Ya la vi, ya la vi, ya la vi… la Puerta de Madrid / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

…Y ahí está, viendo pasar el tiempo (y los coches) la Puerta de Madrid. El diseño de la madrileña Puerta de Alcalá se debe al arquitecto italiano Francesco Sabatini. Un arco triunfal a la manera romana, erigido en 1778 por capricho del rey borbón Carlos III, al que por entonces dieron en denominar ‘el mejor alcalde de Madrid’. Uno se pregunta: ¿cual ha sido el peor alcalde de Alcalá? (No vale señalar). Diez años más tarde –1788– al cardenal Lorenzana se le antoja construir en Alcalá una Puerta de Madrid. Se trata de dos arcos monumentales –de hechura neoclásica– uno todavía con regustos barrocos en sus adornos y el otro más escueto. Parecían mirarse desde la distancia, marcando principio y fin de ambas ciudades. Se adelantaron al Arco del Triunfo parisino y a la Puerta de Brandeburgo berlinesa. Venían a sustituir humildes puertas anteriores que delimitaban los perímetros urbanos. El modelo alcalaíno, mucho más sobrio, sencillo y económico, fue obra del arquitecto Antonio Juana Jordán que, sin pudor alguno, vino a plagiar la fachada principal del Jardín Botánico de Madrid, obra de Juan de Villanueva. Modelo que fue repetido, con materiales algo más modestos, en la ciudad de Andújar que, agradecida, dedicaba este monumento al rey Carlos III, al que tanto debía, por su labor regeneradora en Sierra Morena.

Botanico y Andujar

Fachada del Jardín Botánico de Madrid y Arco de Carlos III en Andújar.

De la “Puerta de Alcalá” a “Alcalá me mata”

En 1986 el grupo vallecano Suburbano, compuesto por Bernardo Fuster y Luis Mendo, entre otros, declaraban que en una noche de borrachera y farra compusieron de un tirón el tema La Puerta de Alcalá. Acababa de morir Enrique Tierno Galván, ese otro buen alcalde de Madrid. Eran tiempos en los que parecía que se estaban apagando los últimos rescoldos de esa movida que nunca existió. Ellos, músicos geniales que tantas veces acompañaron a Luis Eduardo Aute, pensaron en incorporar un tema tan redondo a su álbum Calendario, pero se cruzó por medio la pareja incombustible y con su interpretación consiguieron permanecer durante meses en el número 1 de Los 40 principales. Eran, sin duda, buenos tiempos para la lírica y sobre todo para la música. Lástima que Alcalá me mata, compuesto por Jesús Mellado y J. Carlos Librado, no llegasen a conocer aquellos tiempos www.youtube.com/watch?v=U52pFBf-im8. Sin embargo, con la distancia del tiempo –que nunca es el olvido– al igual que esas dos Puertas, observamos que una canción y otra tratan de resumirnos un pasado y una realidad. Hoy creo que resulta más saludable y actual la sátira de la segunda.

 

Patrimonio ¿de la humanidad?

Cuando llegué a esta ciudad por primera vez, apenas alcanzaba los 30.000 habitantes. Ahora: «…en la sagrada hora del regreso,/ con la sangre injuriada por el peso,/ de inviernos, primaveras y veranos…» (Miguel Hernández dixit) al parecer casi llega a los 200.000. La Puerta de Madrid, a pesar del esfuerzo por ningunearla, sigue en su sitio. Hace ya algún tiempo declararon la ciudad Patrimonio de la Humanidad y algunos mandamases, que por lo visto no terminaban de creérselo, decidieron construir en una rotonda, un burladero (que viene de burla), para plasmar en granito el título conseguido en Japón. Hoy el muro tapa buena parte de la Puerta de Madrid y emborrona la bellísima perspectiva que dejó grabada en 1565, Anton van den Wyngaerde. Siempre ha existido un mal entendido carácter historicista en todos aquellos que rigieron y rigen la ciudad. Son capaces de seguir manteniendo un parking en el interior de las murallas del que fuese magnífico palacio arzobispal renacentista, desafortunadamente chamuscado durante el tiempo de posguerra. Pero a la vez se obsesionan por adoquinar cualquier tramo de calle que les pille a mano, creyendo que van a volver a pasar por ellas las caballerías del renacimiento. Sin embargo no son caballerías lo que ahora cruza frente a la Puerta de Madrid, sino una ingente cantidad de coches de esa numerosísima población que hoy vive en los barrios limítrofes y que la nefasta planificación del tráfico rodado deriva por esta zona, desaprovechando la utilización de las amplias avenidas cercanas. Si usted no es carretero del medievo, intente alcanzar con su coche la amplia calle Demetrio Ducar desde la Puerta de Santa Ana. Si consigue llegar hasta la Avenida de Madrid sin saltarse ninguna dirección prohibida, es posible que la Consejería de Medio Ambiente le otorgue el premio “Hilo de Ariadna”.

Puerta de Madrid

Postal de la Puerta de Madrid (fecha indefinida) donde dos paisanos parece que ya se empeñaban en vigilar y evitar la contaminación acústica del lugar.

Contaminación acústica para la humanidad

Un extenso tramo del conocido Paseo de los Curas, precisamente el que cruza frente a la Puerta de Madrid, que pasó a denominarse Andrés Saborit en homenaje al político socialista alcalaíno, es hoy es uno de los puntos de mayor contaminación acústica de la ciudad gracias al endiablado y despellejado adoquinado que atraviesan los coches a toda velocidad ante el temor de dejarse buena parte de los bajos por el camino (¿Cómo logran dormir los huéspedes de la Posada del Diablo?). Hace algunos años, aquella lideresa de infeliz memoria se retrató orgullosa ante la remodelación urbana del conjunto de la Puerta de Madrid. Incluso llegó a denominarla: zona semipeatonal. Debía referirse al peligro que corren los peatones en esta zona. Aparte de una incipiente sordera, el riesgo de ser atropellados en algunos puntos, como el callejón de la calle Arratia, donde se han suprimido las aceras y resulta toda una aventura de riesgo salir de algunos de aquellos portales, pues a pesar de la señalización de dirección prohibida, excepto residentes, los automovilistas y hasta la Policía Municipal, la utilizan de atajo para evitar algún semáforo que otro. Los bancos de piedra que adornan el lugar, más bien parecen mojones de una yincana que supongo hacen las delicias de los chapistas de la zona, pues cada día arrancan buena parte de las carrocerías de todo aquel que pretende aparcar. Algún que otro ciprés no debe creer en Dios, porque permanece tristemente desmochado desde hace largo tiempo y donde se tronchó más de un árbol, permanece el hueco a modo de cicatriz de algo que quiso ser y no pudo. La Puerta de Madrid no tiene canción, solo ruido. Stanley Kubrick la romanizó e inmortalizó en su película Espartaco. Edgar Neville consiguió una imagen emblemática con Fernando Fernán Gómez atravesándola a lomos de ‘Bucéfalo’ en El último caballo y existe más de una foto de soldados republicanos apostados tras sus arcos, tratando de sofocar la rebelión del Batallón Ciclista, a comienzos de la Guerra Civil. De todos modos la que más me gusta es esta postal de fecha indefinida donde dos paisanos parecen empeñados en controlar celosamente que automóviles y carruajes mantengan la marcha regular que exige el cartelón.