Desde La Oveja Negra
En el año 1927 muere Isadora Duncan; procesan y encarcelan a Antonio Gramsci, secretario del Partido Comunista Italiano; finaliza la sangrienta guerra del Rif; se crea la F.A.I.; Lindberg atraviesa el Atlántico en avión; Marcel Proust concluye En busca del tiempo perdido y Azaña acaba de publicar El jardín de los frailes. Tal vez debieron ser buenos tiempos para la lírica porque unos cuantos poetas se reunieron, a finales de diciembre, en Sevilla para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora. Sobre el estrado, en la Sociedad Económica de Amigos del País –el Ateneo sevillano estaba ocupado por las festividades navideñas– un grupo de desconocidos, con sueños de inmortalidad, se apretujan alrededor de un señor con bigote para salir en la foto (que por cierto Pepín Bello siempre aseguró que la hizo él). Aquel retrato intrascendente se convertirá en la imagen de marca para denominar a toda una generación que algunos, posteriormente, dieron en llamar del veintisiete. Fue un grupo mucho más numeroso en cuanto a miembros. En la foto faltan: Salinas, Aleixandre y Cernuda, también Prados y Altolaguirre; aparecen sin embargo Chabás y Bacarisse, al tiempo que Bergamín agacha la cabeza como avergonzado o meditabundo en la duda de si él realmente debería estar presente en la instántanea. El dato más significativo: en el retrato no encontramos mujer alguna. Si exceptuamos –claro está– la reproducción en escayola de la diosa Leda que aparece tras Rafael Alberti y adorna el salón de actos.
Lyceum Club Femenino
Tanto en Recuerdos de una mujer de la Generación del 98 de Carmen Baroja y Nessi (Ed. Tusquets), como en la Memoria de la melancolía de María Teresa León (Ed. Castalia), constantemente se evoca la magnífica labor cultural y social que en torno a la mujer realizó el Lyceum Club; desde su creación en 1926, en pleno reinado de Alfonso XIII, por supuesto enfrentándose a toda la sociedad tradicional y machista. En 1939 Ramón Serrano Suñer la disuelve para convertirla en el “Círculo Medina” de la Sección Femenina. Sin embargo la época anterior estuvo presidida por María de Maeztu, convencida que sólo por medio de una educación europea generalizada podría sacarse a España de su atraso. El Lyceum fue la primera asociación feminista del país y llegó a representar la imagen más emblemática de la emancipación de la mujer. Una fugaz trayectoria surgida en paralelo con los miembros “reconocidos” de la generación del 27. Escritoras e intelectuales que constituyeron uno de los proyectos más ambiciosos y arriesgados del pasado siglo. Al parecer el dramaturgo Jacinto Benavente fue invitado a disertar en sus salones, pero se disculpó afirmando que él no solía hablar a tontas ni a locas. La sombra de la misoginia no suele ser alargada, sino más bien infinita.
Evocar los números redondos
Hace un par de décadas, 1998 fue año generoso en conmemoraciones; los centenarios se sucedían uno detrás de otro. Se “celebraron” las gestas del 98 (los desastres de Cuba, Filipinas y la pérdida de Puerto Rico). Se intentó recuperar el Regeneracionismo como modelo político a seguir, se releyeron a los noventaiochistas para rellenar periódicos y revistas con “personalísimas” y nuevas visiones de su pensamiento en positivo. Se acumularon los números redondos, coincidiendo con años de nacimiento: Vicente Aleixandre (26 de abril de 1898) y Dámaso Alonso (22 de octubre de 1898), eclipsados por la proyección de Federico García Lorca (5 de junio de 1898), porque una vez más, su figura y trágico final, se prestaban mucho mejor a una necesaria reivindicación. Sin embargo Rosa Chacel (3 de junio de 1898) y Concha Méndez (27 de julio de 1898) también cumplían centenario, pero de ellas no llegaron a dar cuenta ni siquiera las revistas culturales más especializadas.
Las que no salieron en la foto
Hace algún tiempo se editó Antología de poetisas del 27 (Ed. Castalia), conteniendo los versos de aquellas que no salieron en la foto de Sevilla. La edición, con amplia y clarificadora introducción, fue preparada por Emilio Miró, Profesor de Literatura Española de la Universidad Complutense. En sus páginas aparecen Concha Méndez y Rosa Chacel de la que se muestra su faceta poética, la menos conocida. Junto a ellas se recuperan a Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre y Carmen Conde de la que hay que recordar también su amplia, aunque incompleta Antología de Poesía Femenina Española, 1939-1950 (Ed. Bruguera) publicada en años difíciles. Nombres todos ellos que casi nunca se citaban, ni en las más completas antologías sobre el grupo del 27. En cierta ocasión José-Carlos Mainer señalaba el recelo que suscita el enunciado de “mujeres poetas”, tanto como aquel de “literatura femenina”, obligado a agruparse así –y ahí reside lo arbitrario– como dice él, porque siempre brillan por su ausencia en cualquier tratado por extenso que sea. Valbuena Prat en la Historia de la Literatura Española (Ed. Gustavo Gili) cita a tres de ellas, incluso les dedica un par de páginas –por galantería confiesa el autor– pero apenas si llega a decir que: «Josefina de la Torre posee efluvios de Pedro Salinas, Ernestina de Champourcin es vasca como Basterra, que Concha Méndez estuvo casada con el poeta Manuel Altolaguirre y en su poesía se denotan claras influencias de Lorca y Alberti».
Concha Méndez y Buñuel
Intentar desbrozar la figura de Concha Méndez de tan premeditado olvido, resulta labor harto compleja; solía aparecer siempre desdibujada entre tanto poeta que en aquellos tiempos parecían estar mirando hacia otro lado. Pero cuando descubrimos que llegó a ser campeona de natación en un concurso de las Vascongadas, uno no solo queda sorprendido, sino que desde entonces intentamos explicarnos como lograba salpicar versos en cada brazada, construyendo poemas en la soledad del corredor de fondo, desparramándolos después al borde de piscinas imaginarias. En uno de sus poemas titulado “Nadadora”, recogido en el libro Surtidor (Ed. Cuadernos del Vigía), escribe: «Mis brazos: / los remos. / La quilla: / mi cuerpo. / Timón: / mi pensamiento./ Si fuera sirena, / mis cantos / serían mis versos.» Después, cuando nos enteramos que durante un tiempo fue novia de Luis Buñuel, nos cuesta, aún más, evocarla en tan peculiar relación. El cine formó, sin duda, parte de su educación sentimental; en el libro Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas (Ed. Renacimiento) afirma: «…y nuestras preferencias eran Chaplin y Buster Keaton. Al cine lo veía como una maravilla; después, creo que empezó a declinar. ¿O lo que declinaba era la maravilla que sentí las primeras veces que lo vi?» ¿Se estaba refiriendo al cine o a Buñuel?
Con Manuel Altolaguirre
Describe Juan Ramón Jiménez a Concha en Españoles de tres mundos (Alianza Ed.) con «Su mono añil puede ser cajista de imprenta, enrolada de buque, fogonera de tren, polizón de zepelín, todo por la Poesía delantera que huye en cruz de horizontes ante las cuatro máquinas.» Seguro que la imaginaba el poeta de Moguer en compañía de Manuel Altolaguirre en la casa-taller de la madrileña calle Viriato, maquetando poemas propios y ajenos en ediciones impecables. Y también preparando cada número de la revista Héroe, donde publicaron todos aquellos escritores y escritoras durante los tiempos ilusionados de la Segunda República. Sueños que inevitablemente se fueron rompiendo a partir del 36. Versos estremecidos que el exilio dispersó hacia La Habana y México. Ediciones de la diáspora que el matrimonio Méndez-Altolaguirre supieron mantener heroicamente unos cuantos años más. Revisitar, o simplemente descubrir, los versos de Concha Méndez supone rememorar otras páginas de la literatura, escritas por todas y todos los que aquel día de diciembre del 27, no llegó a inmortalizar la cámara de Pepín Bello.