Francisco Candel o a qué aguardábamos la juventud  / Por Vicente Alberto Serrano

Francisco Candel o a qué aguardábamos la juventud   /  Por Vicente Alberto Serrano

Iluminaciones en la sombra

En aquel otro tiempo, cuando todavía nos reventábamos espinillas frente al espejo, descubrimos el primer libro de Francisco Candel (1925-2007). Se titulaba Hay una juventud que aguarda y había sido publicado por el mítico editor José Janés en 1956. Recuerdo que se trataba de una denuncia en toda regla ante el tramposo mecanismo de los premios literarios. Aquellas páginas rezumaban, sobre todo, frustración. El autor, nacido en Casas Altas (Valencia) en 1925, apenas tenía dos años cuando sus padres emigraron a Barcelona y se asentaron en las barracas de la falda de Montjuich. Por tanto hijo del suburbio barcelonés; trabajó como ceramista, mecánico ajustador, decorador de plásticos y durante la convalecencia de una enfermedad del pecho fue cuando creyó descubrir su auténtica profesión. Escribió una apasionada novela titulada Brisas del cerro y la envió al Premio Nadal, totalmente convencido de que conseguiría el galardón. Aquel año fue premiada Dolores Medio con Nosotros los Rivero (Ed. Destino). El año anterior había quedado finalista Tomás Salvador, peculiar personaje de bigotazo tipo brocha, comisario de policía y ganador del Planeta años más tarde con una curiosa novela: El atentado. Candel destruyó su manuscrito derrotado y redactó un verdadero ajuste de cuentas contra sí mismo, contra la falsedad de los premios y contra el mundo en general. En su nueva novela acusaba a Tomás Salvador, tachándole de divisionario y elevado a la fama literaria por su condición de policía. José Janés no sólo se atrevió a publicársela sino que además, en una magistral vuelta de tuerca, le pidió a Tomás Salvador que se la prologase. Yo –sin embargo– tras su lectura no logré adivinar a qué aguardábamos la juventud. La leí diez años más tarde de su publicación, en una espartana edición de la colección Reno con tosco papel y tipografía liliputiense. Aún conservo ese ejemplar como símbolo de frustradas ilusiones, pero sobre todo como callado homenaje a un escritor que pergeñando tan peculiar estilo, llegaría a conmocionarnos con buena parte de su posterior producción: Donde la ciudad cambia su nombre, Han matado un hombre, han roto el paisaje, Temperamentales, ¡Dios la que se armó!…

Cubiertas de las primeras ediciones de Francisco Candel (Ed. José Janés).

Los otros catalanes

Con este título publicó Francisco Candel en 1964 una obra de difícil clasificación, a caballo entre la apasionada narración, el tratado de sociología o el documento testimonial. Aunque escrita en castellano, se editó primero traducida al catalán alcanzando seis ediciones en menos de un año. En 1965 apareció la edición castellana con idéntico éxito. No deja de resultar paradójico que en 1974 la controvertida editorial AHR recopilase en dos tomos lujosamente encuadernados en símil piel y papel biblia la Obra Selecta de Francisco Candel; extraño caso para alentar una supuesta ‘literatura proletaria’, además prologada por el inefable Félix Ros, nada sospechoso por su militancia incondicional al nuevo Régimen. Llegaba a afirmar en aquellas páginas –sin pudor alguno– que Els altres catalans conoció la versión castellana gracias a sus gestiones para superar la censura frente a la autoridad ¿competente? En catalán o en castellano fue un libro que produjo una fuerte conmoción en su momento porque denunciaba las condiciones de vida de aquellos inmigrantes en las barriadas suburbiales de la ciudad. Aunque también supuso un aldabonazo a los tópicos cuando alguien, surgido del chabolismo, escribía favorablemente sobre el sentimiento de gentes que procedentes de Aragón, Extremadura, Murcia y Andalucía habían encontrado una tierra de acogida y además cómo en una inmensa mayoría prevaleció el ferviente deseo de prosperar y adaptarse a un futuro con esperanza. En la ya desaparecida Casa Antúnez, a la falda del Montjuich, transcurrieron los primeros años de aquel charnego –hoy casi olvidado– que durante tiempos difíciles removió conciencias, creo adictos y sufrió más de un susto por culpa de su prosa áspera y denunciante. El 31 de mayo se cumplirá el centenario de su nacimiento.

Cubiertas de otras dos obras emblemáticas de Candel.

Donde la ciudad cambia de nombre

Con un estilo antirretórico, desmadejado pero sincero, retrató el paisaje de su entorno y sobre todo el paisanaje con tan patente verismo que al igual que el personaje de Unamuno que se rebela en la novela Niebla porque se resistía a morir; aquí los habitantes de Casa Antúnez también se rebelan y salen en busca del autor con la única y obsesiva idea de matarlo, porque creen que no han salido muy favorecidos en el relato. Donde la ciudad cambia de nombre fue presentada al premio Ondas con el título de El dado, quedando finalista con la posibilidad de ser convertida en guión radiofónico, sin embargo de nuevo el editor José Janés le ofrece a Candel la posibilidad de publicarla y es entonces cuando los protagonistas reales de la novela (que el autor creía nunca llegarían a leer las páginas de un libro que costaba 75 pesetas de la época) salen en busca de quien había perpetrado aquel libelo (según ellos) con muy malignas intenciones, sobre todo el Marcelino y El Perchas. De este modo fue como las Casa Baratas de Can Tunis entraron a formar parte del mapa literario de Barcelona, con la misma contundencia y desgarro que el Guinardó y el Carmelo de Juan Marsé.

Francisco Candel (1925-2007) en una de las calles de las desaparecidas Casas Baratas de Can Tunis (Foto: Pepe Encinas. Fundació Paco Candel).

¡Dios la que se armó!

Cuando Francisco Candel comentó a los amigos del barrio su propósito de escribir Donde la ciudad cambia de nombre, novela localista basada en hechos y personajes reales, a quienes aludiría incluso en ocasiones por sus nombres y apodos verdaderos, sus amigos trataron de disuadirle: «Mira que, si se enteran, te matan». Candel, sin embargo, era optimista: «No se enterarán» Pero se enteraron «…y ¡Dios la que se armó!». Y es que Paco Candel no tuvo lectores, sino adeptos; tal vez porque su prosa estaba impregnada de borbotones de autenticidad, de honradez, a la vez que de un delicado lirismo. Narrativa que fue muy necesaria para una época concreta de nuestras vidas. En estos tiempos incongruentes, raros y temerosos que nos está tocando vivir, su autenticidad prevalece y además nos evoca aquella juventud en la que creímos que estábamos aguardando algo que, como Godot, nunca llegó.