John Dos Passos a lomos de Rocinante  / Por Vicente Alberto Serrano

John Dos Passos a lomos de Rocinante   /   Por Vicente Alberto Serrano

Iluminaciones en la sombra

En 1922 el escritor norteamericano John Dos Passos recopiló una serie de artículos sobre la experiencia de su estancia en España a inicios de los años veinte. Publicado en al otro lado del Atlántico con el título Rosinante to the road again (Rocinante vuelve al camino, Ed. Alfaguara), fue considerado por algunos críticos como uno de los más sutiles libros que se hayan escrito ante la realidad española, su gente y sus paisajes. Un siglo después regresar a aquellas páginas magistrales supone todo un saludable ejercicio de reconciliación con este país de nuestras entretelas, porque acompañar a Telémaco, protagonista de aquella crónica viajera, en su ruta a pie desde Madrid a Toledo sigue aportando una muy particular imagen y esencia de todo lo español, perfilada por un novelista extranjero nacido en Chicago en 1896 que quedó prendado de todo lo nuestro desde que viajó por vez primera a estas tierras, con la pretensión de aprender español y prepararse para ingresar en la escuela de arquitectura. Se estableció entonces en la pensión “Boston” junto a la Puerta del Sol, a la espera de conseguir plaza en la Residencia de Estudiantes. «A pesar de mi enorme timidez, fui a tomar el té con Juan Ramón Jiménez, que ya entonces parecía sacado de un cuadro de El Greco, y me presentaron al formidable Valle-Inclán de barbas de chivo a las tres de la mañana en un café lleno de corrientes de aire» Párrafos como este escribe en las primeras páginas de Años inolvidables (Alianza Ed.) un delicioso y peculiar libro de memorias con el que nos da a conocer buena parte del intenso periodo de su adolescencia y juventud.

John Dos Passos (1896-1970) y José Robles Pazos (1897-¿1937?).

Vencidos

Siempre me resultaron significativos y desoladores los últimos versos de un poema de León Felipe: «Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar…/ Va cargado de amargura… / va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.» Tal vez porque irremediablemente los tengo asociados a la más triste de todas las historias, aquella que –como escribió Gil de Biedma– terminó mal.  En 1937, fecha tan dolorosamente inquietante, Dos Passos regresa al país que en su juventud le dejó profunda huella. En esta ocasión para intentar colaborar en poner freno a la peligrosa expansión del fascismo en Europa que había iniciado su amenaza con el golpe del 36 en territorio hispano. Aquí se reencuentra con su entrañable amigo Ernest Hemingway al que conoció cuando ambos conducían ambulancias durante la Primera Guerra Mundial. Juntos inician el esperanzador proyecto de rodar un documental con el que denunciar al mundo entero la barbarie que se estaba perpetrando en España, con el apoyo entusiasta de la iglesia y los fascismos alemán e italiano, mientras la hipocresía del Comité de no intervención miraban para otro lado. Tierra española sería dirigida por el cineasta holandés Joris Ivens y efectivamente su posterior proyección supuso un aldabonazo para muchas conciencias dormidas. Sin embargo la producción de la cinta generó algunas historias escabrosas, entre ellas la ruptura de una amistad (Hemingway-Dos Passos) que se fue resquebrajando abruptamente. Tal vez por eso de los créditos del film desaparecieron los nombres de los coguionistas: John Dos Passos, Archibald MacLeish y Lillian Hellman, también la intervención de Orson Welles como narrador pues ante el consejo de Prudencio de Pereda fue sustituido por Hemingway, alegando que el tono del actor resultaba excesivamente teatral (sic). Por tanto en el cartel definitivo de la película tan solo aparecían: Escrita y narrada por Ernest Hemingway. Dirigida por Joris Ivens. Meses antes, en Nueva York durante una cena con su amigo el anarquista italiano Carlos Tresca, este le había advertido ante el proyecto de la película: «John, ten cuidado con los comunistas en España. Te van a poner en ridículo…, En un gran ridículo.» A lo que Dos Passos le contestó: «Imposible, Carlos; Hemingway y yo vamos a tener el control completo sobre el guión.» Carlos Tresca fue asesinado el 11 de enero de 1943 en una calle de Nueva York por un desconocido, las sospechas recayeron en agentes antitroskistas.

Cubierta de la primera edición española de “Rocinante vuelve al camino” (Ed. Cenit) y la reimpresión de Alfaguara (2002).

José Robles

Existen dos libros bastantes clarificadores –dentro de lo que cabe– sobre la desaparición y asesinato de José Robles y, por supuesto, de la controvertida trayectoria de una amistad. La ruptura (Ed. Galaxia Gutenberg) es el título de una historia de desencanto escrita por Stephen Koch, autor de El fin de la inocencia (Ed. Tusquets) aquel otro texto legendario que nos aclaró muchos puntos oscuros de la guerra civil española. En Enterrar a los muertos (Ed. Seix Barral) Ignacio Martínez de Pisón incide en el mismo tema pero con un elaborado ejercicio de investigación para tratar de aclarar un suceso que resultó tan sospechosamente nebuloso como el secuestro y ejecución de Andreu Nin. En el prólogo a su traducción de Manhattan Transfer José Robles había escrito: «…Dos Passos aborda el problema técnico de pintar la vida de una ciudad enorme […] Su novela es una sucesión de escenas. La masa en bloque no aparece nunca, pero  los personajes se suman, se multiplican, hasta formar una multitud abigarrada de rentistas, negociantes, cómicos, obreros, millonarios, prostitutas, militares. […] La habilidad con que el autor pone en contacto a todos estos personajes tan heterogéneos es asombrosa.» Precisamente John Dos Passos y José Robles se conocieron en un vagón de tercera –allá por los años veinte– regresando de Toledo. Una amistad que se afianzaría años después cuando Robles obtuvo un puesto en la Universidad John Hopkins de Baltimore y los encuentros entre los dos amigos se hicieron frecuentes, culminando en 1930 con la traducción al español de una de las mejores novelas de Dos Passos, con prólogo incluido. En el verano del 36, como en años anteriores, Robles con su familia decidieron pasar las vacaciones en España. Aquí les salpica de lleno el golpe del 18 de julio y José Robles se incorpora sin dudar a la lucha antifascista. Un año después Dos Passos llega a Valencia procedente de París y en su reencuentro con Francisco Robles Coco, este con voz entrecortada le anuncia la terrible noticia: «Parece que ejecutaron a papá».

Dos versiones del cartel de la película “Tierra española”.

Rocinante pierde el camino

A partir de ese momento el escritor norteamericano se obsesiona por desentrañar las extrañas circunstancias que rodearon el secuestro de uno de sus mejores amigos llevado a cabo por los que, hasta ese momento, había considerado “de los nuestros”. Seguramente no se había enterado aún que las purgas estalinistas ya habían comenzado a desbordarse también por este territorio en guerra. Todas sus pesquisas fueron infructuosas recibiendo, incluso de las autoridades republicanas, tan solo una información distorsionada sobre aquel compañero del alma que, en otro tiempo le descubrió las coplas de Jorge Manrique y le explicó con todo detalle el cuadro del entierro del conde de Orgaz. Ahora tan solo se atrevían a justificar su desaparición acusándolo incluso de que –seguramente– se habría ido de la lengua y hubiese facilitado a los fascistas información privilegiada sobre secretos de inquietantes proyectos que estuviesen llevando a cabo los respetados agentes rusos, considerándolo por tanto motivo suficiente para su secuestro e incluso ejecución. El mismo Hemingway le recomendó que olvidase el caso Robles, llegándole a amenazar sobre las nefastas consecuencias que le podría acarrear tan sensible investigación sobre el partido, porque a la larga le supondría hasta ser ninguneado en su país, tanto su nombre como su obra, tachándole además de inquietante derechoso. Aquello supuso “La ruptura” de la profunda relación con Hemingway, tal y como nos la detalla Stephen Koch en su libro anteriormente citado. Fue para muchos radicales estalinistas como si Rocinante hubiese perdido el camino.

 

 

 

 

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