Rafael Sánchez Mazas y Santiago Ontañón / Por Vicente Alberto Serrano

Rafael Sánchez Mazas y Santiago Ontañón  /  Por Vicente Alberto Serrano

Iluminaciones en la sombra

El primero fue falangista, el otro republicano. Sin embargo en aquellos tiempos trágicos o patrióticos –según algunos– ambos permanecerían refugiados (aunque en fechas diferentes) en la embajada de Chile en Madrid. En los días iniciales de confusión y terror provocado tras el 18 de julio del 36 a un numeroso grupo de simpatizantes del golpe les pilló con el pie cambiado viéndose obligados a protegerse en las sedes de diversas embajadas. Uno de ellos fue Rafael Sánchez Mazas del que me contaba José Bergamín que cuando ejercía como director intelectual de Falange Española, un día le citó en la Plaza de Santa Bárbara y se presentó con José Antonio para ofrecerle afiliarse al nuevo partido; allí frente a un vaso de horchata él los rechazó de modo fulminante alegando que el catolicismo y el fascismo eran incompatibles. Un Sánchez Mazas que posteriormente burló al gobierno de la República porque desde la cárcel solicitó un permiso temporal para asistir al nacimiento de uno de sus hijos y al parecer no regresó. Tras el golpe se refugió en la embajada de Finlandia y poco después ante el inminente peligro de asalto, huyó por una ventana para intentar pasarse a la zona “nacional” pero fue detenido por un grupo de milicianos de la UGT. Evocando los tiempos de juventud que compartió con Indalecio Prieto en la guerra de Marruecos, consiguió hablar con él y este ordenó su inmediata puesta en libertad, aconsejándole la embajada de Chile como lugar seguro. Allí permanecería año y medio.

Rafael Sánchez Mazas y cubierta de la novela “Rosa Krüger” (E. Trieste).

Rosa Krüger

En el libro de Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias (Ed. Planeta), el exfalangista soriano llega a afirmar que: «…a pesar de ser un gran escritor y un notable “inventor de fórmulas”, Sánchez Mazas era “un caso aparte” y “no tenía nada de hombre de acción”». Al referirse como notable inventor de fórmulas imagino que señalaría la autoría del ¡Arriba España! su participación en la letra del “Cara al sol” y escoger el cisne a modo de logotipo del SEU como homenaje al cardenal Cisneros, «militar y gobernante -son palabras suyas- duro fundador del tiempo cesáreo», escribiendo después en la revista Haz, aquello de: «Acordaos bien, camaradas, de que el cisne no tiene canto de agonía, sino grito de guerra». En cuanto a lo de “caso aparte” recordaba Ridruejo como tras su supuesto fallido fusilamiento, Franco lo llegó a nombrar ministro sin cartera para poco después retirarle la silla en los Consejos de Ministros y destituirle ante sus reiteradas ausencias sin justificar. En 1984 la editorial Trieste publicaría Rosa Krüger en edición de su viuda Liliana Ferlosio que al iniciar el prólogo afirmaba: «Rosa Krüger es el borrador de una novela que Rafael escribió durante la guerra, estando refugiado en la embajada de Chile en Madrid, para distraerse y distraer a sus compañeros de cautiverio, que esperaban todas las noches con impaciencia la hora en que venía a leerles los capítulos que iba escribiendo como una novela por entregas. Aquella hora les hacía olvidar momentáneamente la tragedia que estaba viviendo España». Tal vez nuestra condición -afortunadamente- al no ser refugiados en la sede de una embajada en tiempos revueltos nos ha ofrecido una lectura muy diferente de esta peculiar narración, por supuesto no decepcionante porque el estilo de su autor es impecable pero sí cierta extrañeza que un relato, denominado por algún crítico como “novela bizantina” lograra atraer la atención en noches inciertas a aquel grupo rebelde que siempre había considerado la República como una invasión chabacana. Nosotros lo único que descubrimos fue una novela muy diferente a todas aquellas otras escritas durante la Guerra Civil por uno y otro bando. En este caso se trata de la historia de un protagonista que se empeña en buscar por diversos parajes y bellos paisajes de Europa a la persona amada, al tiempo que lleva a cabo una profunda introspección personal. Algunos la han tachado de novela religiosa y muy diferente al resto de la escasa producción de su autor. Picado por la curiosidad me atreví con la lectura de La nueva vida de Pedrito de Andía (Ed. Planeta) y la decepción ha sido manifiesta, sobre todo por su alucinante final. En su época tuvieron la desfachatez de compararla con la obra cumbre de Marcel Proust. Tiempo perdido considero yo haberle dedicado algunas horas a recorrer sus páginas.

Cubierta de la colección completa de “Luna”, con una imagen de Santiago Ontañón, y una de sus páginas interiores.

Luna

«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Este fue el escueto último parte de guerra que firmó el generalísimo Franco el uno de abril de 1939. Pero como comentaba cierto personaje de una obra de teatro, no llegó la paz, sino la victoria.

Por eso resultó paradójico que cuando las tropas nacionales ocuparon Madrid, algunas pocas representaciones diplomáticas que durante el conflicto protegieron a miles de simpatizantes de los golpistas, tuviesen el valor entonces de acoger a unos pocos republicanos que huían de los nuevos y vengativos vencedores. Fue el caso de las embajadas de Chile y Panamá que no reconocieron hasta pocos días más tarde el gobierno de Franco y por tanto aceptaron acoger a algunos refugiados del bando republicano. Santiago Ontañón fue uno de aquellos. Escenógrafo y dramaturgo había formado parte del grupo La Barraca, llegó a frecuentar las tertulias del Pombo e incluso tuvo participación  activa en el fracasado estreno teatral de El maleficio de la mariposa de Federico García Lorca quien más tarde le haría personalmente el encargo de la escenografía de Bodas de sangre para su estreno en el Teatro Beatriz de Madrid. Al estallar la guerra civil en 1936 se encontraba preparando la versión cinematográfica de una novela de Baroja. Participó activamente con los intelectuales antifascistas y perdida la causa republicana solicitó asilo político en la embajada de Chile donde estuvo refugiado durante dieciocho meses, en compañía de algo más de una docena de compañeros con los que elaboraría un periódico clandestino titulado El cometa cuyos ejemplares manuscritos se vieron obligados a destruir ante la constante amenaza de la posible irrupción en la sede diplomática de las fuerzas franquistas; así como Luna, primera revista cultural de exilio en España que sin embargo, también manuscrita, fue rescatada por las autoridades chilenas y actualmente sus ejemplares se encuentran en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile. Cada ejemplar único, escrito a máquina sobre papel de barba era ilustrado con acuarelas de Santiago Ontañón, en ella se recogían cuentos, crítica teatral, poesía y semblanzas de escritores como Antonio Machado, Miguel Hernández, Lorca, Neruda, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Altolaguirre, Gabriela Mistral, Rubén Darío, Alberti o León Felipe entre otros. En el año 2000 la editorial Edaf publicó un imponente ejemplar con la colección completa de Luna acompañada de una exhaustiva introducción explicativa. Otro ejemplo de la literatura como terapia, elaborado en el mismo escenario y con las mismas dificultades que tuvo Sánchez Mazas cuando trataba de evadirse de una trágica realidad a través de cortos capítulos de ensoñación diaria.

Santiago Ontañón en el papel del magistrado Corcuera en la película “El verdugo”

Santiago Ontañón

En 1940 Ontañón logró escapar hacia el exilio y establecerse en la capital chilena; desde allí colaboraría con la actriz Margarita Xirgu, creando una Escuela de Arte Dramático. Más tarde se traslada a Uruguay con la Xirgu y realiza decorados con destino a Argentina para obras de Alberti y Casona. Años después imparte una cátedra de Escenografía en Lima y posteriormente, alentado por el actor Alberto Closas, regresa a España. En compañía de Sigfrido Burmann, José Caballero y Fontanals diseña buena parte de la escenografía teatral de aquellos tiempos de espesura. Incluso ejerce como actor de reparto en cerca de medio centenar de películas de las que siempre nos quedará en la memoria su papel como el magistrado Corcuera en la película de Berlanga El verdugo intentando convencer, junto a Pepe Isbert, a un dubitativo Nino Manfredi que sigue sin estar muy por la labor de ejercer tan “respetable” oficio. Con el título de Unos pocos amigos verdaderos (Ed. Fundación Banco Exterior) publicó una especie de deliciosas memorias, coordinadas por el periodista José María Moreiro, que no tienen desperdicio.

 

 

 

 

 

 

 

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