Desde La Oveja Negra
Parece ser que don Miguel de Cervantes ya se cuestionaba resultados satisfactorios en el arte de traducir. Al menos así lo deja reflejado en las páginas de El Quijote. En el capítulo VI de la Primera Parte, el conocido relato del escrutinio entre el cura y el barbero, señala –no sin cierta razón– la infructuosa labor de trasladar el sentido y la musicalidad de los poemas a otro idioma. Más tarde, ya en el capítulo LXII de la Segunda Parte, durante su estancia en la Ciudad Condal, cuando Don Quijote decide pasear por sus calles, descubre un establecimiento donde se imprimen libros, se empeña en visitarlo porque hasta entonces no había conocido ‘emprenta’ alguna. En su interior se topa con un caballero que al parecer comprueba las galeradas de un libro que acaba de traducir del toscano a la lengua castellana. Ante el cual Don Quijote vuelve a confirmar sus dudas: «…de con todo esto, me parece que el traducir de una lengua a otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio, ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar un hombre, y que menos provecho le trujesen».
La otra cara del tapiz
Pasados los siglos, un paisano y vecino de la supuesta casa natal de Cervantes, se empeñó –entre otras muchas cosas– por conseguir disimular los hilvanes de los tapices, volviendo del revés algunos pocos textos para hacerlos comprensibles en castellano sin que perdiesen la prestancia primigenia. El resultado apenas alcanzó los veintena de títulos, ya que trágicas circunstancias, –por todos conocidas– derivaron su trayectoria vital por otros derroteros muy diferentes.
Una edición limitada
La Asociación Foro del Henares, en colaboración con el Ayuntamiento, la Universidad de Alcalá y la Fundación Francisco Largo Caballero, acaba de publicar Azaña traductor, de Enrique Tierno Galván y Enrique Moral Sandoval. Con una tirada tal vez demasiado limitada, pero al cuidado de Jesús Cañete que en 2010 preparó la reedición de Antología Negra de Blaise Cendrars (Ed. Ardora) enriquecida con extenso y magnífico estudio crítico en un intento por reivindicar ya entonces la labor del Azaña traductor.
Enrique Tierno Galván
Este libro se inicia con el texto de la conferencia que en 1980 pronunció en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, el que era por entonces Alcalde de la ciudad, en un ciclo de homenaje al político, escritor y traductor alcalaíno con motivo del centenario de su nacimiento y el xl aniversario de su muerte en el exilio. Conferencia rescatada por Enrique Moral Sandoval, que ejerció como Presidente de la Comisión de Cultura y Teniente Alcalde del Ayuntamiento de Madrid durante la etapa de gobierno del Viejo Profesor (1979-1986). En sus primeras páginas Tierno ya afirma rotundamente que: «Una buena traducción es un acto casi milagroso […] y esto se logra poquísimas veces». Pero es posible que tratando de rebatir a Cervantes, señale más adelante la asombrosa versión en castellano que Juan Boscan realizó del texto de Baltasar de Castiglione El cortesano (Ed. Cátedra), tan alabado por Garcilaso de la Vega. Y más tarde la labor de Quevedo como traductor; para enlazar desde aquí y a través de su reconocida erudición, con una breve pero clarificadora lección sobre el arte de volver del revés tapices extranjeros, es decir: convertir a nuestro idioma obras maestras de otras lenguas. Desembocando –naturalmente– en el análisis pormenorizado de todos aquellos textos que conocía del Azaña traductor, desde Giraudoux a George Borrow, pasando por Benjamin, Vigny, Voltaire, Chesterton… Aclara desde el comienzo de su intervención que va a tratar de eludir cualquier valoración sobre las cualidades políticas del personaje, ahondando sin embargo en sus cualidades intelectuales y sobre todo en la admiración que le profesaba por ese manejo del castellano, que no duda en reflejar, al añadir extensos párrafos de las versiones castellanas en obras como La Biblia en España de George Borrow (Alianza Ed.).
Enrique Moral Sandoval
Casi cuarenta años después, en noviembre de 2017, durante las VIII Jornadas en torno a “Manuel Azaña y la cultura francesa” promovidas por el Foro del Henares, el profesor Enrique Moral Sandoval disertó sobre el mismo tema, con un trabajo titulado ‘Las traducciones de Manuel Azaña’, elaborado –según sus propias palabras– a partir de la labor de transcripción de la conferencia impartida por su maestro en 1980, que había desarrollado con destino a su publicación en el volumen VII de las Obras Completas (Ed. UAM-Ayto. de Madrid). De ahí el subtítulo de esa intervención: (En torno a una conferencia de Enrique Tierno Galván). Un texto que complementa a la perfección esta segunda parte de Azaña traductor, porque además de analizar en profundidad los comentarios del profesor Tierno al proceso de la traducción y a la labor de Azaña a través de los títulos traducidos que de él conocía, Enrique Moral añade todos los demás, que describe con detalle y profunda lucidez, no solo en lo referente a la belleza idiomática de esas versiones, sino también a las peripecias editoriales a través de la Biblioteca de El Sol, Calpe, la colección Granada de Jiménez Fraud, CIAP, Cenit, Editorial España, La Nave, la inclusión de algunos textos en la revista La Pluma o la curiosa publicación de Simón el patético, muchos años después (1966), en pleno franquismo, bajo el sello de Espasa-Calpe e incluso citando el nombre del traductor, que había estado vetado durante los años de plomo en otros títulos reeditados en esa misma colección Austral. A modo de epílogo, Moral enriquece el volumen con una exhaustiva bibliografía de las traducciones impresas, relación de las inéditas y unos pocos textos especializados, entre los que destacan las aportaciones de Enrique de Rivas y José María Marco. En las páginas centrales se contiene además la reproducción de todas las cubiertas de las primeras ediciones que se citan. Cedidas por el autor de esta segunda parte, que aparte de un gran conocedor de la materia es un exquisito y exigente bibliófilo.
Orgulloso de ser alcalaíno
Desde hace pocos meses, al atardecer, sobre el suelo de la calle de la Imagen, entre la fachada de su casa natal y el lateral del chalet que le construyeron a Cervantes, se proyecta una frase de Manuel Azaña en la que dice sentirse orgulloso de ser alcalaíno. Nosotros nos preguntamos una vez más: ¿Se sienten los alcalaínos orgullosos de ser paisanos de Azaña? Si –liberados de tópicos– fuesen capaces de acercarse a las páginas de este libro, tal vez comenzarían a valorarlo. En esta ocasión a través de esa labor callada de intentar volver los tapices del revés, en la que aún siguen empeñados los traductores para descubrirnos las obras maestras de otras lenguas. Ya que en su pueblo natal son incapaces de crearle una Fundación. Al menos deberían constituir un Premio de Traducción que llevase su nombre en una ciudad que en otros tiempos más fructíferos conoció la gran aventura humanística de la Biblia Políglota Complutense.