Edgar Neville, el hombre que soñó con el último caballo / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

Edgar Neville siempre consideró como sus grandes amigos a Charles Chaplin, Ramón Gómez de la Serna y Juan Belmonte; a ellos dedicó su novela Don Clorato de Potasa (Ed. Temas de Hoy). De Chaplin y de aquel viaje iniciático a Hollywood debió de traerse una nueva forma de mirar y de contar a través del objetivo de la cámara. De Ramón lo aprendió casi todo, no solo él sino también Mihura, Jardiel, López Rubio y Tono. Y de Belmonte seguro que quiso captar el contrapunto de la seriedad ante el toro, para aplicarlo de vez en cuando a las cornadas que da la vida.

Soñar con El último caballo

Una mañana Neville llama a Isabel Vigiola (la mujer de Mingote que fue siempre su secretaria personal) y le urge para que se persone lo más rápidamente en su casa. En unas cuantas horas le redacta el guión completo, sin variar una sola coma, de El último caballo. Le confiesa que el argumento lo había soñado aquella misma noche. La película, rodada en 1950, se inicia con unas imágenes de la Gran Vía madrileña sumida en un caos de tráfico producido por la presencia de un caballo, atasco casi impensable por exceso de coches en un tiempo de autarquía y miseria económica. Al final de los títulos de crédito, a modo de antítesis, se nos muestra un magnífico y sosegado skyline de las torres conventuales de Alcalá de Henares, población tranquila y recoleta, sin coches, resguardada entre cerros, sumida en una paz y un silencio, que de pronto queda roto por el sonido estridente de un cornetín. Entonces la cámara realiza un barrido panorámico por la ciudad hasta adentrarse en el patio principal del Cuartel del Príncipe. Allí un alto mando del ejército notifica a la tropa que ese arma de caballería pasará a ser –a partir del día siguiente– unidad motorizada y que caballos y soldados van a licenciarse a un mismo tiempo. Fernando Fernán Gómez que encarna el papel de infeliz recluta con muchos años de mili a la espalda, se resiste a abandonar a su mala suerte a Bucéfalo el caballo con el que ha compartido desventuras durante demasiados meses. No puede soportar la idea de que lo conviertan en carne de matadero cuando lo destripen en cualquier plaza de toros. Es entonces que decide renunciar a proyectos de boda y entre el caballo y la novia, opta por la compra del caballo. A lomos de Bucéfalo sale ufano por la Puerta de Madrid camino de la capital.

El primer manifiesto ecologista

De este modo arranca el argumento de una cinta que podríamos considerar como el primer manifiesto ecologista de nuestro cine, un canto de rebeldía en pleno y duro franquismo. Una vez más la férrea censura del régimen fue burlada desde los sutiles cimientos del humor. Sin sexo ni ideologías perversas sino, nada más y nada menos, que con un retrato de la sociedad española desde la cruel ironía. Años más tarde Miguel Mihura logrará algo parecido con los diálogos de Bienvenido Mister Marshall. En esta otra película se describían las esperanzas de un pueblo sumergido en sueños de ilusiones frustradas.

Neville y Alcalá

Cuando el protagonista (Fernán Gómez), ya en Madrid, trata de explicar a su novia dónde han ido a parar todos sus ahorros, mientras que ella le reprocha que los habrá malgastado en la milicia. Él le responde: «!Mujer!, …¿en Alcalá?», como en el intento por aclararle la imposibilidad de dilapidar el dinero en una ciudad con tan solo cárceles, conventos y cuarteles. Es muy posible que la candidez equina del protagonista llegara a desconocer –de aquel mismo pueblo– el precio de la carne en “Casa La Chata”. Neville siempre mantuvo un apego especial por Alcalá; en 1936 había rodado en la Plaza de Cervantes La señorita de Trévelez, una adaptación de la obra de Carlos Arniches. Las páginas de su peculiar libro de viajes Mi España particular (Ed. Reino de Cordelia), recogen un guiño a la sabrosa gastronomía de la Hostería del Estudiante, a la vez que se cuestiona la oscura vestimenta de sus camareras.

Mi calle

Edgar Neville Romrée, posteriormente Conde de Berlanga del Duero, nació el día de los Inocentes del último año del siglo XIX, en el palacio familiar de la céntrica calle madrileña de Trujillos. De padre inglés y de madre noble. Curiosamente Mi calle, rodada en 1966, fue su última película y con ella elabora una especie de sintética autobiografía tomando como hilo conductor los avatares de su calle y de sus vecinos que protagonizan la convulsa historia española a lo largo de más de medio siglo.

Una biografía desbordante

Sin embargo la biografía de Neville difícilmente podría contenerse en el metraje de una película. Novelista, dramaturgo, pintor, director de cine, gastrónomo y humorista; fue también diplomático y miembro de la selección española de hockey. El desengaño amoroso con una actriz de teatro le hizo alistarse para la guerra de Marruecos, desde allí escribió una serie de crónicas para el diario La Época, hasta que enfermó y lo devolvieron a la península. Asistía a las tertulias del Henar. Conoció a Azaña y a Valle-Inclán. Habitual también en la sagrada cripta del Pombo presidida por Ramón Gómez de la Serna, al que le profesaría durante toda su vida una gran admiración; el autor de las Greguerías le dedicó uno de sus Retratos (Ed. Aguilar). En 1922, junto a Manuel de Falla y Federico García Lorca formó parte de los organizadores del mítico Concurso de Cante Jondo de Granada (Treinta años más tarde realizaría una de las mejores películas sobre el tema: Duende y misterio del flamenco). A lomos de caballo, recorrió con Baroja los pueblos de Castilla. En automóvil gran parte de España en compañía de Ortega y Gasset. Belmontista y gran aficionado, siguió al diestro de Triana por todas las plazas del país. Viajaba frecuentemente a Málaga a visitar a sus amigos Prados y Altolaguirre que le editaron en la imprenta Sur su primera novela Eva y Adán. En Torremolinos frecuentó a Salvador Dalí, a Paul Eluard y a su mujer Gala. Más tarde formará parte de aquella numerosa tertulia de amigos que configuraron la amplia generación del 27: López Rubio, Lorca, Buñuel, Alberti, Sánchez Mejías, Tono, Mihura, Jardiel…

California (Estados Unidos), 1930.- El actor Charlie Chaplin (i) posa junto al escritor y director de cine, Edgar Neville (Madrid 1901-1967). Neville aprende el oficio de la cinematrografía escribiendo guiones, traduciendo películas y realizando tareas de dirección en Hollywood (EE.UU). En 1931 regresa a España. Entre sus guiones destaca «El falso noticiario», «La Parrala», «La señorita de Trevelez» o «Carvajal». Colaboró en revistas satíricas como «La Codorniz» y «La ametralladora» y fue representante de la narrativa humoristica española. Efe

La conquista de Hollywood

En 1928 fue enviado como tercer secretario a la embajada española en Washington, desde allí se lanzaría a la conquista de Hollywood. La irrupción del cine sonoro creó la necesidad de buscar dialoguistas para las versiones dobladas al castellano de cara al amplio mercado hispano, incluso guionistas para acometer argumentos al gusto latino. Edgar Neville fue el primero en desembarcar en aquella insólita aventura californiana, después fue tirando de todos y cada uno de sus amigos, y a excepción de Miguel Mihura que no se atrevió a cruzar el Atlántico por motivos de salud, todos arribaron a los estudios de la Fox y de la Metro: Tono, Jardiel y López Rubio, junto con Eduardo Ugarte, el dramaturgo Martínez Sierra, su compañera la actriz Catalina Bárcena y otros actores como Julio Peña y Rosita Díaz e incluso Luis Buñuel que trató de buscar, sin éxito, porvenir para sus películas.

Tras la guerra civil

A pesar de alinearse con el bando vencedor, desde el primer momento no suscitó muchas simpatías entre los miembros del régimen, tal vez por la sutileza de su humor inglés que aquellos ni siquiera llegaban a percibir pero temían. Logró estrenar con gran éxito comedias como El baile y La vida en un hilo que posteriormente llevará él mismo a la gran pantalla protagonizada por su musa perenne: Conchita Montes. Durante todos estos años alternó cine y teatro con colaboraciones en prensa. Murió prematuramente el 23 de abril de 1967. Durante un tiempo, ciertos prejuicios ideológicos silenciaron su figura y su obra, al igual que la de los demás miembros a los que José López Rubio, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, denominó La otra generación del 27 (Ed. Centro de Documentación Teatral). Revisar el cine, la obra y la figura de Edgar Neville supone una sorpresa que desborda los límites de una simple biografía.