Arsenio Lope Huerta y el arte de barajar en El Quijote / Por Vicente Alberto Serrano

 

NOTA de este medio: Ante el reciente fallecimiento del alcalaíno Arsenio Lope Huerta, Curro, recuperamos un texto publicado por su amigo y colaborador de La Luna de Alcalá, Vicente Alberto Serrano, una reseña que escribió en 2015 en las desaparecidas páginas del periódico «Diario de Alcalá», para hablar sobre un libro de Lope Huerta que acababa de publicarse. Explica Vicente Alberto Serrano que «toda la vida Curro y yo nos hemos intercambiado textos, desde la mutua admiración. Me encantará recordarle como escritor e investigador.»

A continuación publicamos la reseña de 2015.

 

Hace cuatro décadas, Gonzalo Torrente Ballester publicaba El Quijote como juego (Ed. Guadarrama). Se trataba de un lúdico y pedagógico ejercicio de disección sobre aquellas admiradas páginas que –según confesión propia– fueron las causantes de verse convertido en un inventor de ficciones. Con el pulso y el oficio que le infería su condición de magnífico narrador y con la sensibilidad añadida de ávido lector, consiguió crear un entretenido libro de claves para disfrutar aún más de la genial obra cervantina. Diez años más tarde –como era lógico– fue galardonado con el Premio Cervantes. Allí, en el Paraninfo de la Universidad, cerraba su discurso con esta clarificadora afirmación: «La complejidad de la vida sólo el hombre complejo puede adivinarla, y Cervantes lo era. Poseyó como nadie el don de expresar verbalmente su mundo, y fue el primero en comprender que una novela es ante todo un mundo cerrado que se basta así mismo. Eso es El Quijote, su obra maestra, y, en serlo, en mostrárnoslo, consiste el mensaje ejemplar de su autor, el que persiste a través de los siglos y hace de él un hombre próximo y amado como el mayor y mejor de nuestros contemporáneos».

Conducirse en el arte de barajar

La editorial Reino de Cordelia acaba de publicar El juego en tiempos del Quijote de Arsenio Lope Huerta, otro ávido lector cervantino, que hace ya muchos años descubrió las virtudes lúdicas de los textos de su paisano. Ahora, en una genial vuelta de tuerca, ha sido capaz de perfilar un ameno análisis de los juegos en tiempos del Quijote, para terminar señalándonos que Cervantes debió ser un diestro y versado maestro en las artes de los naipes. Pero también temiendo pensar, desde el conocimiento y la admiración que le profesa, que este fuera tahúr o coimero. Lope Huerta formula y desarrolla un exhaustivo repaso de la práctica del juego de las cartas, no sólo en los textos cervantinos –afirma que hasta casi una veintena de esos juegos se citan en sus obras– sino que también señala las más diversas obras de nuestra picaresca y autores como Lope, Quevedo o Mateo Alemán, que relatan más de un lance de aquella ‘Ciencia de Vilhán’.

En las primeras páginas, y a modo de introito, ya transcribe un extenso texto de Rinconete y Cortadillo para ponernos en situación al describir las tretas de tan temidos juegos. Más adelante evocará el Persiles, La ilustre fregona y por supuesto al inquietante y tramposo personaje Pedro de Urdemalas, recogido por Cervantes de la tradición popular. Todo ello narrado con la peculiar maestría y ese estilo ameno que siempre han caracterizado los textos de Curro. Se nota que tras los constantes reencuentros con El Quijote, ha sabido llegar mucho más lejos que lo que sugería Torrente Ballester, porque ha conseguido traspasar el más allá del juego de la lectura, logrando captar el ritmo y la belleza de aquel lenguaje, inferiéndole su propia personalidad. Cierra el autor tan brevísimo, pero jugoso, tratado con un último apartado titulado ‘Pecar por carta de más’, que no es otra cosa que un aclaratorio apéndice de términos precisos para lograr conducirse, sin perderse, en el arte de barajar.

Una edición exquisita

Se trata de un breviario en el que la experiencia y habilidad de Jesús Egido, su editor, ha convertido el diseño en una auténtica joya bibliográfica. El texto, desarrollado a través de la mítica pulcritud de la tipografía Bodoni, se intercala con una serie de ilustraciones que no sólo apoyan la prosa de Arsenio Lope Huerta, sino que la enriquece, porque este siempre agradable juego de la lectura, se ve reforzado aquí por una iconografía magistralmente escogida. Ya Azorín criticaba muchas de las ediciones ilustradas de El Quijote, sobre todo la de la Academia. Sabemos que resulta complejo, y casi nunca satisfactorio, ilustrar una obra como esta que en su maestría, cada lector se la plantea visualmente de modo muy distinto. Sin embargo, para traducir en imágenes tan sugerente análisis sobre el juego en aquellos tiempos, se ha recurrido a Caravaggio, Velázquez, Murillo, Daumier, Teniers, Hogarth… y el resultado final es espectacular.

Alcalá para el próximo centenario cervantino

En las penúltimas páginas de su libro, recala Lope Huerta, como no podía ser de otro modo, en la ciudad natal que comparte con tan inmortal paisano. Apuntando, por ejemplo, que en Alcalá existe un convento que obtuvieron las monjas, según la leyenda, gracias a una deuda de juego. Y más adelante cita el reclamo de «…por San Lucas a Alcalá putas», porque a la llamada de los estudiantes se arrimaban gentes de peor vivir y de la aristocracia del naipe a la vera de la Magistral y a la calle de los Mesones, que luego llamaron de los Coches. Pero estos temas tan jugosos los promete desarrollar el autor para el próximo centenario cervantino.

Juego de cartas

Todos los que no hemos sabido tener la habilidad de la paciencia y el barajar. Que siempre hemos desconocido que las siete y media, más allá de una hora, era también un juego. Aquellos a los que el tedio no supo acercarnos a los naipes; mantenemos sin embargo grabadas algunas imágenes, ciertos versos y un divertimento literario que se nos han hecho presentes durante la sugerente lectura de este libro de Curro. En primer lugar existe un cuadro, atribuido a Velázquez con un novelesco título: “Riña entre soldados ante la Embajada de España en Roma”. La tropa llega a las manos, mientras las cartas, motivo de la discordia, se muestran esparcidas por el suelo. También los versos de aquel personaje machadiano que: «Sólo se anima ante el azar prohibido/ sobre el verde tapete reclinado,/ o al evocar la tarde de un torero,/ la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta/ la hazaña de un gallardo bandolero,/ o la proeza de un matón, sangrienta». Y por supuesto ese divertimento literario que nuestro admirado Max Aub publicó en México en 1964 con el título de Juego de Cartas, contenido en un estuche a modo de baraja ilustrada por el pintor apócrifo Jusep Torres Campalans, que en el reverso de cada naipe contenía un fragmento de un relato novelesco. Había que barajar y el lector componía la historia a su manera. Un juego más para Torrente Ballester, también para los citados por Arsenio Lope Huerta y que hubiese deleitado al propio Cervantes del que en el próximo centenario Curro nos sacará de la duda si fue tahúr o no.