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Albert Camus y La peste / Por Vicente Alberto Serrano

Albert Camus y La peste / Por Vicente Alberto Serrano

Desde La Oveja Negra

En el verano de 1963 la serena tranquilidad de la alcalaína calle de San Bernardo se vio alterada por las ruidosas labores de una cuadrilla de operarios. En pocos días lograron levantar la efímera escenografía con la que la magia del cine consiguió convertir parte de aquel rincón renacentista en un sombrío callejón milanés donde rodar inquietantes imágenes. Fue un intento por reflejar en la pantalla los desoladores efectos de la peste que asoló Milán y el resto de la Lombardía en 1630. Capítulo fundamental de la historia de Renzo y Lucía, protagonistas de la novela I promessi sposi de Alessandro Manzoni, considerada en Italia como una de las obras más significativa de su literatura. Publicada en 1842, en castellano se tradujo con el título de Los novios y conoció ediciones en la colección Crisol de Aguilar y en la Editorial Alfaguara, entre otras. Esta versión cinematográfica se estrenó al año siguiente en nuestro país, con el título de Promesa sagrada, pero pasó bastante desapercibida por la cartelera. Eso a pesar de tratarse de una ambiciosa coproducción italo-española, dirigida por Mario Maffei y protagonizada por la actriz española María Silva y el francés Gil Vidal. De aquella película –desdibujada en la memoria– lo único que aún recuerdo fueron las impresionantes escenas que nos permitieron observar durante el rodaje. Quedamos sobrecogidos entonces al ver como algunos especialistas, siniestramente maquillados, eran arrojados desde las ventanas de aquellas casuchas de mentira hasta carretones repletos de cadáveres apestados. Después, en el afán de informarme más a fondo sobre los mortíferos efectos de la peste, me empeñé en leer la novela, pero confieso que tal vez por lo enrevesado del argumento, no logré terminar aquel tocho con más de ochocientas páginas.

De Daniel Defoe a Albert Camus

«Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa». De modo tan premonitorio finaliza La peste (Ed. Sudamericana) novela de Albert Camus escrita en 1947. Atrincherados irremediablemente en nuestras casas estos días por una nueva y desconcertante pandemia –porque hoy somos nosotros los que atemorizados la sufrimos– una de las soluciones más inmediatas podría consistir en recuperar aquellas lecturas que conmocionaron nuestra adolescencia. Si Robinson Crusoe nos mostró como sobrevivir con mínimos recursos en la soledad de una isla, años más tarde su autor Daniel Defoe nos aterrorizaría con los escalofriantes datos y las dramáticas repercusiones que tuvo en Londres El año de la peste (Ed. Seix Barral). Se trata del relato de un talabartero que anota en su diario las trágicas consecuencias de la gran plaga que sufrió su ciudad en 1665: «…que había sido traída, según unos, de Italia […] aunque en aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos». Páginas más adelante podemos leer: «Esta precipitación duró algunas semanas, es decir, los meses de mayo y junio; tanto más porque se murmuraba que el Gobierno estaba por expedir la orden de instalar barreras y vallas para evitar que la gente viajara. Otras ciudades no tolerarían el paso de los londinenses por miedo a que llevaran la infección con ellos». La relectura de Defoe, nos conduce irremediablemente a Albert Camus, trastear por las páginas de uno de mis escritores más admirados y reencontrarme con una de sus novelas, que junto a El extranjero (Alianza Ed.), más impacto me causó: La peste. También, por supuesto, la obra teatral El estado de sitio (Alianza Ed.). Mientras la novela se desarrolla en Orán, el texto dramático transcurre en la ciudad de Cádiz. Ambas tienen como argumento común la epidemia de la peste que asola a las dos ciudades, confinadas ante el temor de un contagio global. La novela se publicó en 1947, la obra teatral se estrenó al año siguiente en el Teatro Marigny de París.

La peste

De una lectura bastante lejana en el tiempo, aún recordaba de La peste aquella edición argentina, que adquirí casi de tapadillo, cuando su publicación continuaba prohibida en este país de censuras y mordazas. Con una tipografía minúscula y una impresión deficiente, la traducción de Rosa Chacel al texto de Camus, logró perturbarme de tal modo que durante años estuve soñando con ratas que invadían mi cama. Cuando en estos días he revisitado aquellas páginas frágiles y amarillentas, he comprobado que las ratas moribundas seguían deambulando por algunos lugares de las calles de Orán, del mismo modo que la esperanzadora figura del personaje protagonista y narrador de la novela. En estos momentos conmueve pensar que el doctor Rieux podría encarnar perfectamente a cualquiera de los héroes anónimos que ahora están tratando de velar por nuestra salud. Como auguraba Camus al final de su novela: «…puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa». Ese momento ha llegado con una nueva maldición bactereológica. Refugiados en nuestras casas tratamos de protegernos ante este despiadado virus.

Rebuscamos entre textos que nos conmocionaron en su momento y descubrimos en ellos –desde la madurez que nos ha inferido la edad– los valores de sus personajes, el comportamiento de amistad, solidaridad, incluso las dudas y hasta los cuestionamientos religiosos de algunos. Todos perfectamente perfilados en la novela de Camus, por eso sentimos con ellos esa sensación de naufragio en momentos tan desoladores: Rambert, Cottard, el padre Paneloux, Tarrou o Grand. Algunos críticos no dudaron en señalar que con La peste, publicada en 1947, Albert Camus habría querido representar, bajo la alegoría de la epidemia, la invasión nazi y la inconquistable resistencia francesa.

Y un año más tarde, con la obra teatral El estado de sitio, desarrollada en la ciudad de Cádiz confinada, reflejar el sistema totalitario y la dictadura. En suma dos catástrofes inesperadas, donde un enemigo invisible mata al azar, y le cuestiona al ciudadano el valor de su condición humana. Tal vez el desánimo en Daniel Defoe y Albert Camus nos haga pensar en que no sean lecturas ejemplares y recomendables para los críticos momentos que estamos viviendo. ¿O tal vez sí? Porque dada la fragilidad en la que nos encontramos –nunca sentida hasta ahora– nos aferramos por encontrar respuesta en los libros, en los testimonios de aquellos otros que se plantearon las mismas preguntas.