Gonzalo Celorio en su biblioteca / Por Vicente Alberto Serrano  

Gonzalo Celorio en su biblioteca  /  Por Vicente Alberto Serrano   

Iluminaciones en la sombra

En Cánones subversivos (Eds. Tusquets y PreTextos), el crítico y narrador mexicano Gonzalo Celorio (Premio Cervantes 2025) recoge siete lúcidos ensayos sobre literatura hispanoamericana. Pero habría que señalar también que inicia las páginas del volumen con un capítulo titulado “Mis libros” y lo cierra, a modo de entrañable epílogo, con “Un río español de sangre roja”. Algunos de nosotros aun recordamos aquel día –ya lejano en el tiempo pero no en nuestra memoria– en que descubrimos la existencia de cierto modo de narrar diferente que nos llegó desde la otra orilla del Atlántico, a través de Rayuela, Cien años de soledad, El reino de este mundo o La muerte de Artemio Cruz…  Ahora Celorio consigue que me sienta identificado con él al recorrer las páginas del capítulo inicial de Cánones, tal vez porque profeso el mismo vicio hacia los libros. Además es como si de pronto me hubiesen colocado un inquietante espejo donde quedan reflejadas infinitas lecturas que al parecer compartimos en aquel tiempo –ya tan lejano– de la adolescencia (somos casi de la misma edad): «…fue por antonomasia –afirma el autor mexicano– la época de los cambios y las definiciones, que nos imprimieron carácter, para bien o para mal.» Por culpa de Dickens, Swift, Salgari, Stevenson o Julio Verne comenzamos a confundir la vida con la literatura. Desde esta inevitable madurez tratamos de asumir aquel tiempo que hoy creemos no perdido pero que inexorablemente se aleja, mientras Gonzalo Celorio nos reitera machaconamente que nuestra pasión por los libros no se trata de una virtud sino de un vicio, una compulsión que ha convertido nuestras casas en una biblioteca: «…donde –se lamenta– apenas cuento con un espacio libre para dormir y otro para comer y cocinar. Como los seres vivos, los libros nacen, crecen, se reproducen, pero a diferencia de ellos, no parecen morir nunca. Por lo menos resulta muy difícil, si no imposible, desprenderse de un libro al que ya se le dio cabida en casa.» Contemplando una foto donde posa orgulloso ante su biblioteca, cuesta adivinar si su entorno me está produciendo envidia o vértigo.

Gonzalo Celorio (México, 1948) posa orgulloso ante su biblioteca, mientras cuesta adivinar si me produce envidia o vértigo.

Cinco libros

En cierta ocasión el crítico francés Philippe Ollé-Laprune, radicado en México, le preguntó: ¿Cuáles fueron los cinco libros que cambiaron su vida? Pregunta compleja en si misma porque Celorio se cuestionó desde el primer momento el complicado reto al tener que señalar tan solo cinco títulos para: «…cifrar en ellos las convulsiones del espíritu a lo largo de la vida.» Sin embargo se prestó al desafío, aclarando que «…todo gran libro acaba por modificar la vida.» y que nunca se lee de una manera aislada porque una obra trae aparejada otros títulos hermanos, realizando siempre una lectura múltiple. Su generosidad nos mostró tan ajustada lista en las páginas de este capítulo inicial, tal vez con el propósito de provocarnos la curiosidad como compulsivos lectores: 1.- La vida es sueño, de Calderón de la Barca; 2.- Demian, de Herman Hesse; 3.- La metamorfosis, de Kafka; 4.- Rayuela, de Julio Cortázar y 5.- Cien años de soledad, de García Márquez. Con este mínimo listado, creo que es el momento para que cada uno de nosotros regresemos y enumeremos títulos y autores preferidos –innumerables– y a la vez preguntarnos cuánto influyeron en nuestras vidas y si aquellas fueron lecturas siempre ejemplares.

Cubiertas de las ediciones mexicana y española de “Cánones subversivos”.

Un entrañable epílogo

Con el título “Un río español de sangre roja”, rescatado de un verso de Pedro Garfias, el último Premio Cervantes trata de recuperar los recuerdos de buena parte de su infancia, adolescencia y toda la trayectoria vital posterior, a través de los personajes que, arrastrados por un río español de sangre roja, contribuyeron a conformar su personalidad; desde Urbano Barnés, afamado médico procedente del exilio republicano que fue la primera persona en el mundo que le vio fuera del claustro materno, pues atendió el undécimo parto de su madre; hasta la rotunda y dolorida voz de León Felipe quien a través de un disco le intentaba explicar porque los españoles hablamos a grito pelado, justificando el tono pardo de su ronquera desde que en el Madrid del 36 trató de despertar al mundo con el grito: «¡Eh! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!» El 12 de junio de 1939, a bordo del vapor francés Sinaia llegaron al puerto mexicano de Veracruz 1.600 refugiados españoles que fueron acogidos generosamente por el gobierno de Lázaro Cárdenas, completando la nómina de una España peregrina. Tras repasar una buena parte de la larga lista de nombres que arribaron a su tierra huyendo de la barbarie vengadora para intentar recomponer allí los fragmentos de vidas traumáticamente rotas, Gonzalo Celorio cierra las páginas de este libro fundamental con sinceras palabras de agradecimiento: «Desde mi nacimiento hasta ahora, el exilio español republicano ha estado presente en mi vida y en buena medida la ha modelado, definido e impulsado.» Poniendo punto final con esta lúcida pregunta que él mismo se contesta: «¿Cómo habrá vivido la España franquista sin ellos? No me lo puedo imagina siquiera. Tal vez no pudo vivir.»

El vapor francés “Sinaia” a su llegada al puerto de Veracruz con 1.600 refugiados españoles a bordo. (12 de junio de 1939).

Literatura hispanoamericana

Algunas líneas más arriba yo recordaba cuando asistimos a La llegada de los bárbaros (Ed. Edhasa) tal como denominaron posteriormente Joaquín Marco y Jordi Gracia la recopilación de textos sobre La recepción de la literatura hispanoamericana en España, 1960-1981. Desde Borges a Vargas Llosa, deteniéndonos asombrados ante Juan Rulfo; confieso que nos empapamos con todos los que en aquellos años de adolescencia y primera juventud nos mostraron que existía otra forma de escribir más allá del estilo pomposo y de retóricas absurdas con el que nos habían tratado de formar. A Julio Cortázar (mi autor predilecto), Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes; junto con los poetas Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y el historiador Edmundo O’Gorman nos los vuelve a recuperar Gonzalo Celorio en los capítulos centrales de este libro necesario, inculcándonos de inmediato un compulsivo deseo de regresar sobre ellos para descubrir nuevas claves que su clarificador sentido crítico nos muestra y que nosotros fuimos incapaces de captar en aquellos momentos, a lo mejor desbordados por tanta materia nueva a disfrutar, porque debemos señalar que también asaltamos entonces la lectura de gran parte de la obra de Miguel Ángel Asturias, Mujica Lainez, Lezama Lima, José Donoso, Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti, Monterroso y otros muchos que ahora parecen reposar desperdigados por las estanterías de nuestra biblioteca –también algo exagerada, aunque no tanto– en volúmenes manoseados y subrayados hasta la extenuación.

 

 

 

 

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