Desde La Oveja Negra
El 10 de enero de 1880 nace Manuel Azaña Díaz en la calle de la Imagen de Alcalá de Henares. El 3 de noviembre de 1940 muere en el exilio, en una habitación de la primera planta del Hotel du Midi de Montauban. Doble conmemoración en el año que comienza. Santos Juliá y Juan Marichal fueron los dos historiadores que mayor atención prestaron para poder conocer a fondo los perfiles de la figura y la obra de aquel desconocido al que también se empeñó en retratar su cuñado y amigo, Cipriano Rivas Cherif.
El próximo viernes –140 años después– Diversas instituciones alcalaínas dedicarán un homenaje al recientemente fallecido Santos Juliá en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. Intervendrán José Álvarez Junco, Javier Moreno Luzón y José María Ridao. Presentados por Javier Rioyo. El actor José Luis Gómez leerá un texto de Santos Juliá y la chelista Marina Barba interpretará una pieza de Luis de Pablo.
Así que pasen cien años
Hace cuarenta años, tras la dictadura, el primer ayuntamiento democrático en pleno, quiso rendir un sencillo homenaje a Manuel Azaña ante la fachada de su casa natal para conmemorar el centenario del nacimiento. Colocaron una lápida de piedra artificial que pocos días después sería destrozada por algunos nostálgicos del Régimen. Intentaron reponerla en varias ocasiones antes los continuos hechos vandálicos de aquellos que aún consideraban persona non grata al paisano que alcanzó la presidencia de la Segunda República y escribió sobre la ciudad en varias de sus obras literarias. Al padre Esteban Azaña, que llegó a ser alcalde, le arrebataron su nombre de una calle y al pueblo Azaña, ubicado en la comarca de la Sagra, el batallón que lo liberó de las hordas rojas, le impuso su nombre: Numancia de la Sagra. En la fachada de la casa natal, (convertida tras la guerra civil en sede de Falange Española Tradicionalista y de las JONS) al final decidieron sustituir la piedra artificial por mármol, más contundente y fácil de limpiar de las pintadas agresivas. Hoy sobre el adoquinado de la calle, a la caída de tarde, se proyecta una frase del propio Azaña reivindicando su condición alcalaína. Pero poco más desde aquel sencillo homenaje de hace cuarenta años. Tal vez un parque fallido y el esfuerzo por parte del Foro del Henares por recordar su trayectoria política y literaria cada mes de noviembre, desde que un ayuntamiento conservador decidió suprimir la Semana Azaña de su calendario de eventos culturales. No existe una Fundación Azaña, tampoco una cátedra de estudios en la Universidad, ni siquiera el proyecto tantas veces acariciado de crear un premio de traducción con su nombre. Lo único que permanece es un resquemor constante hacia su figura y por supuesto un desconocimiento congénito de su obra literaria.
José Félix Huerta Calopa
Llegué a tener una cierta amistad con José Félix Huerta Calopa. Lo visitamos en su casa de la calle Almazán –Javier Rioyo y yo– cuando regresó del exilio, tras la muerte del dictador. Sabíamos que había conocido personalmente a Manuel Azaña y decidimos hacerle una entrevista, con destino al semanario Henares 2000, para conocer sus impresiones sobre el personaje. Por conocidas razones. que no vienen al caso, la entrevista nunca se publicó. En estos días, al leer Cartas de Ginebra de Andrés Saborit (Ed. Fundación Pablo Iglesias) he descubierto algunas de las que le escribió desde su exilio voluntario en Biarritz. José Félix Huerta Calopa (1886-1979), político alcalaíno, magistrado del Tribunal Supremo, alcalde de Alcalá desde 1939 a 1941, periodista y autor de varios libros entre los que destacan: Sobre la dictadura (ataque frontal al dictador jerezano), Defensa de España (duras críticas al régimen de Franco) y Defensa de la paz (donde acomete contra Nixon, como mal abogado de una causa perdida). Por cierto, todas sus cartas son bastante peculiares, pero la que me ha despertado mayor interés ha sido la fechada el 4 de mayo de 1964. En ella le narra a Andrés Saborit exactamente –con las mismas palabras– lo que nos contó a nosotros sobre Azaña, una tarde de verano a finales de los setenta, en el jardín de su casa. Se trata de un texto para analizar en profundidad. Si conseguimos despejar su verdad, tal vez nos aclare algunas dudas sobre la relación de Azaña con Alcalá o la relación de Alcalá con Azaña.
Carta a Andrés Saborit
«…Le referiré una anécdota de nuestra Ciudad incomparable, símbolo y blasón de nuestra gran Patria española. Mi juventud transcurrió en Alcalá, dividida entonces en dos bandos opuestos: Los Huertas y los Azañas. A nuestro lado estaba el pueblo (entre nuestros partidarios figuraba el primer socialista que hubo en Alcalá, el buenísimo Antonio Fernández Quer, de quien Vd. habla en dos lugares de su libro sobre Besteiro) y todas las izquierdas. Con los Azañas estaban los ricachos, los curiales, casi todo el clero, los militares, las derechas, en suma.
Como es natural esta rivalidad en que vivíamos (con riñas, cuchilladas, palizas, procesamientos, etc.) nos impedía ser amigos a Manuel Azaña y a mí. Pero un día, en 1930, al entrar yo en una librería de la calle San Bernardo, (se llamaba “El libro Barato”) tropecé al abrir la puerta con un señor que estaba mirando unos volúmenes. “Usted perdone”, le dije excusándome. Al volverse, para decirme cortésmente que no necesitaba disculparme, vi que mi interlocutor era Manolo Azaña.
–– ¡Hombre!, me dijo. ¡Qué sorpresa! ¿qué hay por nuestro pueblo?
–– “Ya puedes figurártelo”, le repliqué; “lo de siempre. Por cierto, que estoy leyendo una obra tuya, El jardín de los frailes, y precisamente, por estar tan alejados el uno del otro, pienso ser yo quien organice un homenaje de nuestros paisanos en honor tuyo”.
Azaña, que desde el primer momento había estado algo distante, cambió por completo.
–– No sabes lo que te agradezco tu iniciativa. Debo decirte sin embargo, que no acepto ese homenaje. Fuera de ti y de dos o tres personas más, no me interesa ningún alcalaíno. Y debo decirte más aún: hay tres cosas que me revientan como no tienes idea: los curas los militares y Alcalá. ¡No quiero nada con Alcalá!
Nos despedimos amistosamente. Poco después publiqué un libro Sobre la Dictadura. Me visitó para felicitarme.
–– “¡Cuánto te agradezco tus palabras!”, le dije,. “Porque como habrás visto, seguimos opinando de modo distinto”
–– “No tanto como parece”, repuso».