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André Malraux en la base aérea de Alcalá, 1936 / Por Vicente Alberto Serrano

André Malraux en la base aérea de Alcalá, 1936  /  Por Vicente Alberto Serrano

 

Desde La Oveja Negra

A finales de octubre de 1936 una bomba de 250 kilos, alcanzó buena parte de los hangares de la base aérea de Alcalá. En ella estaba establecida, desde finales del verano, la escuadrilla “España”, creada por André Malraux con mercenarios procedentes de diversos países, dispuestos a derrotar a las fuerzas golpistas y combatir el fascismo desde el aire. Aquella base aérea apenas si se trataba de un pequeño aeródromo implantado en una extensa llanura, tan escasa de defensas que la torre de control servía también de puesto de observación para intentar controlar la llegada de ataques enemigos. Al conocer la noticia, Malraux se desplazó inmediatamente hasta el lugar para comprobar los daños causados. Lo descubrimos en una foto, con su característico abrigo cruzado y el inevitable cigarrillo entre los labios, rodeado de sus técnicos y pilotos ante la desolación y destrucción de material destrozado como telón de fondo. Días después todos ellos serán destinados a lugar más seguro, la ciudad de Albacete, donde coincidirán con las Brigadas Internacionales. La breve estancia de la escuadrilla “España” en Alcalá al parecer dejó honda huella en algunos de sus miembros. Malraux le dedicará un párrafo a la ciudad en su obra L’Espoir y uno de los pilotos: Paul Nothomb, publicará Malraux en España (Ed. Edhasa), exhaustivo relato de aquellos intensos días, enriquecido con infinidad de fotos realizadas por Raymond Maréchal; entre ellas destacar la que autor y fotógrafo aparecen ante la fachada de la Iglesia Magistral, por encima otra foto en la misma página muestra la nave principal del templo, totalmente destruida, con un comentario lateral de Nothomb sobre la incompresible destrucción de los símbolos religiosos, citando una frase de Nietzsche rescatada de Así habló Zaratrusta (Alianza Ed.) «…pues amaré incluso las iglesias y las tumbas de los dioses cuando el cielo mire con ojo claro sus bóvedas quebradas…»

Malraux (abrigo cruzado y eterno cigarrillo en los labios) en compañía de técnicos y pilotos de la escuadrilla “España” tras un bombardeo enemigo en la base aérea de Alcalá, finales de octubre de 1936.

Un autor controvertido

André Malraux fue considerado por buena parte de la crítica del pasado siglo como uno de los escritores franceses más controvertidos. Muchos no dudaron en definirlo como un autor sobrevalorado, mediocre novelista, ensayista excesivo y pretencioso; le cuestionaron hasta las rotundas afirmaciones histórico-filosóficas de sus ensayos estéticos. A través de la extensa biografía André Malraux. Una vida, de Olivier Todd (Ed. Tusquets) he tratado de concretar los perfiles exactos de aquel admirado escritor que, al parecer, fue compañero de viaje de los comunistas y nacionalista ferviente; editor de pornografía clandestina; saqueador de los frisos del templo de Banteal-Sreï, en Camboya (por lo que fue condenado a tres años de cárcel); promotor de casi todos los movimientos plásticos y poéticos de entreguerras; uno de los primeros analistas y teóricos del cine, incluso director de la mítica película Sierra de Teruel; intelectual comprometido y figura destacada en los congresos y organizaciones de artistas y escritores europeos antifascistas en los años treinta; íntimo amigo de José Bergamín y Max Aub; promotor de la ya citada escuadrilla “España” para la defensa de la República española; héroe –más tarde– de la resistencia francesa y coronel de la brigada Alsacia Lorena. Pero que acabó, sin embargo, como colaborador político y ministro en todos los gobiernos del general De Gaulle y, por supuesto, se pronunció en contra de los movimientos revolucionarios que motivaron el mayo del 68 en París.

Cubierta de la novela “L’Espoir” (Ed. Edhasa) y cartel de la película “Sierra de Teruel”.

La condición humana

Junto a Celine, Genet, Artaud o Drieu la Rochelle formó parte de ese listado confuso de lecturas desordenadas que en la adolescencia conformaron algunos de nuestros escritores favoritos, tal vez no tan ejemplares. Ya en el bachillerato nos las tuvimos que ver con un pequeño tomo de Classiques Larousse que contenía extractos de La condition humaine, naturalmente en el idioma original. Con la esforzada y mediocre traducción de aquellos textos a nuestro idioma, teníamos que alcanzar el aprobado en la asignatura de francés para poder acceder a la revalida de sexto de bachiller. Aún conservo aquel tomito, bastante manoseado por cierto, de tapas azules y machacado por dentro con acotaciones a bolígrafo que a modo de chuleta, transcribían el equivalente en español debajo de endiabladas palabras en francés, que eran casi todas. Aprobé la revalida pero a duras penas conseguí enterarme del argumento de aquella novela que intuía de gran valor. Digo a duras penas porque preguntar por términos como Komintern para aclarar conceptos, era como mentar a la bicha en un régimen que por entonces basaba la represión de sus mentiras en la lucha contra el comunismo. No en vano aquí estábamos “protegidos” por un dictador bajito que se denominaba asismismo el “Centinela de Occidente”. En La condición humana (Ed. Edhasa) Malraux describe un episodio concreto de la guerra civil china, el conocido como masacre de Shanghai, que en abril de 1927 enfrentó a dos partidos, aliados hasta entonces, el Kuomintang dirigido por Chiang Kai-Chek contra el Partido Comunista Chino. Al producirse la detención y ejecución de obreros y sindicalistas encuadrados en el partido comunista, se inició una larga guerra civil que culminaría en 1949 con la llegada al poder de Mao Tse Tung, la consiguiente instauración de la República Popular China y el exilio de su oponente a la isla de Taiwán. Debo confesar que hasta que leí la novela completa, traducida perfectamente a nuestro idioma, no me enteré por completo de la trama. Fue entonces cuando aumentó mi interés por su autor, pero al que no regresé hasta años más tarde, con la lectura de L’Espoir (La esperanza).

Max Aub y André Malraux en las calles de Tarragona durante el rodaje de “Sierra de Teruel” (1938).

Un ambicioso friso sobre la Guerra Civil española

Los acontecimientos de la traumática guerra civil española dieron lugar a una extensa bibliografía a favor de uno y otro bando. De los escritores extranjeros suelo destacar siempre tres obras que me parecen emblemáticas: la discutible Por quién doblan las campanas (Ed. Planeta) con la que Hemingway se empeñó en crear una fallida, por poco creíble, novela de aventuras; el testimonio vital de George Orwell que narra en Homenaje a Cataluña (Ed. Debate) su experiencia en el frente pero sobre todo, la descarnada denuncia ante los oscuros manejos del Partido Comunista para fulminar cualquier atisbo de troskismo y, por supuesto, el ambicioso friso que supone L’Espoir (La esperanza) (Ed. Edhasa) de André Malraux, obra construida a través de un dinámico relato que comienza con los importantes acontecimientos del inicio de la Guerra Civil española, el golpe militar franquista de18 de julio de 1936 y finaliza con una patética imagen del final de la batalla de Guadalajara en marzo de 1937, donde los republicanos salieron victoriosos, pero la ciudad de Brihuega se muestra totalmente destruida, mientras en un fonógrafo se escuchan las sinfonías de Beethoven. Creo que aquella novela nos aportó una visión amplia de lo que supuso la guerra civil y a él, material suficiente para elaborar más tarde la película Sierra de Teruel que, con la colaboración de Max Aub como ayudante de dirección, se convirtió, involuntariamente, en el trágico epitafio a la causa republicana, ya que el filme se tuvo que terminar de rodar en Francia, ante el avance de las tropas franquistas en Cataluña y se estrenó en París cuando la guerra estaba perdida.

Alcalá según Malraux

En las páginas de L’Espoir, Malraux dedica un entrañable párrafo a la ciudad en la que la escuadrilla “España” mantuvo sus esperanzas de victoria durante algunos meses: «La plaza de Alcalá de Henares estaba adormecida, con sus monumentos y sus minúsculas tabernas donde se vendían caracoles, casi escondidas por las columnas. Y toda la pequeña ciudad, con sus perspectivas de pilares, sus jardines de curas, sus iglesias con campanarios puntiagudos, sus palacios con rejas, toda esa vieja Castilla de comedia española descantillada por las bombas de los aviones solo dormía con un ojo abierto, al acecho de los ruidos amenazadores de la guerra».