In memoriam
Solo siete días han faltado para cuadrar el cumpleaños número 91 para el ya nonagenario Daniel Brande, el Chato para su círculo y su circunferencia de amigos, que era geométricamente amplia en razón de su calidad bondadosa. A tanta superficie le corresponde idéntica nobleza, a cada cual según sus necesidades y sus simetrías.
El Chato llegó a Torres de la Alameda, a principios de los sesenta, procedente de la Cuenca ya muy puesta en el mapa, concretamente desde Saelices, lugar de nombradía borbónica. Allí tenía su finca hasta su desaparición, la infanta Paz, hija de Isabel II, tira que te tira hasta el actual rey Felipe. Tras su muerte en Alemania, la finca Villa Paz, por identidad de nombre, en el paraje de Casas Luján, siguió dando ambiente a Saelices, máxime cuando en los años cincuenta del siglo XX fue adquirida por Luis Miguel Dominguín, para solaz de la familia y ubicación de las bodas de Antonio Ordóñez y el propio Luis Miguel.
Nuestro Chato cogió por las solapas al compromiso vital y miró de soslayo la vida social de aquel Saelices del papel couché de entonces para dirigir sus pasos al Torres cereal y cerámico de los años sesenta. Mucho desarrollo y mucha estabilización económica para el New York Times y para Eisenhower, pero en Torres para ser alguien en la renta per cápita del PIB tenías que saber lo que era “coger pares”, la salida de ladrillo en formación de dos desde el horno para su clasificación en vagonetas y jaulas, todo ello sin prevención, con riesgo y muy poco laboral, más bien en régimen manchesteriano, y de ahí para arriba la cuesta de la esclavitud.
Aquella generación, Daniel metido en ella, conoció el “palmolive” y el champú sin ph y mucho menos neutro, pero combatió heroicamente la carbonilla de los hornos y la silicosis. …y encima hizo célebre a López Rodó y su milagro económico. Claro que había tiempo, concretamente la mitad del sábado y todo el domingo, para ejercer el ocio en las barras de los bares de Manolo, la Eloísa y el Ropero de Vicente Gary. En aquellos espacios, el Chato inauguró la expresión ahora de moda de hacer “de la necesidad virtud”. Jamás unió su destino a mujer alguna, decisión tan respetable como agradecida porque de este modo todas sus energías las proyectó en la camaradería hostelera.
Emparentado por vía política con su cuñado Antonio Pirulo, otro prócer de la amistad como valor inmortal, nadie conoció a algún enemigo suyo. Antes al contrario, su paso por el
mundo, de inicio en fecha republicana, 14 de abril como gustaba decir, fue de puntillas para el enfado y de gran verticalidad para el festejo y la reunión. Muy del gusto del chiquiteo en versión meseta, cuatro bares en una mañana, “todo el mundo tiene que comer”, Ignacio Polo, ya también en la columna de los caídos en el Registro Civil, le piropeaba sobre su soltería con recurso a la ironía: “vete, Chato, que estará menuda ella, con el genio que tiene”. Ni existía ella ni el genio.
Las compras en Makro para el Bar Ropero, a cuyo dueño acompañaba a media semana, con parada en Las Chuletas de San Fernando, con denominación de inolvidables. Para el Chato era parada obligatoria la cámara frigorífica de los jamones ibéricos. Diez minutos al lado de una pieza de Joselito y luego el trallazo: “Este olor se le mete a uno en el cuerpo y no se va
así como así, mucho mejor que el Calvín Klein ése”. La nariz perfectible del Chato tenía una pituitaria sabia para el conocimiento de las buenas ondas, las que sabían de la conversación y del ensanche de la convivencia. “Cuidado, que viene el académico…”, en el momento en que llegaba alguien que corregía y daba mala nota.
Cuando los artistas españoles se fueron a Cuenca a juntarse en el grupo El Paso, vanguardia de la inquietud española, con trazos negros y rojos de respuesta a una realidad, el Chato eligió el camino opuesto para la conquista laboral de Torres de la Alameda, a golpe de pedal de bicicleta, con los destinos de las cerámicas de Puente Grande, Santa Águeda, La Pilarica, y el promotor J. Gutiérrez, todas ellas para la producción de visto y hueco doble, la munición de la construcción que llevaría al país a la décima posición industrial.
A costa de los sacrificios de una generación, pero con las ansias de cordialidad de gentes como El Chato, tranquilo siempre, incluso para su despedida a una semana de su último 14 de abril. Daniel Brande, apellido de origen galés, quién lo iba a decir.