“La envidia jamás asiste al baile ataviada de envidia, asiste con otro atuendo, ascetismo, grandes principios, sentido común”. Es la interpretación de este pecado capital por el desaparecido novelista británico Martin Amis, en su obra “Experiencia”. Así es como disimula la envidia la ciudad de Alcalá en su versión deportiva cuando mira la clasificación de la primera división, ahora reconvertida en liga EA Sports (Electronic Arts, empresa californiana que desarrolla videojuegos de deportes, cuyo abuso luego opera en contra de los resultados del informe PISA). En lo alto de ese escalafón se encuentra el Girona Fútbol Club, además de ridiculizar al Barcelona en su “propio feudo”, como se decía en lo orígenes de la crónica de fútbol.
El Girona, ejemplo de las chanzas de Gabriel Rufián, capaz con la ayuda del equipo de Puigdemont de desacralizar la seriedad de triunfador a medias de Feijóo, llegó al Municipal del Val, en junio de 2007, para echar un pulso al equipo local de la Real Sociedad Deportiva, y salir del pozo de tanta profundidad de la tercera división para alcanzar la Segunda B. Ahora todas esas divisiones resultan imposibles de pronunciar porque para hacerlo hay que sortear una constelación de consonantes que quitan el sentido. Desde aquel entonces, en que el Girona inició el salto a la fama y el Alcalá se quedó agarrado al magnetismo de la tierra firme de la ermita del Val. Con algún brinco a la segunda b y vuelta a la casilla de salida, el equipo del Henares se reconcome en la comparativa histórica con la que muerdes sus entrañas y con la que pierdes con muchas ciudades menores y quizá peores, al menos eso dice el chauvinismo irracional y de ventaja de quien compara desde aquí.
El cuñadismo rampante cancela la posibilidad de arranque del equipo local (“en Alcalá, no hay afición pa ná!”), niega la recuperación con la equiparación parigual con los toros o con cualquier otra disciplina; condena las aspiraciones siempre y en todo momento. El Girona, con la mitad de población que nuestra ciudad (esta es otra vara de medir las distancias, la población), tiene un excepcional patrocinio, en forma de accionariado, de propiedad del club, que resulta que el Manchester City, de Guardiola técnico, y accionista de peso en un grupo del emirato árabe de Abu Dhabi. Fuera la población, aquí se juega en la categoría económica. Alcalá aún se halla en el mundo publicitario de la gaseosa, del vino quinado, en la empresa de panelado, a lo máximo en soluciones inmobiliarias más o menos cercanas. No, ha llegado el momento de decir basta. La propiedad del equipo de fútbol capaz de una proyección igualable al Girona debe llegar del exterior. La cadena de contactos puede empezar en cualquier punto del planeta Tierra para fijarse en la posibilidad deportiva del equipo de la camiseta rojilla para el que se haría llegar dinero y proyección y fichajes de peso y poso. Con esa irradiación financiera llegarían los apoyos municipales, los industriales, etc, pero el impulso debe venir muy de fuera, quizá países árabes, sí. Todo lo que sea cultivar la costra “abertzale” de la capa estudiantil significará quedar atado a la constelación consonántica de como se llamen las divisiones inferiores. Desde despachos conseguidores de contactos, desde palancas financieras allende el mundo exterior, de donde sea, pero ejemplos como el que abandera el Girona no deberían escapar al escrutinio de Alcalá.
Hace dieciséis años, la representación del Girona pasó por encima en una tarde angustiosa y de mucho calor, en la que encima se expulsó a Gonzalo Bonastre, fornido defensa central natural de Alicante, al que se acusaba de pensar su propia expulsión para fichar la temporada siguiente por el equipo gerundense. El bravo Joselu y el entrenador Paco Jémez se subían por las paredes entre aquel murmullo que nunca se solventó en corrupción. Pero desde ahí hasta el momento presente el Girona eligió la trayectoria ascendente con el dinero del país residencial del Rey emérito de España, y encima con la sábana protectora azul celeste del Manchester City.
Hasta para ser envidioso hay que ser grande. Alcalá mira a Girona con todos los colmillos muy largos.