Desde la Biblioteca de Babel
En 1967 George Martin produce para los Beatles el álbum Sgt. Pepper’s; un cambio radical en la discografía del conjunto de Liverpool; desde su concepción musical hasta su realización formal. La portada no es un ‘collage’ al uso, sino toda una magnífica puesta en escena tridimensional, realizada por Peter Blake y Jann Haworth y fotografiada por Michael Cooper. Sobre una escenografía barroca y colorista aparecen los Beatles en carne y hueso junto a su replica inquietante en muñecos de cera. Tras ellos un numeroso elenco de mitos que configuran y sintetizan los gustos, las claves y las tendencias de toda una generación. Cerca de ochenta personajes, desde Edgar Allan Poe hasta Karl Marx; desde William Burroughs hasta Oscar Wilde, y también Albert Einstein, Lewis Carroll, Sonny Liston, Mae West y un largo etcétera en el que acertamos a descubrir a los dos dylans. En agosto de 1966 Robert Zimmerman, ya conocido como Bob Dylan, sufre un aparatoso accidente de moto que le tendrá desaparecido más de un año, contribuyendo poderosamente a alargar la sombra de su leyenda, desatando todo tipo de rumores sobre su vida y sobre su muerte. Tal vez por eso se representa como un mito elevado a los altares en la esquina superior derecha del disco de los Beatles, por encima de Lawrence de Arabia que realmente sí murió en accidente de moto. En la parte izquierda, junto a Marlon Brando, aparece el poeta galés Dylan Thomas, verdadero guía espiritual no solo de Bob Dylan –quien tomó de él su nombre–, sino también de Van Morrison, de David Bowie, de Lou Reed, de John Lennon y Paul Mc Cartney y de toda una generación que encontró en sus versos y en su desgarradora trayectoria vital todo un referente situacional.
El símbolo de una generación
Bob Dylan representa sin duda, y su pesar, el símbolo de una generación que en los sesenta comenzó a buscar en el viento respuesta a la pregunta que él lanzaba desde su canción Blowin’in the Wind: «¿Cuántas muertes serán necesarias para que se comprenda /que ya ha habido demasiados muertos?». Se le quiso arrastrar como el icono y guía espiritual de aquel mundo en ebullición. Sin embargo Dylan no se dejó engañar por la insólita y fulminante popularidad que había generado su figura y decidió buscarse un refugio seguro, afirmando que su mensaje estaba en sus canciones, no en el personaje. La propia Joan Baez, compañera de viaje en las primeras y casi únicas manifestaciones públicas, en favor de Luther King, se indignaba de su falta de compromiso cuando la gente le preguntaba: «¿Vendrá Bob?», «No seáis estúpidos, –respondía ella– ¿acaso no sabéis cómo es?». La respuesta esta vez no estaba en el viento, sino en sus propias palabras: «¿Quién es Bob Dylan? Yo solo soy Bob Dylan cuando tengo que ser Bob Dylan. La mayoría del tiempo yo solo quiero ser yo mismo. Yo no pienso en mí mismo como Bob Dylan. Es como dijo Rimbaud: Yo soy el otro».
Dylan lo que Dylan
Digan lo que digan sobre él, ya nos pertenece; es la música de nuestra propia vida, con sus cambios radicales, sus errores, sus silencios. Nos llegó con retraso, como casi todo, pero pronto nos hicimos adictos de una voz cuyas palabras no entendíamos, pero nos producían un extraordinario poder de atracción. Le acompañamos en todas y cada una de sus aventuras, desde el folk al gospel, pasando por el rock, el country, el pop y el blues. Las carátulas de cada uno de sus discos ponen imagen evocadora a momentos del tiempo perdido. Nos decepcionó a veces y cuando lo creíamos olvidado porque lo considerábamos acabado, nos volvía a remover con otra insólita sorpresa, con una nueva vuelta de tuerca con la que nos ha ido alimentando años y arrugas. En el recuerdo de aquel excepcional concierto del Huerto del Obispo de hace unos años, repasar los temas de su último álbum Fallen Angels, supone la gratificación del mito vivo.
Leyendo a Dylan desesperadamente
Hoy no nos queda más remedio que aparte de oir sus canciones, leerlo desesperadamente. El primer tomo de una prometida trilogía autobiográfica, se titula Crónicas y se publicó en castellano hace algunos años por Global Rhythm Press. Tal vez decepcionase a aquellos dylanianos que buscaban desesperadamente en sus páginas el lado más oscuro del personaje. Este primer volumen narra la llegada del joven de Minessotta al Greenwich Village de Nueva York en 1961, buscando las huellas de Woody Guthrie y un hueco en el difícil mundo de la música. Nos habla de sus descubrimientos literarios, fundamentalmente de Jack Keruacs, John Steinbeck y William Faulkner, que influirán de modo determinante en el climax de muchas de sus canciones. Un libro, en suma, alejado de todo morbo, pero revelador del peculiar espíritu del personaje que además nos muestra aquí su magníficas dotes también como narrador, tan en la línea de esa escritura a la que nos tienen acostumbrados los grandes escritores norteamericanos, alejada siempre de la retórica. Como objeto de fetiche y también publicado por Global Rhythm Press. recomendamos el estuche titulado Bob Dylan, El álbum 1956-1966, que contiene fotografías inéditas, facsímiles de manuscritos y dibujos, carteles, etc. En 1972, junto a algunos de sus discos, el primer libro que llegó a mis manos se titulaba George Jackson y otras canciones un curioso poemario publicado por Visor.
Un yanqui en la corte del rey Gustavo Adolfo
A nosotros nos reconforta saber que le acaban de conceder el Nobel. Supongo que Bob Dylan habrá leído a Mark Twain y tal vez considere pintoresco aquello de recibir el galardón de manos de un Rey. Pero sobre todo, a pesar de su rarezas, seguro que se sentirá gratificado a verse unido esta vez, en la foto fija, con otros escritores admirados: Steinbeck y Faulkner.