Según entras al fondo a mano derecha, no tiene pérdida. Y si la tuviere, Juan Alba lo impediría. Uno de nuestros hombres de Ubrique en Alcalá, Juan, te conduce desde la luminosidad velazqueña de la mañana solsticial de la calle de San Juan a la interioridad del salón de actos de la Delegación de Turismo, Casa de la Entrevista, donde hace más de cinco siglos con unos mazapanes por testigos Isabel la Católica se entretuvo con Cristóbal Colón para hablar de espejismos y presupuestos con océanos por medio, lo que permitió a Rubén Darío decir que aquello era un “vasto social cataclismo sobre la faz del orbe”. El interior de Turismo es un salón de actos con colores metálicos hasta los tres metros como frontera para dar paso al blanco nuclear. Todo esto para mayor gloria de Pedro Atienza, diez años ya desaparecido, para descenso de la estadística de talento, consumo de espirituosos y de la ocurrencia inconmensurable.
Sus amigos en proporción idéntica a sus admiradores se dieron cita con la calidez de Juan Alba y el Foro del Henares, atentos a la efeméride. Todos los ponentes iban provistos como los toreros de arte, que llevan engaños pequeños, de poemarios en ediciones mínimas, extraídas por la succión de ayudas de Perico sobre cuyo magisterio nunca se produjo cisma o discusión. Pablo Nogales mira a la bóveda de la sala que impide el cielo o el infinito donde habite el homenajeado. Elisa de Francisco relata en clave familiar el endecasílabo “Aitana Palacios de Francisco”, en pie de igualdad con “me he quedado sin pulso y sin aliento”, o “es fuego abrasador, es fuego helado”. O Pedro Pérez Hinojos, el otro ubriqueño de simbiosis complutense, con memoria de encuentros con Atienza, con relato de sus únicos cinco minutos de pudor en el preámbulo de su estreno en el Corral de Comedias. Pedro Atienza esconde su pronombre personal ante el compromiso e Hinojos abjura del olimpo: “qué te pasa? Estás malo?”. El epílogo lleva la marca de Joaquín Hinojosa, quien le empujó al teatro de plaza Cervantes con el permiso de la “casa madre, El Teatro la Abadía. Contó todo con acopio de detalles de las bondades nocturnas del Buttarelli y El Gringo Viejo, con Sebas como relator de la ONU hostelera, ya pertenecientes al osario de los templos de copas y manteles. Y de viva voz, con desprecio de micros y diademas, solo con la ayuda de un medicamento para aclarar la voz, en un solo viaje, el que une la petaca con la garganta.
El cementerio de recuerdos de las calles Carmen Calzado y Ramón y Cajal linda temporalmente con el rabioso presente den Antológico, en la trasera de la catedral, donde continuó en formato festival el anecdotario del activista del soneto Atienza. El deletreo de acento jienense de Andrés Alcántara, alumno del profesor de la bondad aplicada al bronce, Julio López Hernández, secuaz de las labores de Pedro, alabatorio de la condición de jugador de baloncesto que se encargaba de desmentir nada más botar el balón, propietario de la versión oxímoron del impulso: Atienza saltaba en las canchas de basket al mismo tiempo que se agachaba, es decir saltar para abajo. Elisa de Francisco recordaba el copyright de Pedro en su “camino de la lengua”, preterido después por la sucesión de contiendas electorales, cuando por entonces Bob Dylan incluía Alcalá en un recorrido internacional, como si tal cosa. Aquel momento en que en medio de una nutrida delegación de representación en un acto festivo y cultural, preguntado Pedro por su nivel de responsabilidad en el equipo en el que era autor, prescindió de contestar “ideólogo” para responder que era el “camello”. Entre los asombrados, que fueron todos, se encontraba Marisa Paredes, ahora en la misma trinchera que Pedro Atienza.
La trinchera de su memoria la excavaron sus amigos zapadores el día que en Alcalá el invierno daba la vuelta a la esquina en la calle San Juan.