Homenaje de Vicente Alberto Serrano a la escritora y editora catalana, Rosa Regàs, fallecida el pasado 17 de julio a los 90 años de edad
Creo pertenecer a una generación que, durante mucho tiempo, encontramos en los libros una realidad y una satisfacción que no nos ofrecía la vida cotidiana; tal vez sea por eso que en el largo listado de mis mitos se encuentren en lugar preferente tres editores, aunque también es posible que toda la culpa radique en que al fin y al cabo he dedicado gran parte de mi vida a diseñar los libros de los demás y es lógico, por tanto, que cierto sentido gremial me cause una especial admiración hacia la labor editorial de José Janés, Carlos Barral y Rosa Regàs, porque ellos no solo aportaron parte de mis mejores lecturas, sino también la capacidad de descubrir la bondad y el placer de un libro bien hecho.
José Janés y Carlos Barral
En 1959 muere José Janés, un año antes que Albert Camus, tenía la misma edad que aquel, y perecerá del mismo modo, en accidente de coche. Magnífico poeta y sin lugar a dudas el primer gran editor de la postguerra. Con antecedentes republicanos y un pasado “dudoso” de editor de libros en catalán, Janés logra ser rehabilitado a pesar de haber estado condenado a muerte; gracias a los esfuerzos de sus dos amigos falangistas Luys Santamarina y Félix Ros, por los que también él había intercedido, en plena Guerra Civil, cuando iban a ser fusilados por las milicias antifascistas. José Janés defendía el libro como portador de un mensaje pero también como objeto, bello para leer y bello para mirar; para gozar con la mente, con los ojos y también casi con el tacto. Cubrió con su abundante catálogo casi dos décadas de páramo cultural. Burló como pudo a la censura e incluso a las restricciones de papel de la época. En mi primera juventud llegué a conseguir algunos títulos de aquella mítica editorial en librerías de lance, conservo como tesoros algunos de sus libros, pero especialmente una bellísima edición de las Historias extraordinarias de Edgar Allan Poe, cada vez que la ojeo me vuelvo a preguntar cómo fue posible la existencia de este mago de la edición en un tiempo tan atormentado. Del mismo modo habría que preguntarse cómo fue posible la existencia de Carlos Barral en la década de los sesenta y cómo logró sobrevivir, a pesar de tantas malintencionadas zancadillas, en la década de los setenta. Poeta como Janés es asimismo autor de unos cuantos volúmenes de Memorias, fiel retrato de toda una época, y también de Penúltimos castigos, una novela en donde la ficción se mezcla con la realidad, aportándonos casi todas las claves para conocer las miserias humanas que tuvo que sortear el editor-marino en sus navegaciones por tierra. Sus libros alimentaron los mejores años de esa generación a la que creo pertenecer; si quisieran definirnos con una imagen, nos tendrían que retratar con un ejemplar de la revista Triunfo y un libro de Seix Barral debajo del brazo: Tiempo de silencio, aquellas portadas fotográficas en blanco y negro de Ontañón o Miserachs fueron nuestras más claras señas de identidad.
La gaya ciencia
En 1964 Rosa Regàs entra a trabajar en Seix Barral, comienza rellenando albaranes y poco a poco irá alcanzando puestos de responsabilidad hasta conseguir que su admiración hacia Carlos Barral logre el prodigio de absorber, como por ósmosis, parte de aquella sabiduría editorial y terminar estableciendose por su cuenta. Rosa crea su propia editorial en 1970. La colección “La gaya ciencia” supuso un paso más en aquel rigor de calidad editorial al que peligrosamente podíamos llegarnos a acostumbrar. Volúmenes impecables encuadernados en Linotex y con el sobrio diseño del maestro Giralt Miracle que realizó una tipografía exclusiva para aquellas cubiertas que nos anunciaban innovadores textos de Walter Benjamin, Eugenio Trías, Juan Benet, Vázquez Montalbán, Agustín García Calvo, Álvaro Pombo, Oriol Bohigas, Juan Gil Albert, María Zambrano e incluso una de las mejores novelas que se han escrito sobre la guerra civil, Días de llamas, de Juan Iturralde. Semestralmente la colección se veía enriquecida por Los cuadernos de la Gaya Ciencia sólida revista de estética y pensamiento que llegó a alcanzar cuatro números y que recogió en sus páginas, aparte de muchos de los autores del catálogo, las firmas de Fernando Savater, E.M. Cioran, Erwin Panofsky, Gabriel Ferrater, Antonio Escohotado, Victoria Camps y un largo y sugerente etcétera. En cuanto a “Moby Dick” supondría también una auténtica innovación en el concepto del libro infantil y juvenil, con diseño de otro de los grandes maestros de este oficio, Enric Satué, la colección dirigida a lectores entre 6 a 17 años, logró captar la atención incluso de aquellos que ya habíamos superado esa edad, porque conseguimos revisitar muchos autores de nuestra infancia en ediciones íntegras y descubrir a escritores inencontrables en cualquier otro catálogo editorial.
Hable de política sabiendo lo que dice
Este fue el eslogan con el que salió a la calle una de las colecciones de mayor impacto en la España posfranquista. Tras la muerte del dictador y con la llegada de las libertades, hablábamos continuamente de política pero a veces con tal desconocimiento que nuestro discurso iba siempre trufado de monumentales barbaridades. Esta percepción debió ser la que llevó a Rosa Regàs a embarcarse en la arriesgada pero atractiva aventura de configurar una Biblioteca de Divulgación Política; con la ayuda económica de su hermano Oriol, lanzó al mercado, a razón de un título cada semana, una colección que llegó a convertirse en obligado breviario de todos los que vivimos la transición. Felipe González nos explicó qué era el socialismo. Tierno Galván qué eran las izquierdas, mientras Ricardo de la Cierva trataba de descubrirnos (como si no lo supiésemos) en qué consistían las derechas. Vázquez Montalbán ya nos denunciaba qué era el imperialismo. Incluso el progresista obispo de Segovia, Monseñor Palenzuela (con familiares vínculos alcalaínos) logró aclararnos cuál era el pensamiento de la iglesia respecto de la política. En formato de bolsillo y con coloristas cubiertas de Enric Satué que inevitablemente nos sugerían el cartelismo republicano, aquella colección, al precio de 75 pesetas, creo que logró atenuarnos los nefastos conocimientos que pudiesen habernos quedado de la asignatura del bachillerato franquista que pomposamente se llamaba Formación del Espíritu Nacional, una “maría” que conocíamos con el nombre de “Política”. Realmente no aprendimos política hasta que Rosa Regàs ejerció de maestra y nos aportó la más mítica de las colecciones de la recién instaurada democracia. Al igual que su maestro Carlos Barral, Rosa estaba hecha para las ideas, no para las cuentas, posiblemente esa fuese una de las causas por las que en 1983 “La Gaya Ciencia” pasó a convertirse en leyenda, al igual que los libros editados por José Janés, la etapa de Seix Barral con Carlos al frente o“Barral editores”. En 1984 Rosa Regàs se marcha a Ginebra como traductora, poco más tarde la editorial Destino le encarga un libro sobre aquella ciudad suiza que se publica en 1987. Cuatro años después publica su primera novela Memoria de Almator y en 1994, con sesenta y un años, gana el Premio Nadal con Azul. Perdimos a una de nuestras editoras favoritas de juventud, pero hemos ganado una gran escritora, una magnífica articulista y una vehemente polemista que logra rascar y despertar conciencias a través de las ondas.