Luces y sombras
El viernes 17 de abril de 1931, tres días después de proclamarse la Segunda República, el diario monárquico ABC, publicaba en su tercera página, un texto que el rey Alfonso XIII había entregado, antes de iniciar su camino hacia el exilio, al presidente del último Consejo de ministros. Bajo un gran titular: «Al país» y un alarde tipográfico inusual, el breve comunicado se iniciaba con una afirmación tan rotunda como aclaratoria: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo…» En cuanto al segundo párrafo de aquella despedida nos suena, como de haber oido algo parecido en un monarca más reciente: «Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia.» ¿Será verdad aquello de que la historia se repite? Algunos de nosotros llevamos años empeñados en conocerla (a la historia me refiero), mucho más arriesgado y ambicioso hubiese sido tratar de entenderla. Si repasamos los manuales y nos remontamos allá por los comienzos del siglo XVIII, recordamos que tras la muerte, sin descendencia, del último de los austrias, conocido como Carlos II el hechizado, irrumpieron los borbones en territorio patrio y que a lo largo de tres siglos bien cumplidos –con muchas más sombras que luces– aquella dinastía nos ha venido aportando momentos, tan extravagantes, que superan a cualquier imaginación calenturienta. Desde el turbulento reinado de Felipe V, hasta el decepcionante Juan Carlos I, tendríamos materia más que suficiente para elaborar unos nuevos y esperpénticos episodios nacionales; pero Galdós ya nos aportó una buena parte de esa historia con genial maestría y comedimiento y don Ramón María del Valle-Inclán, que no se cortó un pelo, supo poner en solfa a la monarquía a través de algunas de sus obras. Por eso hoy, ¿cómo poder competir con aquellos dos geniales autores? más aun cuando somos conscientes de que la realidad supera con creces a la ficción y sobre todo porque la historia monárquica de los últimos tiempos se ha convertido en una especie de temeroso boomerang que puede regresar en cualquier momento, con el serio peligro de estampanarse en nuestro rostro, si no logramos agachamos a tiempo. Ya tenemos suficiente con la actualidad política. Por tanto, nos vamos a dejar de veleidades narrativas y acudamos mejor a los historiadores de prestigio para que, a través de sus estudios profundos y certeros, nos perfilen con exactitud ciertos personajes que nosotros muchas veces hemos tratado de bocetar y siempre se nos han quedado en una torpe y lamentable caricatura.
El rey patriota
Javier Moreno Luzón, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos, acaba de publicar El rey patriota (Ed. Galaxia Gutenberg), un clarificador y extenso estudio de más de medio millar de páginas sobre la controvertida trayectoria histórica de Alfonso XIII, antepenúltimo rey borbón. Su renuncia y escapatoria dejó vía libre a una esperanzadora República, abortada pocos años más tarde por la victoria de un fatídico golpe militar. Moreno Luzón inicia su relato comentando los últimos días de Alfonso XIII (1941) en la habitación de un lujoso hotel en Roma. Obsesionado en reclamar el manto de la virgen del Pilar para que arropara su inminente muerte. No le enviaron uno, sino dos. «Cuando vio el primer manto –relata Luzón– Alfonso XIII pareció revivir, y hasta llamó al médico para mostrarle que un católico y español no necesitaba más para recuperarse. […] De inmediato se puso a disposición de la virgen. Si su vida servía al bien de España, que se la conservara; si no, que se la quitase y él rogaría desde el cielo por la patria. En la mañana del viernes 28 de febrero, hecho polvo, solo tuvo fuerzas para pedir el manto, antes de besar un crucifico y expirar, entre las once y el mediodía.» Nosotros leímos en los periódicos, en noviembre del 75, que también arroparon con un manto de la virgen del Pilar al dictador agonizante. Aquel murió días después aunque, al parecer, había dejado todo atado y bien atado tras un sombrío interludio de casi cuarenta años.
El libro de Javier Moreno Luzón se cierra con un epílogo que sintetiza de modo magistral la trayectoria personal y política de tan peculiar monarca, desarrollada en páginas anteriores con todo detenimiento y fidelidad a las fuentes consultadas. Casi al final aclara: «Hoy [Alfonso XIII] vuelve de vez en cuando al debate público, a causa de las turbulencias que afectan de nuevo a la familia real española. Tal vez sea inevitable comparar su época con la nuestra, aunque los paralelismos suelen limitarse a señalar el parecido de aquel monarca con algunos de sus descendientes, a propósito de sus infidelidades matrimoniales o de su participación en negocios turbios.» Y justifica: «Sin embargo, vivió en una España muy distinta de la actual y representó un papel político protagonista y decisivo, ahora inconcebible.» Menos mal, le replicamos nosotros, porque imaginamos que hoy, a pesar de los avatares de la actualidad política, no estaríamos dispuestos, a que además el absurdo boomerang de la historia monárquica se nos estampanase de nuevo en plena cara con revueltas de militares africanistas y junteros, con crisis bajo intereses ocultos como la del Rif o con golpes de estado consentidos de antemano para padecer dictaduras y dictablandas. Javier Moreno Luzón cierra su estudio, de recomendada lectura para conocer a fondo un capítulo imprescindible de nuestra historia reciente, con un aclaratorio colofón: «Porque Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena fue, sin duda, un rey español y, a su manera, un rey patriota. Pero, contra lo que proclamaba su manifiesto de despedida, no consiguió ser el rey de todos los españoles».
El rey desnudo
De aquella infancia ya tan lejana aún recuerdo que el cuento de H. C. Andersen titulado El traje nuevo del emperador (Ed. Molino) no me consiguió espabilar la imaginación, ni siquiera el interés; tal vez porque entonces no llegué a entenderlo del todo. El relato contaba la historia de un rey obsesionado por la vestimenta, para con ella dar siempre buena imagen ante sus súbditos. A lo mejor por eso –y su coquetería– se dejó engañar por dos sujetos que le prometieron el traje más suave y delicado que pudiera imaginar. Incluso, una vez acabada, le ayudaron a ponerse la inexistente prenda y con ella, muy ufano, se atrevió a encabezar un desfile. El pueblo sumiso, a su paso, no paraba de alabar el vestido, hasta que un niño se atrevió a gritar: «¡Pero si va desnudo!» Y el cuento creo que terminaba más o menos así: «La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo oyó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile.» A mitad del libro de Moreno Luzón, en un capítulo titulado “Los españoles y la corona” nos relata los viajes que el rey Alfonso realizó a Las Hurdes. El primero en 1922 y el segundo en 1930 para comprobar sobre el terreno las supuestas mejoras realizadas. No debieron ser tantas cuando años más tarde, en plena república, Luis Buñuel se atrevió a rodar un desolador documental titulado Las Hurdes, tierra sin pan (1933). Pero lo que he descubierto en las páginas de El rey patriota, es que José María Carretero, más conocido como El caballero audaz publicó en 1934, en su colección “Al servicio del pueblo”, un volumen titulado Alfonso XIII, ¿fue un buen rey? Del estilo e ideología de su autor creo que no merece comentario alguno y que tras el éxito que alcanzó en años pretéritos es preferible que hoy permanezca en un justificado olvido.
Sin embargo, no en la cubierta como refiere Moreno Luzón, sino en una de las láminas interiores que contiene el libro de Carretero, se recoge una foto de Alfonso XIII, tomada en 1922. Totalmente en pelotas y acompañado del doctor Marañón, dándose un chapuzón en un riachuelo de Las Hurdes. Es posible que por pudor de los editores, las vergüenzas regias aparecieron tapadas con una cartela explicativa. Por entonces El caballero audaz se comprometía a enviar por correo la instantánea completa a todo aquel que la solicitara. Contemplando tan extravagante retrato de ese rey que se consideraba asimismo tan campechano, pero cuyas numerosas equivocaciones tuvo que sufrir este país, creo entender ahora, no solo aquel cuento lejano de Andersen, sino también muchas de las extravagantes, por desilusionantes, peripecias de los borbones.