Desde La Oveja Negra
En la sobrecubierta del libro de Memorias que acaba de publicar la editorial Reino de Cordelia con el título Ahora que recuerdo, aparece José Esteban –su autor– sujetando el pomo interior de la puerta del Café Gijón. Al contemplar esa imagen nos surge la duda si el escritor nos está invitando a pasar o por el contrario se interpone para negarnos la entrada a esa especie de santuario literario donde se canonizó buena parte de la mediocridad narrativa del pasado siglo. Tal vez solo quiera demostrarnos que mucho más de lo que hoy pudiésemos descubrir allá adentro, ya está contenido y contado por él –con maestría y sobre todo humor– a lo largo de más de seiscientas páginas en este soberbio e imprescindible volumen, que se completa además con un sugerente y abundante repertorio de fotos fundamentales para ilustrar a la perfección tan sagaces y divertidos comentarios. Volumen imprescindible, porque consigue mostrarnos la cotidianidad de tantas jornadas de vino y rosas –dentro y fuera de ese legendario Café– que ayudaron a configurar una buena parte del paisaje y sobre todo el paisanaje de la literatura de un tiempo pasado, que nunca sabremos si fue mejor o peor, pero que al menos aquí está narrado con muy buen tino por un testigo de excepción.
Recuerdo que he vivido
Ya en las páginas iniciales afirma: «Sí, nada hay más terrible que no recordar. Es estar muerto en vida». Y tras los testimonios de Julio Caro Baroja, ante la decrepitud de su tío. O el sobrecogedor relato de José Luis Cano frente a un Dámaso Alonso perdido en la bruma del olvido. José Esteban por el contrario se aferra a su querido y admirado Valle-Inclán, para coincidir con él: «¡Todo es como se recuerda!». A partir de aquí inicia un sugerente recorrido que comienza en los años 50, cuando evoca a don Pío Baroja y sus memorias por entregas: Desde la última vuelta del camino, para finalizar, seiscientas páginas después, con un fragmento del prólogo al quinto volumen de aquellas memorias barojianas. Un poco antes ya se había acordado –una vez más– de su entrañable amigo Caballero Bonald, encabezando ese capítulo con uno de sus versos. «Somos el tiempo que nos queda». Pero Pepe Esteban no se contenta con eso. Finaliza con un par de versos del poeta inglés Robert Browning: «Envejece conmigo, / lo mejor está por venir». Nosotros hemos aprendido a envejecer con Pepe Esteban, frente a su sonrisa picaresca y un optimismo contagioso. Dudamos si el poeta inglés está en lo cierto respecto al porvenir, pero mientras tanto, le damos la razón, una vez más a don Pío Baroja, que apuntaba los condimentos de todo volumen de Memorias que se precie: «…son un poco de anécdota y un poco de chismografía».
Editor exquisito
Antes de engolfarnos con las suculentas páginas de este volumen, en el que su memoria ha conseguido afilar la pluma para lograr mostrarnos perfiles mucho más acertados, no solo de aquellos escritores algo difuminados por el humo perenne del Café Gijón en sus míseros tiempos de silencio, sino también de los otros que permanecieron alejados toda su vida del paseo de Recoletos. Antes de disfrutar con la lectura de estas anécdotas y chismorrerías, ya conocíamos la figura de Pepe Esteban a través de su exquisita labor como editor, en compañía de Manuel Arroyo. La editorial Turner no solo nos sorprendió con la trilogía La forja de un rebelde mostrándonos a un Arturo Barea tantos años silenciado, sino que también pudimos leer por primera vez a Felipe Trigo, Manuel Ciges Aparicio, César M. Arconada, José López Pinillos… Aparte tuvo el valor de publicar allí, desde su admirado José Bergamín, hasta dos obras del estrafalario escritor fascista Ernesto Giménez Caballero. En una de ellas, Profecías españolas, nos mostraba su muy personal visión de Manuel Azaña. Para la editorial Cátedra preparó otras dos ediciones críticas de Lazarillo español, de Ciro Bayo y Las siete cucas de Eugenio Noel, autores por supuesto a descubrir.
Pepe Esteban en Alcalá
El autor de Ahora que recuerdo, nacido en Sigüenza, mantiene intensos vínculos con Alcalá. No solo familiares. Podríamos comenzar por su sobrino Fran y acabar entre esa legión de admiradores con los que comparte muy a menudo memorables tardes de tertulia. En este libro cita en varias ocasiones a don Manuel Azaña, no en vano ha conseguido sintetizar su extensa obra en una antología en cuatro volúmenes publicados también por la editorial Reino de Cordelia. Un intento por lograr hacer manejable y asequible la importante obra del escritor y político alcalaíno. Sabemos que en promocionar este empeño han contado con la ayuda de Javier Rodríguez que desde los actos organizados por su librería ha ido presentando todos y cada uno de los volúmenes con gran afluencia de un interesado público local. Otros personajes alcalaínos salpican sus páginas, como el evocador recuerdo al poeta Pedro Atienza del que no duda en insertar íntegro el prólogo que le dedicó –con soneto incluido– a la conferencia Viaje literario a través del Henares que impartió en esta Universidad (Pág. 573). A Javier Rioyo lo cita levemente a raíz de una intervención de Mario Vargas Llosa en el Instituto Cervantes de Nueva York. También al escultor Andrés Alcántara y por supuesto a Luis Gómez “El Estudiante” con el que debió enredarse a menudo con largas charlas sobre su frustrada vocación taurina.
Francisco Antón y “El himno de Riego”
A mediados de mayo de 1986, el escritor Francisco Antón publicaba en cierto semanario un artículo con el título “José Esteban: La historia como novela”, recogido posteriormente en el volumen Figuras y paisajes (Ed. Ayto. de Alcalá). Ya comenté en cierta ocasión que durante nuestra adolescencia Francisco Antón ejerció con sobria pedagogía, pulcritud y maestría, el generoso intento de mostrarnos sus autores favoritos. Tuvo el valor, en años difíciles de silencios, mordazas y represiones, recomendar la lectura de Alberti, Miguel Hernández, Antonio Machado, José Bergamín, Gil-Albert o Ramón J. Sender. En aquel artículo nos relataba su sorpresa ante la maestría de Pepe Esteban en una presentación del poeta Ángel González en la Capilla del Oidor: «Estuvo tan seguro de sí mismo en la disertación dándonos una visión tan objetiva de la poesía actual, rindiendo un emocionado recuerdo a los poetas desaparecidos en el exilio, que vimos en él a un hombre que conocía bien su papel y sabía por dónde pisaba». Cuenta más adelante que el farmacéutico Julio Chamorro le describió las cualidades de José Esteban «…como crítico, ensayista, escritor, poeta y, para colmo, editor». Fue quien le prestó la novela El himno de Riego (Ed. Argos Vergara) y Francisco Antón nos cuenta como se deleitó al encontrarse con un novelista de fuste, queriéndonos trasladar toda su admiración a posibles lectores: «Leyendo este libro de José Esteban parece que nos encontramos ante Galdós: una literatura con reflejos de nuestra sociedad asentada sobre bases de fuerte contextura literaria». Como me hubiese gustado –a imitación del farmacéutico– haber podido prestar a aquel escritor, que tanto me enseño de narrativa y poesía en años oscuros, la otra gran novela histórica de Pepe Esteban, La España peregrina (Ed. Mondadori). Pero sobre todo me encantaría hacer retroceder el tiempo de la memoria para reencontrarme de nuevo con Francisco Antón en el Bar Santa Ana y conseguir releer juntos estos peculiares recuerdos de su admirado autor.