la Luna del Henares: 24 horas de información

Alcalá de Henares vista por Norberto Caimo, un viajero del Siglo XVII / Por Bartolomé González

Alcalá de Henares vista por Norberto Caimo, un viajero del Siglo XVII / Por Bartolomé González

Alcalá Paraíso Literario

La literatura universal ha tenido desde siempre la crónica de viaje como tema recurrente. Siempre han existido viajeros y algunos de ellos nos han dejado por escrito sus vivencias y sus opiniones de los lugares visitados. Como ahora, en los siglos pretéritos, el viajero que visitaba otro país, preparaba su viaje con la intención de conocer de antemano el lugar que iba a visitar, para ello se documentaba sobre sus costumbres y su lengua, consultando la opinión de otros viajeros que habían vivido antes la experiencia. Eso sí, buscando un punto de vista diferente, una nueva interpretación del lugar visitado para contarnos después sus percepciones.

En el siglo XXI viajamos por placer, por ocio, aunque ya no hablamos de viajeros, lo hacemos de turistas. Pero no siempre el motivo del viaje ha sido el mismo, se ha ido modificando a la par que los grandes cambios han ido transformado la sociedad. Los  aventureros europeos del siglo XVI viajaban, sobre todo hacia América, en busca de descubrimientos geográficos, siendo ellos mismos, los cronistas o los religiosos que les acompañan quienes nos narrarán sus hazañas. En el siglo XVII, la implantación del Estado moderno modificará las razones de los viajes siendo la política exterior  y la diplomacia quienes las marcarán, incrementándose los viajes por Europa en general, y por España en particular. El siglo XVIII, el de la revolución industrial, tecnológica y científica, hace que el motivo principal del viaje pase a ser el conocimiento.

En este contexto, viajaron a España muchos extranjeros buscando las importantes transformaciones que se habían producido durante el reinado de Carlos III. Unos juzgarán nuestro país con generosidad, otros serán más críticos, examinaran nuestras estructuras sociales e instituciones y, sobre todo resaltaran con desdén algunas prácticas como la superstición o el fanatismo.

Alcalá de Henares no se quedó fuera de sus itinerarios y algunos de ellos, sobre todo franceses, ingleses e italianos, nos visitaron. Pedro L. Ballesteros Torres en su libro Alcalá de Henares vista por los viajeros extranjeros (siglos XVI-XIX), reúne a un amplio número de ellos, pero en  este artículo me voy a centrar en el viaje que el italiano Norberto Coima hizo el año 1755 por España y del que nos dio cuenta en el año 1759 en su obra Lettere d´un vago italiano ad un suo amico[1].

Norberto será uno de los primeros viajeros que enjuiciará las falsedades y los tópicos sobre España que tenían los europeos, con el objetivo de desmentirlos en la medida de lo posible, eso sí dando cuenta de la situación de atraso en la que nos encontrábamos.  En la obra, el autor, nos presenta unas cartas entre el viajero, que las escribe, y el editor de las mismas, utilizando la eficaz fórmula de la literatura epistolar entre dos amigos.

El italiano llega a Alcalá desde Guadalajara y esto es lo que le cuenta a su amigo:

De allí por un camino enteramente llano, siempre envuelto en una nube de polvo, llevada por un viento muy fuerte, que no ha cesado hasta anochecer, he llegado a Alcalá.  Para distinguirla de otra llamada Alcalá, viene a llamarse Alcalá de Henares por el río que la baña; y es también célebre por su Universidad, y por ser patria de del famoso Solís. (Ballesteros Torres 1989, 74)

Sorprende que cite a Solís, Antonio de Solís y Rivadeyra, al que le dedica además una nota a pie de página, en la que dice puede llamársele el Jenofonte español, y se olvide de Miguel de Cervantes cuando ya por entonces estaba admitido que éste había nacido en Alcalá de Henares, si bien es cierto, que no fue hasta mediados del siglo XX, cuando Luis Astrana Marín, indicará el lugar exacto.

Sigue la carta a su amigo con una agria descripción de las casas de nuestra ciudad y una muy dura crítica a nuestra Universidad:

El caserío es bastante pequeño, rojizo y amarillento con angostas aberturas en vez de ventanas, que me parecen como las de los palomares.

Sería, me parece, bastante inútil el que os hiciese un cuadro detallado de la Universidad, que os es bien conocido. Os diré, sin embargo, que debe únicamente su reputación al Cardenal Jiménez, que la fundó, no teniendo por ella lustre alguno; así como los sistemas de las ciencias que allí enseñan no tienen más valor ni otro mérito, que el de su antigüedad. Si aquel purpurado de tanto discernimiento y autoridad pudiese revivir, acomodándose al tiempo, y al mejor gusto, sabría muy bien, según su bravo espíritu, desarraigar sin reparo alguno el genio mezquino, que tan profundas raíces ha echado en España, y dar así de nuevo, más bello lustre a la literatura y haciendo con toda eficacia que renaciesen ideas más nobles y más dignas de una Nación, que sabe pensar cuando quiere. (Ballesteros Torres 1989, 74)

A continuación nos habla de distintas obras de pintura y escultura que conoció en las  iglesias alcalaínas. Lamentablemente muchos de esos templos están hoy desaparecidos y con ellos algunas de sus obras de artes, otras salieron de nuestra ciudad, unas localizadas y otras perdidas. Empecemos el recorrido:

He recorrido rápidamente diferentes iglesias ricas de bellas obras de pintura y escultura. En la iglesia de los Jesuitas, que está muy adornada, me gusta el bello Crucifijo que está que está puesto sobre el altar mayor, escultura del jesuita Domingo Beltrán y, en el mismo altar, las pinturas de Nardi. En la misma iglesia vi una capilla llamada de las Santas Formas, es decir, de las hostias consagradas, que se conservan intactas por milagro desde hacía mucho tiempo, como me aseguraron los “complutenses”. Me hicieron también sobre ese mismo asunto un largo relato que no os entretendré con él para ahorraros el aburrimiento. Véase también en esa misma capilla un San Agustín, con un  Cristo y una Virgen, obra en la que es fácil reconocer el pincel del célebre Pedro Pablo Rubens. (Ballesteros Torres 1989, 75)

ru

San Agustín, Cristo y la Virgen de Rubens en la R.A.B.A. de San Fernando

El Crucifijo, que también aparece citado en el Diccionario[2] de Pascual Madoz, publicado a mediados del siglo XIX, despareció tras la desamortización de esta iglesia de los jesuitas, si bien algunos historiadores alcalaínos defendieron, solo durante un breve período de tiempo, que se trataba del Cristo de los Doctrinos. En cuanto a las pinturas de Nardi, el cuadro central se trasladó a Madrid y hoy no sabemos dónde está, el resto se destruyeron no sé si en las revueltas del año 1932 o el 1936. El cuadro de Rubens está en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tengo que agradecer a Vicente Sánchez Moltó, Cronista Oficial de nuestra ciudad, sus valiosas informaciones para seguir la pista de estas obras y las que a continuación cita el viajero.

Continúa Noberto hablando de la iglesia de los Capuchinos, hoy convertida en el Restaurante La Cúpula, donde había un cuadro de Santa María Egipciaca que estuvo durante mucho tiempo en el Palacio Arzobispal, en el segundo tramo de la escalera de Alonso de Covarrubias,  y que se quemó en el incendio del Archivo en el año 1939

En una iglesia cercana me mostraron los Capuchinos un soberbio cuadro de Santa María Egipciaca recibiendo la comunión de manos de del abad Zósimo, con varios santos puestos en alto, bellísimo trabajo, bien colorido y pastoso de Francisco Camilo, natural de Madrid de padre florentino. (Ballesteros Torres 1989, 75)

co

Escalera de Alonso de Covarrubias y el cuadro de Sta. Mª Egipciaca

Le toca el turno al, también desaparecido, convento de Santa María de Jesús, vulgo de San Diego de Alcalá:

La capilla de San Diego, de los franciscanos, está decorada con buenas pinturas de Bartolomé de Román, también de Madrid; excepto Los estigmas de San Francisco, noble trabajo de Alfonso Cano, pintor, escultor, arquitecto y gentilhombre de Granada. (Ballesteros Torres 1989, 75)

estigmas

Los estigmas de San Francisco de Alonso Cano

Este cuadro, hoy propiedad del Museo del Prado, está en la madrileña Basílica de San Francisco el Grande. Termina este repaso artístico en la iglesia de los Carmelitas Descalzos de San Cirilo, conocida, aunque en la actualidad en desuso, como el teatro universitario “La Galera”; y la Magistral de San Justo y Pastor:

Juan de Carreño ha pintado al natural el Martirio de San Andrés Apóstol en la iglesia de los Carmelitas Descalzos. En la iglesia de San Justo y Pastor, detrás del santuario, vi una capilla toda pintada por Caxés. En la misma iglesia, entrando a mano izquierda, vi un buen San Jerónimo, con esta inscripción puesta debajo:

Vincentius Carduchi Florentinus hic vitam

non opus finiit anno 1638 (Ballesteros Torres 1989, 76)

Del cuadro de Juan Carreño no he conseguido ninguna información y las pinturas de Eugenio Cajés, así como la capilla desaparecieron en la Guerra Civil española. Tampoco del cuadro de Carducho.

Antes de marcharse de Alcalá, un profesor de la Universidad le habló de Compluto:

Encontrándome por casualidad con un profesor de la Universidad, le pregunté si sabía darme noticia de antiguos monumentos encontrados en alguna parte; pero él me respondió que no había más que algunas inscripciones que indicaban la antigüedad de Compluto, como la del emperador Trajano, que hizo reparar los caminos fuera de la ciudad, y otras que se encuentran en el Discurso General sobre las Antigüedades de Ambrosio de Morales, Las hallaréis más fácilmente en Gonter o en Muratori. Desde Alcalá, por un camino muy espacioso, el cual bien acreditaba ser una Metrópoli, mi metrópoli de España, por tan pedregoso y tan mal cuidado que estaba, vine cabalgando directamente a Madrid. (Ballesteros Torres 1989, 76)

Y ya al final de su relato,  relaciona las obras que ha visto en las diferentes ciudades por la que ha pasado y, además de las alcalaínas ya mencionadas,  relaciona otras:

Índice de los cuadros de los cuadros y otras pinturas que se encuentran en las diferentes ciudades de que se ha hablado en este viaje.

En Alcalá de Henares;

Las pinturas de la capilla mayor y todas las de los altares de la iglesia de las Bernardas son de Angelo Nardi, discípulo de Paolo Veronese. Estiman, sobre todo, en sus obras sus grandes ordenaciones, los hermosos trazos de sus asuntos, la abundancia de la inspiración, el frescor de su colorido, el movimiento de sus figuras y el carácter de vida que las ha dado.

Item. En la iglesia de los jesuitas, la Santa Virgen y San Agustín, al pie de un Cristo, de Rubens, etc. Palomino en lugar de la Santa Virgen, pone a Santa Mónica.

En los Capuchinos, Santa María Egipciaca recibiendo la comunión de manos del abad Zósimo, por Francisco Camilo; cuadro muy hermoso, bien colorido, de una pincelada blanda y bien nutrida.

En la iglesia de los franciscanos, la capilla de Santiago está adornada de muy buenas pinturas de Bartolomé Romano.

Item. Los estigmas de San Francisco son de Alfonso (o Alejo Cano). Es una obra maestra.

En la iglesia de los Carmelitas descalzos, el Martirio de San Andrés, apóstol, pintado al natural por Juan Carreño. En la Iglesia de los Santos Justo  Pastor, toda la historia de la Pasión de Jesucristo, por Eugenio Caxes. El vestido está exactamente reflejado.

Item. Un  San Jerónimo muy bien hecho, de Vicente Carducho. (Ballesteros Torres 1989, 76-77)

Y hasta aquí, un nuevo paseo literario por la ciudad  que se encontró Norberto Coima cuando visitó Alcalá de Henares en el año 1755, sin duda alguna, muy diferente a la que hoy conocemos.

Bartolomé González Jiménez

BIBLIOGRAFÍA:

Ballesteros Torres, Pedro L. 1989. Alcalá de Henares vista por los viajeros extranjeros (Siglos XVI-XIX). Alcalá de Henares: Brocar, abc, 73-77

Madoz, Pascual. 1846. Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid: Est. Literario-Tipográfico de P. Madoz y L. Sagasti

[1] Carta de un vago italiano a su amigo

[2] La iglesia corresponde al gusto de la portada, lo mismo que el altar mayor, el cual termina con un Crucifijo, obra de Domingo Beltrán, lego jesuita y muy excelente escultor. (Madoz 1846, 371)