Ni San Valentín ni San Valentina… / Por Anabel Poveda

Ni San Valentín ni San Valentina… / Por Anabel Poveda

He necesitado una semana para que se me pasara el drama de San Valentín y poder escribir sobre ello… que a todos nos da muy igual, es un rollo patatero, que si plagado de tópicos comerciales, que si el día de El Corte Inglés y blablablá… pero digo yo que igual es cuqui, aunque mole celebrar el amor a diario, poderle hacer un arrumaco a alguien ese día… y lo digo de oídas porque a mis casi 42 años (¡OhmyGod!) lo he celebrado poco o nada.

El año pasado, en un ataque de originalidad, cené con mi amiga Marisa en un restaurante romántico; tal cual, como ella con su chico pasa de San Valentín nos moló mucho hacernos las novias ese día y celebrar nuestra amistad poniéndonos como el quico. Este año íbamos a por nuestro segundo aniversario, ¡pero una apretura de trabajo la alejó de mí! Eso sí, está pospuesto y en breve nos desquitaremos en cualquier lugar tan coqueto como nosotras.

A falta de plan y de pan, me pasé todo el día jugando a la fantasiosa… no sé de dónde me viene lo peliculera que soy, pero tenía la esperanza de que fuera desapareciendo con los años, por mi bien más que nada… seguir imaginando gilipolleces varias con un cuatro en el prefijo es para hacérselo mirar. Fantaseo todo el rato, y no entiendo el motivo porque las posibilidades de que se pueda cumplir alguno de mis guiones es del cero por ciento, tal cual.

Relación actual: inexistente – Tonteo actual: inexistente – Admirador secreto: inexistente – Amor del pasado que vuelve: inexistente

Con este percal diréis que ya tengo valor imaginándome películas a lo Pretty Woman… desde un ramo de flores que llega a la oficina, pasando por una carta en el parabrisas del coche, hasta el hombre de mi vida en la puerta de casa esperando que llegue para declararme su amor. Estoy como una regadera, lo asumo. Cualquier día me envío algo a mí misma y me hago la sorprendida.

Pues nada, que no hubo manera… el único recibimiento que tuve fue el de Canela pidiendo su ración diaria de pienso. Le puse una latita de las caras para cenar, por aquello de que ella es mi único amor.

Lo más destacado del día y lo más sexy sucedió en Mercadona, el lugar menos romántico del planeta. En vista de que no iba a tener cena romántica fui a comprar cena vulgar y mientras atacaba la máquina del zumo de naranja (de la que soy adicta y delante de la que cualquier día monto un escándalo bebiendo directamente del chorrillo), llenando la correspondiente botellita de litro e intentando sin éxito cerrar el tapón, una mano rozó la mía y me quitó la botella para enseñarme lo fácil que era hacer ese «clic» que se me resistía.

Y ahí estaba él, el chico alto del Mercadona al que lo mismo veo cortando jamón que reponiendo papel higiénico. Le tengo ultra fichado, pero nunca habíamos hablado. Le di las gracias y le dije: «si no llega a ser por ti me lo llevo abierto». Y con una sonrisa enorme me contestó: «Para eso estamos». La cosa promete.

Es el segundo dependiente que me trastorna, ya que mi historia con el carnicero la rompieron los triglicéridos, me voy a dar una oportunidad con este muchacho que parece mucho más versátil e inocuo para mi salud.

Me lo voy a currar a tope… hoy, en lugar de ir al gimnasio, voy a recorrer el súper entero hasta que descubra en qué sección le han puesto.

¡He dicho!