La historiadora alcalaína María Jesús Vázquez Madruga nos desvela una semana más curiosidades de Alcalá de Henares
COSAS DE ALCALÁ
¿SABÍAS QUÉ…?
La actual calle de Santa Úrsula, antes se llamaba de la Justa. Y es que esa Justa existió y era muy muy rica. Vivió en el siglo XVI –falleció en 1595- y en esa calle tenía sus “casas principales”, porque como era tan rica, tenía otras casas y muchas tierras. Es por eso que su memoria se alargó en el tiempo. Y es que, en otros tiempos, cuando no había letreros en las calles, la gente las denominaba con el nombre de alguien importante, como la de don Pedro de la Laguna, hoy de la Laguna, la de Juan de Almazán, hoy de Almazán, la de Bello, la de Gallo, que no del Gallo, debida a la familia Gallo, etc.
Y hablando de calles, ¿Sabías que?
Hasta el siglo XIX no se regulan los números en las casas, o se hacía de modo correlativo, lo que era un lío. Puen bien, en 1890, el Ayuntamiento ordena una nueva numeración y también que se rotulasen todas las calles. Y surge el problema de siempre: no tenía dinero para ello, por eso no se hicieron las placas de las calles ni de “azul de chapa ni de la cartuja” (cerámica) por el coste. Es más, en algunos casos se reutilizan fragmentos de lápidas, como la que hubo en la calle del Tinte, sin duda era lo más barato. Además, el Consistorio ordena que los dueños de las casas paguen los números de éstas. Así cualquiera.
Y entre la calle de las Damas (foto superior Google Street) y la de las Vaqueras hay hoy un parque, pequeño y recoleto, con su espacio arenoso para niños –que por cierto no respetan los dueños de los perros- Pues es el Corral de los Cerdos, porque ahí se guardaba el ganado de cerda para surtir a la ciudad al menos desde el siglo XVIII y que no hace muchos años se recuperó para la ciudadanía. Precisamente en 1803 se cayó una de las tapias que finalmente, en 1823 tuvo que reparar el vecino Alfonso García Ximénez, porque el Ayuntamiento…adivinen, ¡claro! No tenía dinero.
Y el 30 de noviembre de 1882 se declara calle pública el Corral de la Sinagoga, ese que cuando los judíos fueron expulsados intentaron llamar Corral del Cristo, o de la Cruz, sin ningún éxito, por cierto.
Otro asunto importante en las calles eran las aguas puercas y los albañales o basureros. Tanto en las calles como en los patios y corrales –que siempre hubo muchos en nuestra ciudad- el olor debía ser…no podemos hoy imaginarlo. Las basuras llegaban hasta la cima de muchas tapias. El ayuntamiento, mediante las sucesivas ordenanzas intentan que las basuras se lleven fuera de la ciudad, luego se vendían para abono, pero claro, entretanto…aromas de España. El pozo de aguas puercas de la cárcel estuvo justo enfrente, en el callejón del Vicario, donde hoy hay una alcantarilla.
Las deposiciones en las vías públicas eran corrientes. Y en ocasiones se instalan urinarios, por ejemplo, en la propia calle Mayor (foto inferior). Pero volvemos a los aromas. En 1884 se pide al Consistorio que desaparezca el recipiente urinario sito en la calle Mayor 84 de Miguel Ángel Gallo porque incluso a los coetáneos, bastante acostumbrados a ello, les resultaba insoportable. Y a finales de esa centuria también se elimina la cubeta urinaria sita en la esquina de la calle de Cervantes.
Y seguimos con calles, en este caso, una plazuela: San Juan de Dios. Frente al convento de Nuestra Señora de la Esperanza, popularmente conocido como “Las Claras” estuvo el convento-hospital de San Juan de Dios. Tras la desamortización, pasa a manos privadas, y en 1873 el dueño, Plácido Olaeta y Roqueñí, dice que esa plazuela es suya y quiere cerrarla para hacer un jardín. El Ayuntamiento no le da permiso y ahí sigue la plazuela y lo que queda del convento convertido en viviendas.
Un inciso por si alguien no recuerda qué fueron las desamortizaciones, que hubo varias, aunque la más conocida fue la de “Juan y medio” por lo alto que era Juan Mendizábal, que tampoco era ese su auténtico apellido. Pero esa es otra historia. Se trataba de que el Estado se quedaba con casi todos los bienes de la Iglesia para venderlos, obtener dinero y repartir tierras. Al final, las tierras las compraron los ricos o se repartieron muy poco y el Estado obtuvo dinero, si, pero no todo el que había previsto. Un fiasco, porque se abandonaron cientos de edificios religiosos, se perdió patrimonio a mansalva y se beneficiaron unos cuantos.
En Alcalá, con tantos conventos y colegios-conventos suprimidos la ruina a finales del siglo XIX era evidente y el aspecto de la ciudad tristísimo. Precisamente, las campanas de los conventos desamortizados se llevaron al de Trinitarios en 1838, luego, vaya usted a saber dónde fueron a parar, porque en 1883, Las Juanas, piden al Ayuntamiento una campana que, dicen, hay en el cementerio, porque se les ha roto una de las dos que tienen, pero no se la dan. Si hubieran mentido diciendo que sólo tenían una…