Y de pronto una paloma decide cruzarse frente al objetivo. Parece querer posarse en el dintel de la escuela de arquitectura. Siempre que se da una de estas casualidades fotográficas pienso “hace muchos siglos alguien lo habría interpretado como una señal Divina”. El caso es que la paloma era la analogía predilecta del Espíritu Santo para Santa Teresa de Jesús en sus versos y, en el siglo XVI hubo quién sí vio en este edificio una señal…
Fray Francisco Espinel había fundado aquí un convento del Carmen Calzado y posteriormente un colegio para que allí pudieran estudiar los futuros miembros de la orden carmelitana. Pero prácticamente un año después se produce una escisión en la orden: por un lado, los calzados u observantes de la vieja norma, y por otro los reformistas, los carmelitas descalzos. Fray Francisco no fue ajeno a ello y abrazó la nueva orden. Cambió su nombre al de fray Francisco de la Concepción y atendió la solicitud de la mismísima Santa Teresa de Jesús de fundar el que sería el primer colegio del Carmen Descalzo en Alcalá de Henares. Por supuesto aceptó, máxime cuando incluso los príncipes de Éboli apoyaban la fundación. Y como lo reformador no quita lo pragmático decidió ubicarlo en un primer momento en el edificio que también acogió temporalmente los primeros pasos de los calzados en Alcalá, en la actual calle Colegios. Porque como decimos, los carmelitas fieles a la vieja norma se había mudado aquí, a la calle Santa Úrsula.
Y resulta curioso hoy porque donde oraron quiénes no quisieron seguir la nueva orden, allí donde se mudaron quiénes no se sumaron a los arquitectos de la nueva norma, aquel edificio sufrió tantas transformaciones como avatares históricos, tantas reformas como las que hoy puedan diseñar sus actuales moradores: los estudiantes de arquitectura.
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