Los plátanos de Alcalá: plátanos que no bananas / Por Manuel Peinado

Los plátanos de Alcalá: plátanos que no bananas  /  Por Manuel Peinado

Sobre esto y aquello

Les voy a hablar de los plátanos, pero no de los que venden en las fruterías, conocidos en la mayor parte del menudo como bananas, sino de esos árboles de sombra que se alinean en las calles de todo el mundo a los que los anglosajones llaman sicomoros. La primera cuestión a responder es cómo es posible que dos plantas tan diferentes tengan nombres iguales.

Nadie sabe con certeza el porqué, pero sin indagamos un poco podemos atar algunos cabos. En primer lugar, el nombre de plátano es muy antiguo y se lo daban los griegos πλάτανος (platanos) a estos árboles debido a sus hojas anchas; del griego lo tomó el latín (platanus) y de este el castellano plátano. Platanos viene de πλατύς (platys = plano, ancho) que encontramos en palabras como plata, plato, plató y Platón. El nombre genérico de los plátanos de paseo se lo dio Linneo en 1753, trasladando a la nomenclatura botánica el nombre que recibían en toda Europa.

Y ahora tratemos de entender por qué llamamos plátanos a lo que en todo el mundo llaman bananos. La explicación es bien sencilla si tenemos en cuenta que, durante su primer viaje Colón puso por primera vez pie en tierra en La Española, una de las islas de las Antillas en la que vivían los tainos. Y hete aquí que en taino al bananero se le llama pratane, nombre que a los españoles debió sonarle como plátano. Parece una explicación lógica que avalo con la autoridad del Online Etymology Dictionary y hasta ahí llego.

El caso es que estos días las calles de Alcalá están asistiendo a la floración de los plátanos de paseo (Platanus hispanica). Como cualquiera que pasee por las calles y plazas complutenses podrá comprobar, la floración no ocurre toda al mismo tiempo (es asincrónica) y, aunque la primavera sea la estación favorable para que todos los plátanos produzcan flores, unos son más adelantados que otros. Por ejemplo, los plátanos emparrados de la plaza de Cervantes no han producido ni una sola flor el día en que escribo esta entrada (24 de marzo) mientras que las aceras de la que calle en la que vivo están teñidas con el polen que cae de los plátanos que puedo tocar con la mano desde el balcón de mi casa. Pero así son las cosas: como las personas, unos plátanos son más precoces que otros.

El plátano es un árbol que puede alcanzar de 30 a 40 m de altura. El sistema radical es potente y desarrollado. Me apresuro a decir que la mala fama que arrastran los plátanos de levantar las aceras con sus raíces se viene abajo sin más que darse un garbeo por la plaza de Cervantes: ni uno solo de los allí plantados ha levantado loseta alguna. Y es que el antiguo jardinero mayor del Ayuntamiento, Andrés de Lucas “el Chato”, ordenó plantarlos a conciencia, practicando un hoyo profundo, de por lo menos un metro, según me ha contado su nieta.

Los que se pusieron después se plantaron de mala manera, con las raíces a apenas un palmo del suelo, de manera que estas, en lugar de buscar las capas húmedas profundas del suelo, tienden a buscar la superficie para beneficiarse de los encharcamientos pluviales. Los plátanos son árboles de riberas y vegas y, por tanto, freatófitos, lo que quiere decir que en la naturaleza toman el agua de las capas freáticas más o menos profundas. En las ciudades, si se plantan a la profundidad conveniente, las raíces crecen hacia abajo hasta encontrar la humedad del suelo. De no hacerse así, se buscan la vida en superficie. En Alcalá, que ha crecido sobre las terrazas del Henares, la capa freática es muy superficial y los plátanos, de haberse plantado como es debido, no debieran causar problema alguno en el pavimento urbano.

El tronco de los plátanos es recto, ensanchado en la base. A veces se produce una especie de elefantiasis que origina troncos enormes. La corteza es delgada, de color gris pálido o verdoso, que va produciendo hacia el exterior capas de células muertas -el ritidoma- que se desprenden en placas ocres, marrones o verdosas. Si no se tercia o se amputa, como se hace en las habituales podas urbanas, la copa es regular, redondeada, aclarada, con las ramas gruesas, anchamente extendidas y con la edad colgantes en los extremos. Las ramillas son verdosas, están recubiertas de un espeso pelillo de color marrón que se pierde y pasan a ser marrones, rugosas y con muchos poros gruesos o lenticelas. Las yemas son ovoides, miden de seis a ocho milímetros de longitud y presentan color marrón rojizo. Están ligeramente curvadas en el ápice, con dos escamas cónicas, amparadas hasta la defoliación por la base del pecíolo, que soldándose a las estipulas forma una vaina cónica. Esa vaina, cumplida su función, se desprende y cae al suelo con el tamaño de una almendra donde son visibles durante los días de brote.

Las hojas son caedizas, alternas, coriáceas y muy numerosas. Tienen forma variable, generalmente con tres a cinco lóbulos, están truncadas o ligeramente acorazonadas en la base y presentan algunos dientes en los bordes. Miden de quince a veinte centímetros de longitud por veinte a veintidós cm de anchura, con el haz de color verde vivo reluciente y el envés más pálido. Se descomponen difícilmente y adquieren una coloración tostada antes de caer, pudiendo permanecer sobre el árbol hasta bien entrado el otoño antes de alfombrar el suelo.

Las flores son pequeñas y unisexuales, dispuestas sobre el mismo árbol. Los plátanos se polinizan gracias al viento (son anemófilos) y de ahí que las flores sean muy pequeñas y poco atractivas, puesto que las corolas que lucen las plantas que necesitan atraer a los animales polinizadores (plantas zoófilas) están reducidas en los plátanos a pequeñas escamas. Como puede verse en la lámina adjunta, tomada de la excelente Flora Ibérica, tanto las flores masculinas como femeninas tienen cáliz, pero reducido a unos sépalos minúsculos y escuamiformes, más cortos que los pétalos. Estos son escariosos, es decir, de la textura de las delgadas pieles que cubren los dientes de ajo, por citar un ejemplo conocido. Las flores tienen entre tres y ocho estambres, con anteras sobre filamentos muy cortos.

Las anteras son liliputienses, pero fecundas: en cada una de ellas se acumulan miles de granos de polen. Como en cada árbol hay miles de flores y en cada antera miles de granos de polen, multipliquen y se harán una idea aproximada de los millones de granos de polen que puede producir su solo árbol. La polinización es corta, pero muy intensa; en unos pocos días llega a unos niveles elevados que pueden sobrepasar los dos mil granos de polen por metro cúbico de aire. Como la alergia a otra clase de pólenes, los síntomas que produce son rinitis con picores en los ojos, la nariz, la boca o la garganta, estornudos, conjuntivitis y ojos llorosos, así como episodios de asma.

Las flores femeninas presentan un número variable de entre tres y nueve piezas femeninas (carpelos) envueltos en la base por un penacho de pelos largos. Sea cual sea el número de carpelos, las flores femeninas, una vez fecundadas, forman unos frutitos (aquenios) con forma de clavo o maza. Cada árbol produce centenares de miles de estos pequeños aquenios.

Las flores son minúsculas, pero se agrupan para formar unas esferas colgantes (las masculinas más pequeñas que las femeninas), muy vistosas y abundantes, que rematan unos pedúnculos de alrededor de tres centímetros de longitud; mientras que las esferas de flores masculinas se deshacen cumplida su función polinizadora, las femeninas se transforman en esferas rígidas de alrededor de unos tres centímetros de diámetro, que están erizadas de pelos (el molesto pica-pica) y suspendidas sobre largos pedúnculos. Finalmente, las esferas se desarticulan liberando los aquenios. Un kilogramo de estas esferas femeninas puede contener alrededor de 350.000 aquenios.

Nuestro plátano de paseo procede del cruce del plátano de oriente (Platanus orientalis), originario del sureste de Europa y del suroeste de Asia, y del plátano de occidente (Platanus occidentalis), que proviene del este de Estados Unidos. Al parecer esta hibridación tuvo lugar antes del siglo XVII, según algunos en Inglaterra, en el Jardín Botánico de Oxford, y según otros en España, en los Jardines de Aranjuez. Desde esos jardines se plantó por todas las ciudades, y de ahí que sea un árbol tan común en ambientes urbano como extraño en medios naturales.

El plátano prefiere situaciones soleadas y cálidas. Es poco exigente en cuanto a la naturaleza mineralógica del suelo, pero sin embargo le gustan los terrenos profundos, fértiles y frescos y no tolera en exceso los demasiado calizos. Una de las principales causas de su plantación en las ciudades (muchas “alamedas” de las ciudades son en realidad alineaciones de plátanos aveces emparrados como los de la Plaza de Cervantes) es su rápido crecimiento y su gran capacidad para resistir la contaminación urbana. Además, absorbe muy bien el dióxido de carbono, lo que ayuda a reducir la contaminación, regula la humedad y la temperatura, y amortigua el ruido de los coches.

Tiene crecimiento rápido, que puede llegar a ser de hasta un metro por año y puede vivir varios siglos. Admite todo tipo de recortes, por drásticos que sean, y vuelve a resurgir en primavera, inmutable al deterioro que se le haya ocasionado. No obstante, las podas drásticas acarrean pudriciones prematuras. Al talarlo emite brotes abundantes y vigorosos.

Salgo al balcón de casa y miro los plátanos que me dan sombra y frescor los mediodías de verano. Tomo una foto y cierro con ella. Abajo la dejo.

© Manuel Peinado Lorca

@mpeinadolorca