Calle Libreros, el tubo de luz y color / Por Antonio Campuzano

Calle Libreros, el tubo de luz y color  /  Por Antonio Campuzano

Las gentes siguen su itinerario por la calle Libreros durante el mes de diciembre con la dirección que ordena la estela de luz y de color, con la disciplina que emana de la estela navideña que dibujaba aquella estrella que curvaba la ilusión de niños y mayores. La misma que serpenteaba con una voluntariosa lucecita la vía a los reyes de oriente en los nacimientos domésticos de los años sesenta. Aquella estrella con la puntas indicando el portal con la representación del resplandor mesiánico con la compañía de los padres y las mascotas protectoras y munificientes de la vaca y el buey, estrellas zoológicas de aquel entonces y hegemónicas frente a las virtudes del perro, el gato y el canario, menos animosos a la ambientación oriental que proporcionaba exotismo casi siempre roto por el papel de plata que pretendía ser un anticipo del río Jordán.

La senda central de la calle Libreros gana este año la atención del transeúnte con el túnel del calambrazo de luces combinadas con música y tonos de los “que se van los pies”. Es lo que tienen las decoraciones navideñas, que tienen la garantía de la despolitización si bien el encendido se produce a cinco meses de la consulta en urnas sobre razones y virtudes de administración local. Cien metros lineales por ocho de altura marcan el camino de la calle peatonal de Libreros con proyección a Cervantes y Mayor, con la arteria donde memoria e historia se dan la mano con la inestimable ayuda de los árboles de Navidad, las casetas y las castañas con brasa y cucurucho. El temporal pone de su parte para echar un pulso a la ilusión y menos mal que el drenado puesto a prueba permite caminar y no nadar. Alcalá tiene entre sus virtudes reclamadas por la sostenibilidad turística la bondad de su orografía, que permite la aparición del caminante sin fatiga y con entrega peripatética. Andar y hablar, pero esta vez con la compañía de la luz y de los compases del villancico y las bandas sonoras de películas más o menos extraterrestres y cósmicas por definición.

Tanto la iglesia de Santa María como Manolo Bakes; la cueva de Antolín o el Índalo, prestan su atención tantas veces reclamada al brillo propio del túnel de alegría y de la risa navideñas. La luz y el color, de siempre en residencia de tómbola, la “del mundo/yo he tenido mucha suerte/porque todo mi cariño/a tu número jugué”. Largo por ancho por alto, es decir, volumen, o prisma rectangular, que en un áula pueden provocar jaqueca o malestar general, pero que en la calle Libreros puede resultar un cálculo de alegrías y proporciones de bienestar con las campanas de belén, la lotería, la nochebuena y encima los goles en Doha, que siempre aportan combustión al estado de excitación en estas singulares fechas de exposición al consumo y al ambiente propicio a la risa sin medida ni tasa. Vuélvase, por tanto, al tubo de luz y de color que introduce en la almendra complutense una resonancia de contraste para ver el interior de vasos y venas sociológicas en el siempre reluciente mes de diciembre.

Electricistas y técnicos de sonido, los pajes del siglo XXI en la epifanía contemporánea de la Navidad de Alcalá, este año inmortalizada en la calle Libreros, traspasada por las líneas de la emoción en forma de luz y color.