La novedad más notable de las elecciones andaluzas es la representada por la irrupción del partido Vox en la escena pública con una presencia cercana al 11por ciento de los votos, más del doble del 5 por ciento, considerado como el umbral a partir del cual se presta atención hasta entonces contenida a una opción política. En las elecciones generales últimas, junio de 2016, Vox obtuvo 50000 sufragios, en tanto que los pronósticos más frecuentes en prospección de voto le conceden un millón de votos.
Este tirón al alza de veinte veces más advierte ya de profundas razones que pueden explicar el tamaño de este crecimiento. Junto a razones puramente numéricas de desplazamiento del voto, en este caso cuanto rodea a esta eclosión da para muchas reflexiones. Vox es un partido marginal no sólo en posibilidades electorales, sino en el entendimiento del sistema constitucional por el que se rige el Estado.
Vox, entre otros muchos detalles de su ideario programático y doctrinal, es partidario de la supresión del estado de las autonomías y la desaparición de la administración autonómica con la eliminación de las competencias de gobierno hasta ahora delegadas por el poder central. Vox entiende como necesario un tratado nuevo de la Unión Europea, que estima como erróneo en constitución y planteamiento supranacionales.
Asimismo, Vox deplora todo lo relacionado con el islamismo y su deriva migratoria hacia España, entendida como un acervo de símbolos y mitos, lengua incluida, absolutamente protegible de los peligros que le acechan por todos y cada uno de los pliegues que el régimen democrático de 1978 ha fundado. Este crecimiento sideral, del voto a la estimación de voto, en solo dos años habla de un movimiento mucho más consistente de lo a primera vista apreciado.
El Frente Nacional de Le Pen, continuado por la hija Marine Le Pen, comenzó en 1974, con un 0,4%, para lograr casi un 15% en 1981, y ahora está en cotas superiores a un 20% y disputando la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Salvada la comparación aún muy inmadura para ello, el hecho es que el salto exponencial es de un atractivo sociológico indudable, pero también supone un desafío ideológico de primera magnitud por cuanto soporta las mayores cotas de riesgo a la hora de la defensa ideológica de ese cuerpo doctrinal, de un arrriesgadísimo planteamiento político que configura muy altos niveles de enfrentamiento entre fuerzas y sectores de opinión pública.
¿Es posible siquiera el planteamiento de vuelta de calcetín respecto de Europa, del estado de las Autonomías, del concepto de la inmigración, del que habla profunda, intestinalmente, Vox? ¿Es ello posible sin que se revienten las costuras del traje de nuestro país, parece que alejado a conciencia de la vía revolucionaria? Como decía el personaje del cuento de Antonio Tabucchi: «¿Se puede pensar en la misma cosa durante cuarenta años? Creo que sí».
Santiago Abascal y Javier Ortega Smith, con todo su arsenal de cambio nuclear de la cosa pública de los últimos cuarenta años, con menos de cincuenta años biológicos, de la misma generación que Pedro Sánchez, Rivera y Casado, lamentablemente para ellos parecen estar más cerca de José Antonio Primo de Rivera u Onésimo Redondo.
Javier Pradera, en su estudio sobre el falangismo, si es dado traerlo a colación, hablaba de Unamuno dirigiéndose a José Antonio para decirle que » no conviene que acentúen ustedes esa tendencia pasional». La pasión, por ahora, acompañada por la favorable realidad electoral, acompaña a Vox. Abascal ya galopa por los campos de Andalucía. Los biógrafos de Franco recuerdan que la enemistad del general gallego con el fundador de Falange empezaba siempre en la superioridad gallega sobre la jerezana con la caballería de por medio. Franco reprochaba a Primo de Rivera que no supiese montar a caballo.