Quien paga descansa, dice el refranero. Hace unas semanas prometimos contar una historia más propia de los folletines de Larra que de quiénes la protagonizan: dos grandes nombres del Siglo de Oro español con lazos en Alcalá. Dos hombres que la admiración debida con rencillas y odio saldaron. Miguel de Cervantes y Lope de Vega. Y nuestra historia comienza aquí.
Cinco siglos antes de que el Parador pusiera su primera piedra, en parte de su finca se erigía el Colegio Menor de Santiago o de los Caballeros Manriques. Lo fundó en 1551 don García Manrique de Lara y Luna, capellán de honor del rey y arzobispo electo de Tarragona, para que sus familiares apellidados Manrique y preferentemente los hijos de los caballeros de su casa estudiaran en la Universidad de Alcalá. Allí llegaría con quince años, en 1577, Lope de Vega, bajo la protección de don Jerónimo Manrique de Lara. De origen humilde pudo costearse los estudios porque ingresó no como colegial sino como familiar, una especie de estudiante-sirviente. Aunque hay quien cuestiona si realmente Lope de Vega estudió o no en Alcalá, lo cierto es que varios de sus versos así lo afirman. Un ejemplo es la Epístola al doctor Gregorio de Angulo, incluida en La Filomena:
Críome don Jerónimo Manrique,
estudié en Alcalá, bachilléreme,
y aun estuve de ser clérigo a pique;
cegome una mujer, aficioneme,
perdóneselo Dios, ya estoy casado;
quien tiene tanto mal, ninguno teme.
Y ese “cegome una mujer” evidencia su fama y explica una de las teorías por las que solo estudió cinco años en Alcalá: Su carácter mujeriego y disoluto hizo que don Jerónimo Manrique le retirara la ayuda y tuviera que abandonar la universidad por falta de recursos económicos.
Sea cierta o no esta motivación, su paso por Alcalá tuvo que ser ese nexo común de conversación cuando sus pasos se cruzaron con los de Miguel de Cervantes. Se conocieron en el madrileño barrio de Lavapiés, en casa del cómico Jerónimo Velázquez. Lope la frecuentaba asiduamente, como autor y como enamorado de la hija de éste, Elena Osorio. Allí también acudía Cervantes con la esperanza de que Velázquez le pusiera en escena alguna comedia. En un primer momento Cervantes y Lope –quince años más joven – se respetaban mutuamente, se llevaban bien e incluso se alababan en distintos poemas laudatorios. Vivían en la misma calle, se encontraban frecuentemente. Pero en un momento dado los celos lo corroyeron todo.
No se sabe a ciencia cierta quién tiró la primera piedra, quién criticó primero al otro en sus escritos y corrillos literarios para tratar de cerrarle puertas. Los ejemplos son muchos y anteriores a uno que resultó determinante. Antes de que se publicara El Quijote la obra manuscrita llegó a manos de Lope. Por jactancia o por celos, quién sabe, escribió una carta en la que decía “De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”. Esto enfureció a Cervantes y publicó un soneto en el que atacaba violenta y cruelmente la obra no dramática de Lope.
La guerra había estallado oficialmente. No se ha podido probar pero se cree que fue la propia pluma de Lope la que, meses antes de que se publicara la segunda parte del Quijote, estaba detrás del conocido como Quijote de Avellaneda. No en vano el prólogo no escatima en referencias al dramaturgo y manifiesta el más absoluto desprecio hacia Cervantes, del que solo destaca un título: La Galatea, precisamente en la que elogiaba a Lope. Tampoco había autores tan rápidos como para adelantarse así a la edición, así que Cervantes tuvo claro quién era el traidor. Se vengó a través del mismísimo Quijote. En la trama el loco hidalgo critica el libro impostor, Sancho incluso se queja de haber sido retratado como un bobalicón y los dos, como sus impostores parten a Zaragoza, deciden marchar hacia Barcelona.
La venganza acababa de crear la novela moderna. Por primera vez se rompen los límites entre realidad y ficción y los personajes traspasan a su antojo el umbral. Lope, sin saberlo, lejos de hundir a Cervantes lo elevó definitivamente como autor universal.
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