Si juegas con fuego, aprenderás a no quemarte. O. Wilde
Parece una pregunta trampa ¿verdad? Ahorrar los ricos. ¿Por qué? Y los que no lo son, ¿ahorran? Es más, ¿pueden hacerlo? Son muchos los que le atribuyen a las personas “con dinero” (mucho dinero) la posibilidad, aun diría la exclusividad, del acto de ahorrar. Y entendamos aquí por ahorrar el “hacer cosas”, “mover” el dinero. Usemos esa palabra que ya está pensando. Dígalo conmigo: INVERTIR.
¿Y usted, qué piensa? Me ha pillado si sospecha que voy a intentar convencerle en las siguientes líneas de que invertir no es -como algunos dicen- sólo para gente de dinero. Y estoy seguro de que usted lo ha dicho alguna vez: “Eso de invertir es para el que sabe”. ¿No se ve reflejado? Pruebe con este otro clásico: “Si tuviera dinero, no me complicaba, me quitaría hipoteca”.
Acudamos a Wikipedia para definir Invertir: Emplear una cantidad de dinero en un proyecto o negocio para conseguir ingresos, rentas o ganancias, a lo largo del tiempo o con objetivo de incrementar ese dinero. ¿Se habla aquí de cantidades?, ¿y de objetivos complejos? No. Ni siquiera se habla de ganar mucho, solo de conseguir ganancias. Alguna ganancia. ¿Alguien ha leído la palabra riesgo en algún lado?
Pues bien, si nos atenemos a la definición, no hay objeción posible. Si usted tiene dinero, por poco que siempre le parezca —y ese dinero no es el que usted destinará a pagar la hipoteca del mes que viene, la gasolina, los colegios de sus hijos o el carro de la compra— y tiene un objetivo en mente como puede de ser cambiar de coche, o de casa, los estudios de sus hijos, su jubilación, o simplemente: rentabilidad, invertir es la palabra. Y si la cantidad de dinero es tan pequeña que piensa en hacer su inversión poco a poco, mes a mes, volveríamos a hablar de ahorrar otra vez. Pero el caso es el mismo.
¿Se lo ha planteado? Es simple. Todo ese dinero que acumula en su cuenta corriente —a cambio de nada, o casi— y que usted considera casi intocable, podría ponerse a trabajar por usted. Hacer algo más que proporcionarle la satisfacción de ver un saldo de cinco cifras en el ticket del cajero mientras que en realidad pierde valor, año tras año.
Todos hemos oído hablar de las cuentas remuneradas, de los fondos de inversión, de los depósitos, de las acciones. de la bolsa… Todo eso ha pasado por delante de nosotros. Incluso en campañas publicitarias promovidas por el Gobierno. Deuda, letras y obligaciones del tesoro…. Y algunos incluso han probado suerte. Todos estos son productos, —aunque en la profesión nos gusta llamarlos soluciones—, que pueden garantizarle su capital unos, la rentabilidad otros; proporcionarle liquidez y disponibilidad, ya sea total o parcial, sobre lo ahorrado hasta la fecha y muchas ventajas y bondades más, pero cuya finalidad fundamental es que sus excedentes de capital, ya sean pequeños o grandes, puedan rentar, crecer, revalorizarse. En una palabra: Que valgan más al salir que lo que valían cuando entraron.
Existen los productos hucha, donde aportar todos los meses una cantidad cómoda y razonable que no interfiera en sus obligaciones ni afecte a sus aficiones. Si se hace un planteamiento a largo plazo (hablamos de veinte o más años) con intereses revisables año a año, una estimación razonable le situaría en torno al 2% anual. Otras soluciones le permiten colocar su dinero durante un plazo de tiempo y obtener una rentabilidad garantizada o variable, condicionada en este caso a la evolución de los tipos de interés, pero sin exponer nunca su capital… O sí. La rentabilidad también dependerá del plazo que usted se conceda y de lo fiel que sea con el compromiso de permanencia adquirido con la entidad de turno. Recuerde esto: marcharse antes de lo convenido puede estar penalizado.
Hablemos más sobre el plazo. Es lógico pensar que una inversión será más rentable cuanto más tiempo (hablamos de varios años) se le permita al dinero trabajar. Esta afirmación, que en el caso de la renta variable podría promover un debate, en el caso de la renta fija es irrefutable. También es razonable suponer que una cierta garantía de permanencia por nuestra parte le proporcionará a la entidad gestora (en la que depositamos nuestra confianza) mayor margen de maniobra y más capacidad para asumir con éxito ciertos riesgos en la inversión. Mírelo así: El primer euro que usted ingrese en un plan de ahorro para su jubilación puede permanecer allí más de 20 años. La rentabilidad que se deriva de todo ese plazo resulta imbatible para la que le proporcionaría —dentro de un margen de riesgo aceptable— un fondo o depósito a seis meses o un año, que además requiere del compromiso de una cantidad mínima para su contratación. Un plan de ahorro en cambio, se puede empezar con 100 euros al mes.
Por otra parte, cualquier entidad sabe que si invierte el capital de sus clientes a corto plazo, la posibilidad de recuperarse de una operación fallida requerirá de un tiempo del que no dispone. Cuanto menos plazo les conceda usted, menos audaces serán ellos con su dinero.
Son muchas las ideas que se lanzan aquí y necesitaríamos de más espacio y tiempo para desarrollarlas, pero quédese con esta reflexión: El dinero que usted acumula -mucho o poco- en su banco, pierde valor cada día según sube el IPC, eso que llamamos “el coste de la vida”. Una alternativa a esa devaluación es recurrir a las herramientas que se despliegan ante usted. Plantéese cantidades, plantéese también si experimenta cierta apetencia por el riesgo o si siente una total aversión hacia él. Sea sincero consigo mismo y evalúe la cuantía real a la que se elevaría la solución de un imprevisto que le surgiera en el futuro, o piense por cuanto tiempo podría despedirse de una parte de su dinero en pro de una mayor rentabilidad… Márquese objetivos (si leyó el artículo anterior, espero que la jubilación sea uno de ellos), pregúntese todo esto y láncese.
Hacer planteamientos a medio y largo plazo, colocar el dinero, asumir ciertas cuotas de riesgo controlado sobre una parte de su capital… invertir y ahorrar. No es sólo cosa de ricos.