Iluminaciones en la sombra
Para muchos de nosotros la legendaria colección Austral supuso una especie de brújula para intentar orientarnos al navegar hacia los mínimos restos de aquel paraíso perdido que arrasaron los vencedores tras la guerra civil. En realidad nació en el exilio, allá en el hemisferio austral, fundada en septiembre de 1937 por el ensayista español Guillermo de Torre y el diseñador italiano Attilio Rossi en Buenos Aires. Al parecer fue la primera colección de libros de bolsillo que, pocos años mas tarde, se autorizó en este país «de todos los demonios». Se inició con la publicación de La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset y una vez asentada entre nosotros –no con pocas dificultades y mucha censura– llegó a superar más de 1.500 títulos en formato y sobrio diseño, con tosco papel y tipografías a veces tan minúsculas en tamaño que dificultaba aun más el esfuerzo de su lectura. Sin embargo en aquel tiempo de amordazado silencio nos ayudó a sobrevivir. Su amplio catálogo y sus cubiertas de colores básicos para las distintas materias sirvió para adentrarnos en el sugerente universo de ciertos autores, algunos ejemplares y otros no tanto. Ya lo afirmaba Blas de Otero: «Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra.»
Dionisio Ridruejo y su admiración a don Antonio
En 1969 Joan Manuel Serrat dedicó todo un elepé a la memoria de Antonio Machado. Un álbum en el que logró musicar algunos de su versos, con tal maestría que muchas de las estrofas del poeta hoy conforman parte entrañable de nuestras señas de identidad. Casi al final de la segunda cara del disco, Serrat cierra su homenaje dedicándole un emotivo y triste poema de recuerdo agradecido, titulado ‘En Coulliure’: «…profeta ni mártir / quiso Antonio ser / y un poco de todo / lo fue sin querer…» No deja de resultar paradójico que nosotros, a través del catálogo de Austral, ya conociésemos la obra de los hermanos Machado (Antonio y Manuel). Desde 1940, a tan solo pocos meses después del último parte de guerra, se fueron reeditando constantemente por Espasa-Calpe. Dionisio Ridruejo, el poeta falangista, golpista y divisionario contra la Rusia comunista, se empeñó en prologar unas Poesías completas (sic) justificando que lo hacía: «…por respeto, por ternura, por necesidad o deseo de elogio u homenaje como del discípulo para el maestro…» y que al leer en sus versos el nombre de su tierra soriana, se le produjo una espontánea afición hacia él. Con la rotundidad del vencedor y el cinismo del golpista, no tuvo pudor alguno en apropiarse del poeta, según él, secuestrado por la República, reconociéndolo como: «…gran poeta nuestro» y recomendando que: «…hay que rescatarlo, porque murió allí ignorado, en soledad y desatendido.»
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Cubiertas de los Machados editados en la colección Austral.
Los hermanos Machado en Austral
Poco después, ante la inquietante y rebelde deriva ideológica antifranquista hacia la que se fue inclinando el poeta Dionisio Ridruejo –según iba percibiendo el Régimen– fue bastante comprensible que pocas reediciones más tarde desapareciera el polémico prólogo de las páginas iniciales a unas supuestas Poesías completas, lógicamente incompletas, cercenadas de versos molestos. En la citada colección Austral se publicaron por primera vez el 17 de septiembre de 1940, con el número 149 de la colección. A Ridruejo le sustituye una oración de Rubén Darío a modo de prólogo. El 2 de julio del mismo año ya se había editado una Antología de Manuel Machado con el número 131 de la colección. El poeta León Felipe se empeñó en escribir desde el exilio que al menos ellos, los derrotados, se habían llevado la canción. Por eso los vencedores pronto se obsesionaron en dar a conocer –en aquella posguerra que se mostraría casi infinita– la obra de los hermanos Machado. Sin embargo don Antonio, el poeta que Ridruejo nos quiso mostrar como apolítico y manipulado por los ‘otros’ ya había escrito en 1912: «Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.» Con estos versos, a modo de musiquilla de fondo, pasamos la adolescencia tratando de recuperar a tantos otros poetas ninguneados: Lorca, Miguel Hernández, Emilio Prados, León Felipe, Cernuda, Max Aub, Alberti…
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Primeras ediciones de «Alma» (1902) y «Campos de Castilla» (1912).
Antonio y Manuel
A veces resultaron perjudiciales los consejos del radical progrerío de nuestra adolescencia cuando trataron de convencernos que los Machado eran algo así como los Caín y Abel del siglo XX, que representaban a las dos Españas. Intentándonos ocultar, no solo la profunda amistad y cariño que siempre mantuvieron los dos hermanos –llegando a escribir teatro a cuatro manos– sino que también cuestionaban la valiosa poética de Manuel (al margen de los mediocres y vergonzosos sonetos ensalzando a los rebeldes a causa del infame delito de haberse quedado aprisionado al otro lado). Sin lugar a dudas la agonía de Antonio Machado en su desolador camino hacia el exilio resulta sobrecogedor cuando nos lo describe su hermano José en Últimas soledades del poeta Antonio Machado (Ed. de la Torre). Nadie se cuestiona hoy su posición política en aquel tiempo desolador. Todos sus escritos lo acreditan y nos siguen reconfortando. Sin embargo, en defensa del otro Machado, recordar lo que tal vez algunos desconozcan, que Manuel escribió la letra del himno de la Segunda República, con música de Óscar Esplá, composición que en el último momento fue sustituida por el Himno de Riego. A Manuel le sorprendió el alzamiento en Burgos. No pudo regresar a la capital de la República. Incluso fue hasta encarcelado por los golpistas a causa de unas declaraciones intrascendentes que había realizado para la revista francesa Comedie, dadas a conocer por el corresponsal en París para el ABC de Sevilla. Gracias a las gestiones de José María Pemán y su cuñada la monja, pronto sería puesto en libertad. Sin embargo varado involuntariamente en la capital de la Cruzada, el miedo le vio obligado a tomar partido (¡y de qué forma!). Con toda certeza no fue lo correcto, pero ello no es óbice para desprestigiar la obra de uno de los más lúcidos representantes del modernismo hispano. Con tan solo los cuatro penúltimos versos de su poema ‘Adelfos’ podríamos rebatir a todos aquellos que trataron infructuosamente de negarle el pan y la sal: «Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme / lo que hago por vosotros hacer podéis por mi… / ¡Que la vida se tome la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir!…»
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Antonio Machado, el general Miguel Primo de Rivera, Manuel y José Antonio en el hotel Ritz, en el Homenaje tributado a los autores tras el estreno de «La Lola se va a los puertos». Madrid, 1929.