Roberto Bolaño y La pista de hielo  / Por Vicente Alberto Serrano

Roberto Bolaño y La pista de hielo   /   Por Vicente Alberto Serrano

Iluminaciones en la sombra

Dedicado al escritor E. J. de L.

Es muy posible que aquella fuese una boutade más de nuestro siempre admirado Jorge Luis Borges. Se jactaba con orgullo de los libros que había leído antes que de los que había escrito. En 2004, en las páginas preliminares de Entre paréntesis (Ed. Anagrama), Roberto Bolaño finaliza un escueto autorretrato hablando de su familia. «Mi mujer se llama Carolina López y mi hijo Lautaro Bolaño. Ambos son catalanes. En Cataluña aprendí el difícil arte de la tolerancia.» Y cierra sus palabras con una frase rotunda: «Soy mucho más feliz leyendo que escribiendo.» Entre paréntesis es el título que su amigo el crítico Ignacio Echevarría decidió poner a la edición póstuma de sus ensayos, artículos y discursos, en homenaje a las columnas que bajo esa denominación publicó Bolaño en el diario chileno Las últimas noticias y que se contienen entre las páginas de este volumen. Roberto Bolaño, nacido en Santiago de Chile en abril de 1953, murió el 15 de julio de 2003 en el Hospital Vall d´Hebron de Barcelona a consecuencia de un fallo hepático. Debería existir una especie de fórmula mágica para poderle demostrar a Borges y Bolaño que todavía existen por ahí lectores (rara avis) que tras disfrutar de buena parte de las magníficas obras que nos legaron, se empeñan en recomendarlas para tratar de compartirlas. En cuanto a la infinidad de lecturas de las que ellos siempre presumieron, sentir envidia porque intuimos que nunca les alcanzaremos.

Roberto Bolaño (1953-2003).

Penosa desolación

Tal vez la narración donde Roberto Bolaño consiguió –con mayor certeza– perfilar su intensa, heroica, compulsiva pero casi siempre desolada relación que tuvo en vida con la literatura, se contiene en el libro de cuentos Llamadas telefónicas (Ed. Anagrama). En un relato que titula “Sensini”, nombre con el que trataba de ocultar la personalidad de un escritor al que admiraba y al que consigue homenajear con especial respeto en esas páginas. Está basado en una desventura real; Bolaño que desde su llegada a España había ejercido todo tipo de coyunturales oficios: lavaplatos, camarero y hasta vigilante nocturno de un camping en Casteldefells, también intentaba, por todos los medios, conseguir algunas pesetas presentándose a los más diversos certámenes literarios que por aquel entonces convocaba cualquier ayuntamiento de pueblo o ciudad que se preciase de culto. Fue premiado en Toledo, Alcalá, Irún o San Sebastián. Consiguió un tercer accésit en el Premio de cuentos Alfambra, promovido por el Ayuntamiento de Valencia. Cuando recibió el ejemplar impreso con los textos de los galardonados, se sorprendió al descubrir que el reconocido escritor Antonio di Benedetto, autor de Zama (Ed. Planeta) obra maestra de la literatura argentina, había logrado, no el primer premio, sino un simple segundo accésit. Benedetto, perseguido, encarcelado, torturado, incluso había sufrido varias simulaciones de fusilamiento por el gobierno de Videla, pudo exiliarse finalmente en Madrid. Desde aquí, aunque olvidado, se presentaba a todo tipo de certámenes literarios para tratar de sobrevivir. Bolaño logró ponerse en contacto con él y a partir de aquel momento mantuvieron una peculiar relación, no solo de amistad sino también de intercambio de información sobre los diversos premios literarios y sus cuantías. Con aquella experiencia, enriquecida con otros datos y transformada en ficción, Bolaño optó por llamar al protagonista de su cuento Luis Antonio Sensini y cambiar Valencia por el ayuntamiento de Alcoy.

Cubierta de la edición alcalaína de “Pista de hielo” (1993) y posterior edición de bolsillo (2018).

Una voluntariosa iniciativa

Con la irrupción de la democracia en este país, muchos creímos –cándidamente– que “muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero cincuenta años después, algunos todavía seguimos rabiosos. Las corporaciones municipales trataron de llegar mucho más allá, instaurando generosos (económicamente) premios literarios dirigidos a una nación sin lectores, bastante inculta tras un largo y obligado tiempo de silencio. Comenzaron a galardonar anualmente inéditos de poesía, narrativa e investigación histórica que meses más tarde ofrecían en impecables ediciones. Sin embargo, al margen de algunos ejemplares regalados entre los pocos asistentes al “fastuoso” día de la presentación, el resto de la tirada quedaría condenada a permanecer inédita, arrumbada y olvidada en la humedad de lóbregos almacenes. Incluso a veces especulada por algún listillo. Como caso muy concreto me atrevería recordar al Excmo. Ayuntamiento de Alcalá que se empeñó en reconvertir sus anacrónicos Juegos Florales (con Reina incluida) en un proyecto literario coherente y realista, fallado por un jurado de prestigio y donde los premiados hasta conseguían ver su obra publicada. Sin embargo se trataba de libros que después no alcanzaban a recibir reseña alguna, ni siquiera en los medios locales. Y al parecer posteriormente quedaban custodiados por rigurosos funcionarios de áspero carácter que solían caracterizarse por recibir con cajas destempladas cada vez que algún tímido autor llamaba para interesarse por el desarrollo de la venta o pedir –previo pago–un ejemplar más de “su” libro.

Cubiertas de dos ediciones póstumas de Bolaño.

La pista de hielo

Imagino que Roberto Bolaño siempre fue consciente del raquítico panorama cultural que le rodeaba. Experiencia tenía en recibir, como una cruel bofetada, constantes cartas de rechazo de todas y cada una de las editoriales a las que enviaba sus manuscritos. Aprendió de Benedetto el arte de salir a la caza de premios locales. Bien sabía que lo importante era la pasta, porque siempre escaseaba en sus bolsillos. Había que confiar por tanto en una edición institucional y local, al menos mínimamente pagada. En 1992 La pista de hielo alcanzó el Premio de Narrativa “Ciudad Alcalá de Henares”, en abril del año siguiente apareció publicada por la Fundación Colegio del Rey. Ignoramos la cantidad de la tirada, por supuesto ni nos planteamos el número de lectores que llegaría a disfrutarla entonces. En el aclaratorio prólogo con el que presenta su Poesía reunida (Ed. Alfaguara), escribe Manuel Vilas: «Al hacer un brutal recuento de sus fracasos editoriales, Bolaño dijo en lo que creía. Lo dijo en este poema: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta con toda seguridad / También de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino… / Todas las editoriales… Todos los lectores… / Todos los gerentes de ventas… […] / Los demonios han de llevarme al infierno, pero escribiendo”.» Creo que es de todos conocido el fenómeno como de pronto Roberto Bolaño se convirtió, sobre todo tras su muerte, en uno de los escritores más influyentes de nuestra lengua, comparado con Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Pablo Neruda, autor que él mismo continuamente cuestionaba aunque no llegaba a denigrarlo tanto como fue el caso de Cela y Umbral, pues encarecidamente recomendaba que estos dos jamás se leyeran. Enrique Vila-Matas al evocar a su amigo fallecido invitó como homenaje la lectura de su obra con una lúcida advertencia: «… desconfiar siempre de la literatura que dicta el mercado.» Al hablar de mercado (solo basta recordar el último Premio Planeta) comentar que años más tarde –muerto el autor– La pista de hielo se la disputaron todas la editoriales que hasta entonces le habían negado el pan y la sal. Anagrama, Alfaguara, Debolsillo, Octaedro, Seix Barral, Planeta (Chile) y hasta la alemana Verlag. Como morbosa curiosidad señalar que los escasísimos ejemplares de la primera edición –alcalaína– hoy se ofertan en Iberlibro a precios que oscilan entre los 200 y 600 euros. Mientras que nosotros nos preguntamos: ¿Dónde habrá ido a parar el resto de aquella tirada con la que el Ayuntamiento local trataba de erradicar la incultura?

 

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