Desde la Biblioteca de Babel
A las dos de la tarde del 5 de enero de 1936, víspera de la Noche de Reyes, muere don Ramón María del Valle-Inclán en Santiago de Compostela, en el sanatorio de un amigo suyo, donde se había recogido –seriamente enfermo– en la primavera del año anterior. Tenía 69 años. A las cinco de la tarde del 31 de diciembre del 1936, víspera de Nochevieja, moría don Miguel de Unamuno, recogido, o más bien retenido, en su casa de Salamanca, seriamente abatido, después del penoso incidente del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad. Tenía 72 años. Entre una y otra muerte se abre el paréntesis de los doce meses más sobrecogedores que recordarse puedan, el macabro prólogo de una sinrazón. Aquel año en que se decidió asesinar la cultura: Manuel Ciges Aparicio, Ramón Acín, Blas Infante, Manuel Bueno, Federico García Lorca, José María Hinojosa, Honorio Maura, Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca, Alfonso Ponce de León, José Manuel Aizpurúa…
Sarcástico testamento
El día 2 de enero don Ramón había escrito el que se supone su último texto. Con un título harto significativo: Testamento, y unos versos trufados con ese sentido del humor que supo mantener hasta el final: «Te dejo mi cadáver, reportero. / El día que me lleven a enterrar, / fumarás a mi costa un buen verguero, / te darás en la “Rumba” un buen yantar. […] Y al dejar la colilla con el chato, / a medio consumir, sobre el mantel, / dirás, gustando del bicarbonato, / “¡Que no la diñe ahora don Miguel!”». Doce meses tardaría en diñarla Unamuno; ocurrió una fría tarde salmantina, apegado al brasero y en presencia de un joven falangista recién llegado del frente. Al parecer sus últimas palabras no fueron sarcásticas, sino más bien patéticas: «¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!». Una densa zorrera invadió la habitación. La zapatilla del maestro se estaba quemando en el brasero sin que él ya lo sintiera, porque como había augurado tres meses antes aquella ave carroñera con el uniforme de la Legión: acababa de morir la inteligencia.
Martes de Carnaval
Desde mi incondicional pasión por toda la obra de don Ramón María del Valle-Inclán, muchas veces me he preguntado qué habría sido de él si hubiese asistido y sobrevivido a la Guerra Civil. Una reflexión que me viene de antiguo. Tal vez desde cuando asistí por primera vez a una puesta en escena de Martes de Carnaval, dirigida por Mario Gas en el Teatro María Guerrero en 1995. Enriquecida más tarde con la edición de los tres esperpentos que preparó Jesús Rubio Jiménez para la colección Austral de Espasa Calpe; aquella resultaba modélica en su género. Desde sus páginas no solo nos aclaraba el origen del título –que se refería muy directamente a un grupo de militares ridículos. Martes (plural de Marte, dios de la guerra), pero de Carnaval, es decir, de mascarada– sino que nos desbrozaba también el escenario histórico de cada una de las piezas. Las galas del difunto y el final de la guerra de Cuba. Los cuernos de don Friolera entre los motines de Barcelona, la guerra de África y el asesinato de Dato. La hija del capitán enredada con el directorio de Primo de Rivera.
Una sátira a la tropa
Los cuernos de don Friolera se fue publicando en 1921, a lo largo de cinco entregas en la “La Pluma”, la revista creada por Azaña y Rivas Cherif. Pero hasta 1930 no conoce su versión definitiva junto a los otros dos esperpentos. Es entonces cuando Valle decide integrar Martes de Carnaval como un volumen más de la “Ópera Omnia”, presentando de este modo su sátira antimilitarista, su arriesgada denuncia contra los militares que malbaratan en política, se inmiscuyen en la vida normal de la sociedad y golpean al Estado, alegando patriotismo y oscuros honores.
A pesar de los fríos reinantes
En cierto medio de comunicación de la época, Valle declaraba que iba a publicar Martes de Carnaval –una obra contra las dictaduras y el militarismo– en el próximo mes de marzo, a pesar del frío reinante. «Pensaba publicarla en el mes de mayo, pues entonces, dadas las condiciones climatológicas de Madrid, la Cárcel Modelo, cuyo interior conozco por mis permanencias en ella, está confortable. Pero no retrasaré la salida, porque considero que es un momento apropiado. Ya que los jóvenes callan, es cuestión de que lo hagan los viejos por ellos».
Nueva reflexión ante el montaje de Ángel Facio
Hace unos cuantos años, en el 2008, Ángel Facio, el mítico creador de Los Goliardos, volvió a montar a Valle en el Teatro Español. En este caso tan solo el esperpento central. Los cuernos de don Friolera de nuevo incitaban a la reflexión. Otra vez nos empeñábamos en imaginar a un Valle redivivo que desde su inevitable exilio hubiese completado la saga dedicando su último esperpento al Caudillo victorioso.