la Luna del Henares: 24 horas de información

A golpes… / Por Anabel Poveda

Madre mía qué largo se me está haciendo este 2017.  A ver si llegan ya las uvas y los turrones que quiero decirle adiós para siempre. Sólo se libra de ser nombrado «Annus Horribilis» porque en julio nació mi solete y por el cumple-boda que me marqué por mis 40 castañas.

Por si haber amortizado con creces mi aportación a la Seguridad Social no fuera suficiente, en el último mes he vivido varios acontecimientos sumamente traumáticos. Y lo peor de todo es que estoy perdiendo la chispa y mi sentido del humor. Como siga así tendré que cambiar el título del blog a «Lo que diga la rubia malhumorada».

El primer shock es que me han puesto gafas. Últimamente me picaban los ojillos y notaba un desenfoque preocupante, así que decidí pasar por el trago de leer las filas de letritas en la pared. Diagnóstico: tengo un poquito de miopía y ¡atención a lo más grave! Presbicia incipiente. Vamos que tengo los ojos viejunos y yo sin saberlo. Desde hace unos días voy a la oficina con mi nuevo complemento de moda para coña de mis compañeros que han pasado a denominarme «empollona», «gafitas cuatro ojos capitán de los piojos» etc., etc. ¡Lo que hay que oír!

poveda

Igual las gafas me vienen bien para localizar cafres porque el segundo trauma es que me han dado tres golpes en el coche en menos de cinco semanas. No sé si llevo un cartel invisible con la palabra ¡Empótrame! pero, de ser así, lo están entendiendo mal… Me gustaría comentarles a esas personas que tienen mucha prisa que el nerviosismo matutino por llegar tarde a la oficina se soluciona madrugando más… Ahí lo dejo.

Además de varios «cagaprisas», también me he topado con un ejemplar de «conductor capullo»: dícese de aquel caradura que maniobrando le hace un roto a tu coche aparcado y decide salir corriendo sin dejar sus datos, no sea que el año que viene le suban la prima. Por suerte y para contrarrestar a este tipo de personajes, la vida me premió con un ángel que, siendo testigo de la faena, tuvo tiempo de coger la matrícula del susodicho y me dejó su móvil por si necesito que testifique a mi favor. Estas personas, cada vez menos numerosas, que pierden su tiempo para ayudar a un desconocido y se ofrecen «para lo que haga falta» son las que me hacen no perder la fe en la humanidad.

Para que no me regañen porque últimamente estoy negativa comentaré que entre las decisiones buenas está que me he puesto otra vez a estudiar. A la vejez viruelas me he matriculado en un máster para darle una vuelta de tuerca a mi profesión y reinventarme por décimo octava vez (me río yo de Madonna), lo divertido va a ser conseguir unas prácticas de empresa a estas edades. Eso por no hablar de que escucho la palabra becaria y sólo puedo acordarme de Mónica Lewinsky… Tengo la mente sucia.

anim

Y quiero terminar haciendo una confesión preocupante. Creo que soy «animalómana», es un término que me acabo de inventar quedándome tan ancha y que describe el deseo irrefrenable de comprarle a mi sobrina todo tipo de prendas con estampado o forma de animal… Ya tiene un body de gato, un mono de zorrito, un vestido con búhos y un pijama de oso panda… Si alguien sufre este síndrome, o se ha curado, por favor, que me diga cómo lo hizo porque el otro día, en un descuido, me quitaron a mi sobrina y se la han llevado al zoo con los descendientes de Chu-Lin. Estoy intentando que me la devuelvan antes de que mi hermano note su ausencia y mi vida corra peligro…