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Andrés Saborit compartido / Por Vicente Alberto Serrano

Desde la Biblioteca de Babel

Mi calle tiene dos nombres. Si me asomo al balcón, puedo comprobar que la acera de enfrente se denomina Andrés Saborit. La mía: Arratia. Entremedias las autoridades incompetentes trazaron un adoquinado endiablado que convierten este lugar en uno de los puntos de mayor contaminación acústica de una ciudad, ya de por sí bastante ruidosa. Los adoquines de granito le debieron salir a buen precio al Consistorio, porque si no, no se entiende que sin tener el valor de peatonalizar ciertas zonas, mantengan esa obsesión por maltratar los oídos de transeúntes y vecinos, sin respetar tampoco a los automovilistas que deben dejarse cada día más de una pieza de sus coches al transcurrir por un firme que perdió su firmeza hace ya bastante tiempo. Pero: ¿cómo pretendemos concienciar a unas autoridades incompetentes que homenajean su Patrimonio de la Humanidad convirtiendo en parking los restos de un palacio renacentista?

Todo un símbolo

La calle Andrés Saborit se inicia al final del Paseo de los Curas para desembocar frente a la fábrica de Roca, la que fue en su tiempo la imagen emblemática de un boyante tejido industrial, hoy más deteriorado que los adoquines de este magnífico, pero ruidoso paseo. Todo un símbolo o un peculiar homenaje para aquel que ostentó cargos de relevancia en la ejecutiva de UGT y que el 14 de abril de 1931 proclamó la Segunda República desde el balcón del Ayuntamiento de Madrid. Andrés Saborit comparte un trozo de la calle que le dedicaron en su ciudad natal con el que suponemos Pedro de Arratia, teólogo granadino que nació en el primer tercio del siglo XVII, autor del Sermón a la nueva solemnidad de los dolores que sintió al pie de la cruz, la Madre más piadosa María Santísima Señora Nuestra (1670).

Ha compartido algo más

En noviembre de 1985 el alcalde socialista Arsenio Lope Huerta tuvo el acierto de evocar la figura y la memoria de Andrés Saborit Colomer, al colocar una placa conmemorativa en su casa natal, en la calle del Ángel (que durante décadas de silencios y mordazas se denominó Capitán Pérez Rojo). Aunque aquí también tuvo que compartir, durante un tiempo, una peculiar relación. Frente por frente, en la otra acera, desde noviembre de 1941 se alzaba otra lápida conmemorativa que la ciudad de Alcalá dedicó entonces, en la fachada de su casa natal, a la memoria de José del Campo Clemente, Jefe Local de Falange, muerto por Dios y por España el 30 de noviembre de 1936. Hace unos cuantos años aquella casa se convirtió en un selecto pero efímero restaurante y la placa desapareció de la fachada. Tal vez porque los nuevos propietarios debieron entender que el solomillo no debía maridar muy bien con el yugo y las flechas. Creo que de este modo, llevaron a cabo su particular interpretación de la Memoria Histórica.

La huelga de agosto de 1917

En 1967, desde su exilio en Ginebra, Andrés Saborit publica en la editorial Pablo Iglesias de México D.F., La huelga de agosto de 1917. Clarificadores apuntes históricos de aquellos días lejanos en que la UGT se unió a la CNT, con el propósito de obligar al Borbón a salir de España si se negaba a aceptar la reforma de la Constitución; un intento –que resultó infructuoso– para que el país pudiera progresar, sanear la vida política, liquidar la guerra de África, fulminar la intromisión del ejército en la política, inferir libertad de cultos y terminar con la corrupción y el fraude fiscal. Años después Julián Zugazagoitia escribiría: «La huelga del año 1917 no consiguió sus objetivos, y, sin embargo estuvo lejos de ser un fracaso. Fue el primer rejón serio que se le clavó a la monarquía…».

En el penal de Cartagena

Los cuatro principales protagonistas del Comité de Huelga: Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano y Andrés Saborit fueron condenados en juicio sumarísimo a cadena perpetua y enviados al Penal de Cartagena. Allí los retrató el periódico monárquico ABC, reproduciendo la fotografía de los reclusos en las páginas del diario, para que sirviera de escarmiento ante cualquier nueva ensoñación revolucionaria. Sin embargo logró provocar en la ciudadanía el efecto contrario. Al año siguiente los cuatro presos eran puestos en libertad al ser elegidos diputados. «La salida del Penal y de Cartagena y nuestra marcha a Madrid –escribe Saborit– adquirió caracteres inolvidables. En todas las estaciones del trayecto el tren era asaltado por la multitud, delirante de entusiasmo, colmándonos de flores y de vivas».

Saborit Penal de Cartagena

Daniel Anguiano, Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro y Andrés Saborit en el Penal de Cartagena, 1917.

Cincuenta años después

En 1967 se cumplía el cincuentenario de aquella huelga fallida que sin embargo, en posteriores palabras de Azaña: «…conformó la prefigura de la República y del régimen triunfante del 14 de abril». Cuando la guerra ya se daba por perdida, fue Besteiro el que instó a Saborit a que abandonara España. Se exilió entonces, siguiendo los consejos de su entrañable correligionario, con el pesar de no haber logrado convencerle de seguir su mismo destino. Se refugió en la ciudad de Tarbes, en los Altos Pirineos, desde donde participó en la reconstrucción de las organizaciones socialistas en el exilio. Más tarde se trasladaría a Ginebra y desde allí –cincuenta años después– redactaría los recuerdos de aquella esperanzadora huelga frustrada en compañía de sus tres compañeros ya desaparecidos. El volumen se publicó en la Editorial Pablo Iglesias de México, con una evocadora cubierta en la que aparece, al pie, la efigie de su admirado Pablo Iglesias, con el que compartió aparte de otras muchas cosas, el oficio de tipógrafo. A los ocho años Saborit comenzó a trabajar de aprendiz en una imprenta madrileña y a los quince participó en la constitución de las Juventudes Socialistas.

Besteiro-Saborit: una profunda amistad

También en 1967 se reeditaba, por la editorial Losada de Buenos Aires, Julián Besteiro. Otra de las obras esenciales de Andrés Saborit que ya había publicado en México en 1960, con motivo del veinte aniversario de la muerte del que siempre consideró su maestro. Una peculiar biografía que en sus páginas iniciales dedica a Dolores Cebrián, la viuda de Besteiro. Peculiar porque a partir de la admiración, la profunda amistad y los destinos entrelazados desde 1911, cuando se conocieron al coincidir en un encarcelamiento primerizo, Saborit refuerza su apasionado relato con todo tipo de testimonios para tratar de desentrañar la verdadera personalidad de un hombre íntegro que llegó a ser cuestionado hasta por los propios miembros de su partido. Resulta sobrecogedor el último capítulo en el que, a través de los testimonios de su viuda, se describe la terrible agonía y muerte en el Penal de Carmona. De la que llegó a escribir Juan Marichal: «En verdad, la muerte de Besteiro fue una prueba más de la inconcebible crueldad de los vencedores de 1939».

Saborit y Besteiro

Cubiertas de dos obras esenciales de Andrés Saborit (Biblioteca personal de V.A.S.)

El regreso

En 1977 el alcalaíno Andrés Saborit Colomer regresó del exilio y se estableció en la costa mediterránea. En 1974 había logrado publicar en España El pensamiento político de Julián Besteiro (Seminarios y Ediciones), una antología de textos esenciales, a modo de boceto inicial de unas Obras Completas de Julián Besteiro que no pudo finalizar porque el 26 de enero de 1980 moría en Valencia, con noventa y un años. Tres años más tarde el Centro de Estudios Constitucionales publicaba en tres tomos las Obras Completas de Besteiro, aunque no preparadas por Saborit, sino por Emilio Lamo de Espinosa. Esperemos que a partir de ahora Saborit sea recordado, y sobre todo conocido en su ciudad natal, por algo más que una placa y una calle compartida.