La terrible pandemia ha devorado, entre otras muchas cosas, el centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós. Parece que la realidad le condena al olvido, como intentaron condenarle sus contemporáneos frente a Premio Nobel. Y lo más doloroso de este olvido está precisamente en su compromiso, en querer siempre decir la verdad desde el respeto más absoluto a todas las ideologías. Galdós sintió que una vida plena pasa por implicarse de lleno en la sociedad y aportar al bien común aquello que considera más justo, evitando siempre la falacia de la palabra huera a la que solo impulsa el interés económico.
«No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido. (…) Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia».
(Historia del corazón, 1954)
Dice Vicente Aleixandre, ahora sí, premio Nobel, insistiendo en la necesidad de sentirse miembro del conjunto, de la existencia y de luchar por mejorar la situación de todos, no asentado en el egoísmo del individuo.
Siendo ya un escritor reconocido, Galdós se acerca a la política bajo el amparo del partido progresista de Sagasta. Estamos en 1886 y Galdós es elegido diputado por Puerto Rico, entonces colonia española. Él mismo criticó después ese sistema de elecciones que caracteriza todo el siglo XIX. En sus Memorias de un desmemoriado afirma: «En aquellos tiempos las elecciones en Cuba y Puerto Rico se hacían por telegramas que el Gobierno enviaba a las autoridades de las dos islas. A mí me incluyeron en el telegrama de Puerto Rico; y un día me encontré con la noticia… (…) Con estas y otras arbitrariedades llegamos años después a la pérdida de las colonias».
Esta primera inmersión en la política le sirvió de inspiración a Galdós para crear todo un mundo que se reflejaría después en sus espléndidos Episodios Nacionales, pero fue también el punto de partida para convencerse de la necesaria implicación social en el bien común.
Muchos de los defensores de Galdós destacan su profundo republicanismo, y es cierto, pero por encima de la forma de gobierno se encuentra el compromiso social con los demás. Galdós será un ferviente de defensor del general Prim. La descripción de su asesinato son páginas de gran calidad literaria y humana en el episodio nacional del mismo nombre. Y Prim, no lo olvidemos, es el valedor de la llegada a España de un nuevo rey, Amadeo de Saboya, que sustituirá a la corrupta monarquía de Isabel II. Otro rey, pero desde un planteamiento democrático y parlamentario. Amadeo será un rey defendido por Galdós tanto en el episodio de su nombre como en La desheredada, una de sus mejores novelas. Durante el reinado de Amadeo I, Galdós se identifica con el progresismo de Manuel Ruiz Zorrilla, cuya política representa el anhelo de libertad. Lo deja bien claro: «De broma en broma fui a parar a mi grave profesión de fe política, diciéndole que yo no quería cuentas con Sagasta, el cual era el escepticismo, el aplazamiento, el ya se verá, y yo aceptaba de lleno el programa de don Manuel Ruiz Zorrilla, la reforma inmediata, radical, concluyente… Libertad de cultos, Enseñanza totalmente laica, Derechos inalienables, imprescriptibles; Igualdad social, Reparto equitativo del bienestar humano, Supresión del voto de castidad, Desamortización de conciencias, Ejército cívico, Autonomía municipal y provincial. Fuera títulos de nobleza; fuera cruces y calvarios… No más pena de muerte; no más quintas; no más frailes, no más gandules presupuestívoros; no más colmenas para zánganos administrativos».
La abdicación de Amadeo I, en febrero de 1873, provoca la llegada de la República casi de una forma automática. Así lo proclama Castelar: «Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria».
La llegada de la república fue muy bien acogida por Galdós quien vio en ella la posibilidad de llevar a cabo sus propias ideas, aunque cuenta con amargura la escasa implantación que tuvo entre febrero y diciembre de 1973, a pesar de la admiración que manifiesta por sus presidentes Figueras, Pi y Margal y Salmerón. El historiador José María Jover (Realidad y mito de la Primera República, 1991) ha explicado con claridad la transformación semántica que la derecha utilizó para tergiversar los avances de la República: «Así, el federalismo se convierte en «separatismo» (Castelar, Menéndez Pelayo); la neutralidad religiosa del Estado es expresada como «irreligión» y como «ruptura de la unidad católica», (Coloma, Menéndez Pelayo); el predominio del poder civil —sobre todo bajo las presidencias de Figueras y Pi— es traducido como «crisis de autoridad» (…)(Bermejo, Menéndez Pelayo…); el formidable aliento popular del Sexenio, y específicamente del 73, será manifestación de «desorden», de «anarquía», de «ineducación», de «tiranía de la plebe» (Bermejo, Coloma, Pereda)».
Galdós vivió de lleno esta etapa con esperanza y luego con una tremenda desilusión. En el episodio dedicado a La Primera República, Galdós coincide con Pi y Margall en la necesidad de cambiar España: «Oí religiosamente y extracté el discurso de Pi y Margall exponiendo el programa de su Gobierno. La síntesis era esta: no podían de ningún modo emprenderse las reformas económicas mientras no estuviera hecha la Constitución Federal a que había de ajustarse el nuevo Presupuesto; las políticas de más trascendencia serían consignadas en la Constitución; mas era necesario ir derechos a separar la Iglesia del Estado, establecer la enseñanza gratuita y obligatoria, reorganizar el régimen colonial y abolir la esclavitud en Cuba. Respecto a cuestiones sociales afirmó la necesidad de implantar las mejoras ya realizadas en otros países, y las que fueran necesarias para proteger a las mujeres, regular el trabajo de los niños y vender los bienes nacionales en beneficio de los proletarios».
La desilusión de este momento, tras los once meses de la República, fue el impulso necesario para involucrarse plenamente poco después en el espíritu republicano. En 1907 se presenta como candidato en las listas de Unión Republicana, más cercano a la línea moderada de Melquíades Álvarez que a la radical de Lerroux. En este mismo año dicta varios discursos donde defiende su patriotismo, pero siempre desde la tolerancia y el respeto. Siempre fue amigo de Menéndez Pelayo, a pesar de sus disensiones políticas, e incluso lo fue de Maura, presidente de gobiernos netamente conservadores.
Para Galdós, la tolerancia y el respeto se deben inculcar en las escuelas. La educación es el gran problema de España, según Galdós. Mientras esté en manos de la intransigencia religiosa nunca podremos alcanzar una convivencia pacífica. En este año de 1907 escribe en El País: «Sin tregua combatiremos la barbarie clerical hasta desarmarla de sus viejas argucias; no descansaremos hasta desbravar y allanar el camino en que debe cimentarse la enseñanza luminosa, con base científica, indispensable para la crianza de generaciones fecundas».
En 1909 se constituye la Conjunción Republicano-Socialista. Galdós será nombrado su presidente por las excelentes relaciones que mantiene con Pablo Iglesias. La casa de Galdós en Santander, San Quintín, será un hervidero de políticos y de programas. En El Liberal escribe una “Carta al pueblo español”: «Ha llegado el momento de que los sordos oigan, de que los distraídos atiendan, de que los mudos hablen. (…) Hablo sin que nadie me lo mande, y respondo sin que nadie me lo pregunte, por irresistible impulso de mi conciencia y exaltación de mi fe en el porvenir de la patria, ni aun tomaré el nombre y razones del partido político a que pertenezco (…) Mi patriotismo es de puro manantial de roca, intenso, desinteresado, y con él no se mezcla ningún móvil de ambición».
La Conjunción Republicano-Socialista consiguió alzarse con el poder en muchos de los ayuntamientos más importantes de España en diciembre de 1909. Galdós estaba ilusionado por el posible cambio que ello podría significar.
En las elecciones generales de 1910, la Conjunción, liderada por Galdós, consigue el 10,5% de los votos. Esperaban más pero el sistema electoral, corrompido en su base, y la abstención, lo impiden. Así lo denuncia en una entrevista a González Fillol: «El absentismo político es la muerte de los pueblos (…) Porque no intervienen en política los que pueden purificarla y encauzarla, está España dominada por ignorantes y malhechores que andan sueltos porque disponen hasta de la justicia. Es muy cómodo decir “la política, qué asco”. Es como si una inundación invadiese los sótanos de una casa y los vecinos del principal se subiesen al tejado diciendo “¡Uf, qué agua tan sucia! ¡Yo no quiero mancharme sacándola!” Prefiero o admiro a un carlista o a un clerical rabioso mejor que a un indiferente político».
En 1911 se produce lo que Galdós está temiendo: la desmembración de la izquierda. Galdós, desilusionado, decide abandonar la política, pero tras el asesinato de Canalejas, el 12 de noviembre de 1912, Melquíades Álvarez funda el Partido Reformista y le pide a su amigo Galdós que se presente por Las Palmas. Galdós, ya un tanto cansado, acepta y será elegido diputado en 1914 con el 70% de los votos.
Posiblemente, esta implicación de Galdós en la política fuese el precio que tuvo que pagar por el premio Nobel. La presión de la iglesia, con el obispo de Las Palmas a la cabeza, y de las corrientes políticas de derechas fue tan fuerte que, a pesar de que el nombre de Galdós contaba en 1912 como el más firme candidato al premio, la academia sueca se lo acabó concediendo al final a un escritor alemán. Uno de los opositores fue el propio Menéndez Pelayo. Galdós, desde la sincera amistad, no lo entendía. «Si hubiera sido su nombre el propuesto -dijo- yo hubiera sido el primero en firmar».
En una carta de 1913, Galdós deja bien clara su postura frente a la cuestión religiosa, y diferencia de forma contundente entre la religión sentida y sincera y la hipocresía de la iglesia que pregona la caridad y hace todo lo contrario. ¡Qué bien lo supo contar Galdós en Misericordia y Nazarín, dos espléndidas novelas!
«Respecto a la cuestión religiosa distinguimos entre el aspecto espiritual y el aspecto positivista que en dicha frase se encierra. Lo concerniente al puro ideal religioso es digno del mayor respeto; lo que atañe al clericalismo, que es un partido político inspirado en brutales egoísmos y en el ansia de dominación sobre las conciencias y aun sobre los estómagos, no podemos menos de manifestar todos nuestros odios con tan ruin secta».
Galdós es un republicano convencido porque la historia le ha demostrado que la monarquía está ligada a la corrupción. ¡Y nadie mejor que él conoce esa historia, como demuestra en las series de los Episodios Nacionales! Pero antes que republicano, Galdós es un hombre honrado, sincero, generoso, íntegro… y, sobre todo, tolerante. Esa es la idea que resuena con fuerza en toda su obra. Solo desde el respeto y la tolerancia podremos vivir en paz.
Nadie mejor que las palabras de Cernuda desde el exilio, “viviendo” España desde las páginas de Galdós, (Desolación de la quimera, 1962) para cerrar este breve homenaje a Galdós y a la República:
Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
Aún en estos libros te es querida y necesaria,
Más real y entresoñada que la otra:
No ésa, mas aquélla es hoy tu tierra,
La, que Galdós a conocer te diese,
Como él tolerante de lealtad contraria,
Según la tradición generosa de Cervantes,
Heroica viviendo, heroica luchando
Por el futuro que era el suyo,
No el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
La real para ti no es esa España obscena y deprimente
En la que regenta hoy la canalla,
Sino esta España viva y siempre noble
Que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta.