La legislatura más insólita de la democracia española fabricada en 1978 ha durado ocho meses. Se habla la de la única procedente de una moción de censura, la de junio de 2018, que dio la victoria parlamentaria, no electoral, a Pedro Sánchez. Resultaba inevitable hacer algo ante la condena de la Audiencia Nacional al Partido Popular como «partícipe a título lucrativo» de los beneficios de una red de corrupción conocida como Gürtel.
El principal partido del conjunto parlamentario de aquel momento era condenado por la segunda instancia más importante del sistema judicial español por beneficiarse de una máquina de corrupción. El presidente Rajoy se dejó censurar y no aceptó dimitir y disolver las cámaras. Alguna vez se sabrá si lo hizo por pura resistencia o, quizá, por patriotismo: harto del clima que vivía en su propio partido, para que esa censura inmortalizase el castigo a un partido tan unido a las prácticas inmorales.
Pues bien, Sánchez, desde el principal partido de la oposición, sólo hizo lo que el mandato del relato político más sencillo recomienda, reaccionar ante un hecho extraordinario con la potencia que requería el momento histórico. Organizó una moción de censura con las formaciones que apellidaban la sentencia de la Audiencia como un delito de especial gravedad. Podemos y nacionalistas advirtieron esa gravedad, mientras que Ciudadanos no lo experimentó así.
Ahí se fraguó para el partido de Rivera su alineamiento definitivo con la derecha sin fisuras, que redundaría en el episodio de Andalucía y la desnudez del acto de afirmación de Colón, con la compañía calculada de la extrema derecha.
El mandato de Pedro Sánchez ha sido liquidado por alguna de las mismas fuerzas que ayudó a su implantación, los nacionalistas catalanes. La manifestación de Colón nada tiene que ver en este final. La manifestación de Colón puede volver a suceder en cualquier momento con Catalunya como pretexto o cualquier otro.
Lo que se ventilaba en Colón era la negativa fáctica a Pedro Sánchez, lo de Catalunya es un accidente gramatical. Seguirán contra Sánchez suceda lo que suceda en territorio catalán. La animadversión a Sánchez sigue existiendo a sabiendas que han sido los nacionalistas catalanes quienes han dinamitado su final. El código identitario de la derecha, en este momento en España, pasa por la negación de cualquier acción pública del partido socialista en manos de la dirección de Sánchez.
En esa inaudita partida de presión la derecha cuenta ciegamente con las declaraciones de impiedad e intromisión de personajes socialistas como Alfonso Guerra, alérgico a la calma verbal, y líderes geográficos de segundo nivel como Lambán y Page. La autoría del experimento de la moción Sánchez es plenamente catalana, sin cuyo concurso el gobierno socialista seguiría su curso en medio de acusaciones de la triple derecha, prácticamente sin apoyo argumental.
El espíritu de Colón contra Sánchez partió de una manifestación gestada contra el relator y que siguió convocada tras la desaparición del relator. Sánchez se ha revelado como un extraordinario superviviente frente a riesgos y amenazas, muchas de las cuales siempre han procedido de su mismo partido. La tarea hercúlea del control del partido socialista le sirve incontestablemente para seguir en su trayectoria biológicamente ligada a la política.
La traición perpetrada contra la unidad de España queda argumentalmente invalidada precisamente porque han sido los nacionalistas catalanes quienes han precipitado su final de gobierno. De este modo, la justificación nacionalista catalana podría radicar en la convicción de la ampliación del horizonte electoral tanto de catalanes como del propio partido socialista de Sánchez.
De lo contrario, si ese cálculo no resistiese la prueba de la realidad y se produjese la victoria de las derechas o, por lo menos, la posibilidad de formar gobierno, el 155 estaría servido de inmediato porque se encuentra en el frigorífico para su ofrenda a temperatura adecuada. No otra cosa quiere y desea la triple alianza de derechas: la polarización entusiasta de Catalunya contra España y viceversa hasta la derrota final de la primera a manos de la segunda, ya sean manos constitucionales como el 155, o herramientas emocionales artesanalmente construidas con el mismo fermento invocado en la arquitectura mágica y fabuladora que se imputa y opone a Catalunya.
Hágase entonces la lectura de este final agónico del ensayo de Pedro Sánchez como una magnífica oportunidad perdida para una tentativa de construcción de un cimiento de cordura y entendimiento del papel de Catalunya en España. El error de ERC y PD CAT es de carácter superlativo. La interpretación de la triple derecha ya pertenece a otro género de lectura para cuyo trabajo se necesitan dosis de paciencia y resignación a partes iguales. Un cincuenta por ciento, aprox., del electorado (PP, CS y Vox) hace uso de la legalidad como una religión enteramente dogmática, tanto da si esa legalidad es un instrumento público para el bien como para el mal. Para este triunvirato ideológico la receta ofrecida a Catalunya solo puede consistir en una ley claramente insatisfactoria para una realidad de convivencia. Si esa ley conviene a mis intereses se aplica vitaliciamente hasta la extinción del adversario.
El juego entre desiguales no es una práctica política recomendable para el eje de Colón. Es mejor la polarización, la guerra, la bandera, el símbolo. Luis Landero, en “Juegos de la edad tardía”, dice que “la paciencia es el arte de ganar guerras sin batallas”. El gobierno de Sánchez ha intentado ese arte sin acudir a la batalla. Los nacionalistas no lo han entendido sin caer en la cuenta de la posibilidad de entenderlo en la versión más dramática: perder la guerra y con muchas batallas.