La calle con soportales más larga de Europa. Así está catalogada la que sigue siendo el eje que vértebra la ciudad, por donde pasean sus gentes en las fiestas y domingos.
Siempre lo fue así. Lo sabían bien en época del Renacimiento y previamente, cuando la Calle Mayor era el centro de la Judería. Aquí convivían en paz judíos, musulmanes y cristianos. Son muchos los restos que aún se guardan: la planta de la sinagoga (Corral de la Sinagoga), mirillas secretas en la Calle Mayor…
El paso del tiempo desgasta y lo que fueron columnas de madera se convirtieron en piedra; algunas de ellas, dicen, que hasta recicladas de la vieja ciudad romana de Complutum.
Por cierto, merece la pena pararse a ver los restos de colores de esas columnas y sus originales canalones. Unos dirán que es la cabeza de un dragón, otros que es la de un grifo, pero lo cierto es que hace muchos años su mirada no era tan sumisa. Estos seres eran especialmente temidos en los días de aguaceros.
Inclementes, altivos, no tenían piedad con capas, sombreros o paraguas. Los archivos fotográficos de principios del siglo XX los muestran coronando las cornisas de la calle mayor. Acomodados en las alturas vertían sobre los transeúntes el agua de los tejados. Imaginen la calle Mayor jalonada cada pocos metros por aquellos implacables chorros.
A más de uno debieron empapar porque en las sucesivas reformas las místicas cabezas fueron desapareciendo. Tiempo después se recuperaron. Pero, ahora sí, con la temible bestia rendida a los pies de los alcalaínos.