquellos, que con la traicionera intromisión de la ayuda exterior, se empeñaron en arrasar las ansias de libertad del pueblo chileno.

Matilde Urrutia ante el féretro de su marido, entre la escenografía de la casa familiar, destrozada por aquellos que se empeñaron en arrasar las ansias de libertad del pueblo chileno. (Foto: Fina Torres. Del libro “Neruda, testamento y entierro”, publicado por Inventarios Provisionales).

Pablo y Federico

Allá por el verano de 1935 Pablo dedicaba una extensa “Oda a Federico García Lorca”, su íntimo amigo. Los cinco últimos versos fatídicamente casi se convirtieron en un epitafio: «Así es la vida, Federico, aquí tienes / las cosas que te puede ofrecer mi amistad / de melancólico varón varonil. / Ya sabes por ti mismo muchas cosas, / y otras irás sabiendo lentamente». Treinta y ocho años después Pablo Neruda también era asesinado.