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Carlos Hernández, el 9 de Torres, en el recuerdo / Por Antonio Campuzano

Carlos Hernández, el 9 de Torres, en el recuerdo / Por Antonio Campuzano

Solo le duraban dos minutos la medias a la altura de los meniscos. Le duraban más los guantes en su sitio, aunque se templase la temperatura. Carlos se metió en alineaciones de mayores, muy curtidas, cuando era un adolescente en tiempos de Massiel, exactamente cuando los Pekenikes hacían música instrumental, “la que no se cantaba”, para aclaración del personal.

El césped venía de la era de Juanito y representaba exactamente unos brotes de hierba selvática entre los guijarros que hacían fácil la trilla de la cebada, pero muy “jodido” el marcaje en zona. Agustín Palencia ponía rodilleras entre su piel y las esquirlas tectónicas de aquel espacio de competición. Alfonso Chaparrón ya echaba la culpa de su alopecia a los despejes de cabeza. Paíto cerraba el centro de la defensa con su ausencia de hiel, aquella sustancia invisible sobre todo en él que le hacía incansable. Geñín Burgoa y Gilberto Téllez ensanchaban el campo de piedra. Gilberto poseía un disparo zurdo de convicción y sequedad. Sin olvido de Ángel Chulo, Valen, Manolo Casero, Fernando Castizo, Manolo Polo, y los veteranos Chivarra y Pinche. Sin olvido de los fichajes de los soldados del Viso, cuyo pelo raso les delataba. Y arriba se encontraba nuestro hombre, con la soledad de un desvalido llegado al ejército de los mayores.

La equipación de aquella formación era la de la “roja”, para memoria de aquellos años. La camiseta se salía del pantalón y también lo hacía de los cuerpos de los jugadores, cuando el corte y confección todavía era un curso de la formación profesional de aquellos años de desarrollo voluntarista. Carlos se apoderó del número nueve y se lo puso a su nombre. Quizá, con la salvedad de las estadísticas locales, sea el máximo goleador, por lo menos en términos proporcionales, del equipo de fútbol de Torres.

Las lesiones, al parecer, influyeron en su carrera y en su proyección hacia otras categorías. La Liga Madrid-Toledo, cuyo nombre pareciera inventado por Pepe Bono o por María Dolores de Cospedal, en la que se militaba, ofrecía duelos espectaculares, con el Guacan de Santa Olalla o el Mejoreño, con fríos siberianos, aguaceros y ventisca, de cuando mucho antes del cambio climático. El remate de cabeza de Carlos aún se conserva entre los secretos mejor guardados de la historia del fútbol local. Con la estatura media del país, sin llegar a la condición de gastador del servicio militar, se encargaba de ofrecer la mejor ecuación entre impulso, salto, oportunidad del mismo y adecuación de ventaja. El resultado en muchas ocasiones alteraba el marcador. Los encuentros eran por la mañana y entre gol y gol sonaban las campanas cuyo volteo era ordenado por Don Inocente o Don Jacinto.

El fútbol contraprogramaba los oficios religiosos, pero sin rivalidad institucional, es decir, sin maldad. La salida al terreno de juego se producía desde una cerámica aledaña con horno que proporcionaba calor industrial y casi humanitario. El olor a linimento, como extracto de farmacia de trinchera, echaba para atrás al aficionado, pero adelante al jugador. Las rifas durante el partido con intervención del entusiasmo de los voluntarios ofrecían un escenario de especial encanto: la tira al viento, la búsqueda de suelto, la interrupción de la ocasión manifesta de gol. Hilario y Chami conducían sus vehículos para las salidas a campo contrario. Julito Ufarte y Adrián se hacían respetar en la militancia del grito.

De toda esta peripecia existencial nació el fútbol en un pueblo como Torres. De la cal en las áreas, del intercambio de banderines en el centro del terreno, del sonido tan distinto de los balones de cuero que producía un “schhhh” de roce, de fricción. Los postes y larguero, con sus geometrías tan adversas para los rechaces.

Ahora hay Ciudad Deportiva y equipos chinos que eligen el entorno para su competición. Carlos Hernández, el nueve de Torres, siempre ocupará el disco duro del recuerdo del fútbol en su pueblo. El Madrid tenía a Amancio, el Atleti a Gárate, pero Torres tenía entonces a Carlos.

Carlos Hernández Ruíz falleció el miércoles 1 de abril a consecuencia de complicaciones derivadas de corona virus.