Muy a mi pesar le voy a tener que dar la razón a Amador, uno de los protagonistas indiscutibles de «Aquí no hay quien viva», cuando dice muy serio ¡No toques! ¿Por qué tocas?
Me habría venido muy bien tener un Amador en casa el otro día, que a punto estuve de perder la vida por hacerme la electricista, sin tener ni pajolera idea de cables.
Últimamente tengo un sentimiento de autosuficiencia que me lleva a encarar tareas de las que no tengo la más mínima información ni formación. Me invade el «yo puedo sola», «si ellos lo hacen, yo también», y me embarco en cruzadas que un día me van a dar un disgusto.
La última podía haber terminado en tragedia, pero debo tener una legión de ángeles custodios y me salvaron de terminar frita como una ración de pescaíto.
La cosa es que, como soy sencilla, a la par que discreta, en el espejo del baño tengo dos filas de focazos a modo de camerino de diva. Los vi en el Ikea y me faltó tiempo para meterlos en el carro. Esas diez bombillas me aseguran dos cosas: verme hasta el pelo más diminuto que crece fuera de su sitio en las cejas… (o en el bigote), y poder maquillarme como si todas las luces del Teatro Real fueran a estar dirigidas hacia mi persona… es decir, como una puerta.
La cuestión es que mi hermano, harto en su momento de hacerme chapuzas en casa, se marcó una instalación un poco chapucilla consistente en cable colgandero e interruptor del todo a cien. Durante mis años de soledad lo cuidé con esmero, pero fue llegar la peluda a casa y convertir el cable en su juego predilecto. Tanto, que se ha cargado el interruptor y cada vez que la veo subida al lavabo y escucho el chisporroteo del cortocircuito inminente, temo por la vida de mi Canela.
Y como no hay nada que una madre no esté dispuesta a hacer por sus hijos de cuatro patas, allá que fui a desmontar el tinglao, retirar el interruptor defectuoso, sacar los cables del enchufe y dejarlo todo bien seguro para que mi gata tocona no corra peligro.
La idea era buena, obviamente, lo que no fue tan correcta fue la ejecución. Como soy electricista de oídas y rubia de bote, me dirigí al cuadro eléctrico, empecé a jugar con los diferenciales y cuando se apagó la luz del baño pensé: ¡Ya está, ya puedo tocar sin peligro! Así que empecé desmontando el interruptor, seguí separando cables, me vine arriba desatornillando el enchufe y cuando llevaba diez minutos toqueteando, agarré la punta de uno de los cables pelados y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo.
Los guardianes que velan por los inconscientes me hicieron reaccionar a tiempo, solté el cable y me retiré, pero me podía haber quedado pegada al enchufe y convertirme en uno de esos dibujos animados que al entrar en contacto con la corriente eléctrica alternan cuerpo-esqueleto-cuerpo-esqueleto-cuerpo-esqueleto.
Contrariada, volví al cuadro de la luz para comprobar con un simple vistazo que los enchufes pertenecían a otro diferencial y que me había estado jugando el pellejo sin saberlo, destornillador parriba, destornillador pabajo.
Dice mi madre que me salvó no ser consciente del peligro que corría… yo creo que no le tocaba morir a ninguna rubia bloguera y me dieron otra oportunidad…
Prometo no volver a ser temeraria.
Prometo llamar a padre-hermano-amigo-profesional si necesito resolver algo que implica conocimientos técnicos.
Prometo no ir de lista.
Prometo contarlo en el blog si olvido alguno de los prometo anteriores.