“Ahí no llevas ná ganao”, así se manifestaba en formato de consejo Jesús Yebra cuando su intervención inclinaba a un amigo a separarse de alguna institución o colectivo. Este estilo sentencioso lo dominaba como nadie.
Jesús, natal de Villalbilla, ha llegado a contar hasta 91 años, en el pasado mes de junio, hasta que la naturaleza ha dictado su punto final. Benjamín de siete hermanos, perteneció a una familia de las más afluenciales en apellido del pueblo. Sucede con Yebra como con Soto, al decir del llorado Pedro Atienza: declamas Soto en Jerez y se dan la vuelta 123 paisanos. Igual en Villalbilla con Yebra.
El final de la contienda civil coincidió con su sexto aniversario desde su aparición en la escena vubilla en la maldita la hora coincidente con destrucción y cainismo. Este último atenazó a su familia por sus tentáculos fraternales por la única razón de abrazar por azar, por convicción, o por las dos cosas, universos ideológicos y humanos alejados de los que imperaban en España y en Villalbilla en aquel entonces. Hoy no es día de detalles de miseria, pero los hubo.
El crecimiento humano de Jesús, a su decir, no daba lugar a elecciones. Solo tirar para adelante, en una acepción muy distinta a la que emplea el más cercano asesor de la presidenta Ayuso: “p’alante” como alternativa geométrica de supervivencia. En la búsqueda o huida de itinerarios más cercanos al bienestar más íntimo, nuestro desaparecido, que forma parte del paisaje desde hace nueve décadas y además con la contribución de su gran alzada y verbalidad, halló confort en aquellos espacios de ocio que reclaman en pequeños pueblos la atención y la presencia. Así pues, la escopeta y el collar para galgos eran avíos comunes en su temporada de conejo y liebre y en la de perdiz y torcaz.
En otro orden de cosas, pero no de la homologación de hoy en día, se encontraba el perfil taurino, espacio de comodidad para Jesús, feliz y contento de pertenecer por derecho propio a la comisión de fiestas. “A ver los toros” es un lugar común ineludible previo a las capeas de los pueblos. Está el encierro, el grito de aliento al toro en su despliegue físico tras la salida del misterio para la res enclaustrada en su transporte. Pero la “entrega” del comisionado a la hora de ”ver los toros” es una función que nunca para un iniciado puede pasar inadvertida. La preparación del viaje generalmente a la sierra de Guadarrama, el descenso a los pastos de la dehesa, la iniciación al lenguaje del ganadero, la fraternidad del almuerzo a pie de obra con mayorales, todo ello constituía para Jesús un certificado de reconocimiento con el planeta de la crianza de toros. Y tan feliz que lo contaba. Su conversación estaba salpicada de anécdotas y recomendaciones sobre cuyo alcance futuro no existía asomo de duda por una concluyente fuerza: siempre tenía razón. La construcción como elemento creativo y transformador de la realidad ocupó su itinerario profesional y te podía explicar a su modo pedagógico en que consistía un muro de carga, por qué el cargadero tiene que tener más dimensión que el hueco, y cosas así.
Se apoyaba a menudo en una expresión muy de la zona del Henares para confirmar una exposición sobre la que se necesitaba una conformidad del contertulio. Así, le decías un parecer sobre algo o alguien y Jesús te replicaba en argumento a tu favor: “ehhh, cómo lo sabes!!!!”. Y era capaz de medir benefactoramente sobre algún peligro del género humano, por ejemplo, “no es mala persona… un poco hablador, eso sí!”, para referirse a un depredador humano. Jesús Yebra ha abandonado el mundo de los vivos para pesar del pueblo de Villalbilla y…de la industria tabaquera. Rivalizó en consumo de puros canarios y algún habano como el que más, sin repugnancia al farias de más implantación, sin distinción de usos horarios, le daba igual por la mañana que por la noche, su consumo dignificaba al hombre que consumía y encima sabía bien. Su nariz aguileña le daba continuidad al puro y hay quien dice que conserva una foto del homenajeado sin la asistencia de la labor con o sin vitola. El agradecimiento por el regalo de un puro no contenía únicamente palabras, también gestualidad, te agarraba de las piernas a la altura del fémur y te lanzaba en vertical como gozo y decantación de la amistad. “Matiítas, mira lo que dice éste. Habráse visto!!!”.
Lo peor es que se nos olvidará la entonación.