Llevo unos días dándole vueltas porque no sé cómo ha podido suceder; el caso es que, de un día para otro, sin apenas darme cuenta, he dejado de ser la versión femenina de Peter Pan (una mujer de 40 que se cree que tiene 20), para convertirme en una señora.
Señora empiezas a ser el día que, al pasar por la valla de un colegio, la chavalería manda un balón fuera y te grita: ¡Señora, devuélvanos el balón! En ese instante dramático pones cara de Demonio de Tazmania y te planteas si devolverles la pelota educadamente o lanzársela como si fuera una granada a punto de estallar. Algo se rompe en tu interior y ya no vuelves a ser la misma, pero te convences de que ha sido una equivocación o las nubes que había ese día en el cielo y sigues con ese concepto “forever young” de ti misma.
Pero empiezan a suceder cosas extrañas en tu interior y de repente te descubres a ti misma saliendo de la peluquería con pelo de madre. No sabes qué cable se te ha cruzado, ni en qué estabas pensando al pedirle a la peluquera que te arrebatara tu melena, pero ahí estás tú, con una cantidad ínfima de pelo, sacrificando tu aspecto por quince minutos más de sueño por las mañanas.
Me lo estoy viendo venir, si el verano que viene me descubrís nadando a braza con la cabeza fuera del agua, para que no se moje mi pelo de madre, por favor, sacadme a la fuerza y que alguien haga algo para que no me quede colgada en ese estado de enajenación mental transitoria.
Y que no lo habéis leído todo, que no queda ahí la cosa… que me ha preguntado mi madre qué quiero pedirle a los Reyes Magos y me lo han traído de forma anticipada. Un pijama rosa de forro polar con dibujos de Disney que algún avispado colocaría rápido en la sección “anti morbo”. Y tan ricamente oiga, que ahí estoy yo con el pijama XXL, la manta, le gata encima y Netflix en bucle, como una señora de mi casa. Y como tengo un gusto exquisito, lo combino con una bata de boatiné y unos patucos de lana de colorinchis que me teje mi abuela. ¿Y creéis que me pasa algo? Pues más allá del susto que me doy al pasar por el espejo del pasillo, no, no me pasa nada, ni nada me va a pasar con esas pintas que me gasto.
No sé si estoy madurando o me estoy abandonado a la buena de dios, tengo dudas, pero como siga así, lo próximo será dormir con rulos o bajar a la calle en zapatillas de andar por casa con el monedero en la mano.
Si algún ser humano en una situación similar puede ayudarme a comprender qué me está pasando, le estaré eternamente agradecida. Igual hay alguna asociación o algo.
PD: Al término de este texto, saliendo de un restaurante japonés, el camarero me ha despedido con un cordial “buenas noches señorita”. No sé si es cortesía nipona o que no está todo perdido…
Seguiré informando.